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FERNANDO ITURRIBARRÍA
Domingo, 22 de enero 2017, 01:25
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La izquierda gobernante celebra hoy en Francia la primera vuelta de sus primarias al Elíseo con muy pocas ilusiones de conservar el poder que dejará vacante en mayo el François Hollande con su renuncia a la reelección. El electorado progresista debe elegir a las dos personalidades que se enfrentarán el próximo domingo en el duelo final para encarnar la tenue esperanza rosa.
Los pronósticos auguran que los finalistas saldrán de una terna socialista compuesta por el ex jefe del Gobierno Manuel Valls, defensor del legado de Hollande, y sus antiguos ministros del sector crítico Arnaud Montebourg y Benoît Hamon. El eurodiputado socialista Vincent Peillon, los ecologistas François de Rugy y Jean-Luc Bennahmias, así como la radical de izquierdas Sylvia Pinel, única mujer en liza, completan las siete candidaturas de la competición.
Bautizadas con el pomposo nombre de Bella Alianza Popular, estas primarias semejan el remedo de un congreso del Partido Socialista (PS) abocado esta vez a jugar muy a su pesar a 'el que gana pierde'. En efecto, el vencedor parece condenado a conformarse aquello de que 'no hay quinto malo' en la carrera presidencial de la próxima primavera.
Las encuestas perfilan una final entre el favorito François Fillon (centro derecha) y la populista Marine Le Pen (extrema derecha) con la izquierda eliminada a las primeras de cambio. Sus mejores opciones las representan los ex ministros en gabinetes socialistas Emmanuel Macron (centro izquierda) y Jean-Luc Mélenchon (izquierda radical), tercero y cuarto en discordia, que compiten por su cuenta.
Atrapados en la pinza de quienes han hecho la cobra a sus primarias, los socialistas se han visto despojados también del debate ideológico entre los partidarios del giro liberal de la 'macron-economía' y los resistentes a los estragos sociales de la globalización capitalista. Así que han debido contentarse con escenificar una vez más sus batallas de egos, ambiciones y personalismos con el barniz de un pulso artificial entre reformistas más o menos pragmáticos, todos tentados por el proteccionismo, el gasto público y el incumplimiento de la ortodoxia presupuestaria europea.
Los organizadores confían en que una fuerte movilización del progresismo otorgue al ganador la legitimidad necesaria para forzar los pactos de unión imprescindibles con Macron o Mélenchon. «El candidato que salga dará un salto en los sondeos al día siguiente de la primaria y quizás incluso pase por delante de Macron», sueña Jean-Christophe Cambadélis, secretario general del PS. Pero la dinámica está del lado del banquero de negocios reconvertido en campeón de la modernidad progresista, que llena y arrasa allí donde los socialistas mitinean en familia.
Mientras en noviembre más de cuatro millones de electores entronizaron a Fillon en las primarias de la derecha, los socialistas se darían con un canto en los dientes si la participación en las suyas llega a la mitad. La diferencia de atractivo radica en que en aquella cita se elegía al probable futuro presidente mientras que ahora el interés se reduce a designar al médico de urgencias que resucite la esperanza de ganar en las siguientes presidenciales, las de 2022.
En esa tesitura, el mejor presidenciable a la luz de los sondeos es Valls, entre el 34 y el 37% de las intenciones de voto. Por detrás aparecen en un reñido codo a codo Hamon (27% a 28%) y Montebourg (24% a 26%), líderes y rivales en la ruptura con la política socialdemócrata de concesiones a la patronal. Respaldado por la mitad del Gobierno, Valls es el saco de los palos de los indignados por la impopular gestión de Hollande, quien no apoya a ninguno de sus huérfanos en la difícil empresa de cubrir el vacío que deja su abdicación. En el fondo, todos son conscientes de que, como avisa Montebourg, Francia transita por «la última gasolinera antes del desierto lepenista».
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