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MERCEDES GALLEGO
Martes, 17 de enero 2017, 00:51
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Hacía falta alguien de la talla del congresista John Lewis para romper la ambivalencia de quienes se sienten obligados a contribuir a una transición pacífica y quienes entienden que la presidencia de Donald Trump es un punto y aparte en la historia de Estados Unidos. «Tenéis la obligación moral de decir algo, de hacer algo, de no quedaros callados nunca», arengó ayer el único congresista que marchó con Martin Luther King en Alabama y aún carga las cicatrices de aquel 'Domingo Sangriento'.
El viernes Lewis fue el primer congresista en anunciar que no asistirá a la toma de posesión de Trump en los peldaños del Capitolio porque ni siquiera le considera un presidente legítimo, dado el número de injerencias rusas en la campaña electoral. Eso provocó la predecible tanda de ataques vía Twitter en la que el presidente electo le acusó de ser «todo palabrería, palabrería y palabrería, nada de acción o resultados. Muy triste». En la traca de cuatro tuits le recomendó centrarse en «ayudar a solventar los problemas de su distrito» de Atlanta (Georgia), que para desmayo general consideró «infectado de criminales», como todos «los cinturones de pobreza de EE UU».
A Lewis le rompieron la cabeza en aquel puente de Selma en el que pensó «que iba a morir», recordó ayer. Fue el primero al que golpearon salvajemente los 'troopers' de Alabama delante de la prensa nacional, por lo que esa imagen en blanco y negro representa la historia de los derechos civiles. Selma no fue ni su primera ni su última protesta. El niño que creció cogiendo algodón y cacahuetes llegaba a las sentadas impoluto para dar buena imagen en la cárcel, se llevaba en el bolsillo una manzana para tener algo de comer durante la detención, un libro para leer y un cepillo de dientes. Nada de eso le sirvió el día que logró refugiarse en la Iglesia de Selma bañado en sangre, de no haberle salvado la vida unas monjas.
«No entiendo cómo es que el presidente Johnson puede mandar tropas a Vietnam pero no a Alabama para proteger a su gente», acertó a decir cuando le preguntó un periodista. Y eso es exactamente lo que hizo el presidente dos semanas después, tras presentar al Congreso la ley de los derechos civiles que eliminaría las trabas para votar que sufrían los afroamericanos.
Acusar a Lewis de ser sólo un charlatán, en el fin de semana del puente de Martin Luther King, fue una daga en la conciencia del país. Ayer al menos 28 congresistas demócratas habían anunciado ya que no asistirán a la toma de posesión de Trump por sus «constantes ataques a la decencia de los estadounidenses», explicó consternado el legislador de California Mark Desaulnier. «Cuando insultas a John Lewis insultas a todo EE UU», secundó la congresista de Nueva York Yvette Clark.
El sueño
Las ventas de su libro 'La marcha' se dispararon y Lewis se convirtió ayer, en el Día de Martin Luther King, en el protagonista de una jornada de rebelión a la que contribuyó con un emotivo discurso desde Miami . «Tened valor, nunca jamás os rindáis, no renunciéis al sueño», pidió. Le escuchaba con admiración y preocupación el senador republicano Marco Rubio, quien deseó que Lewis cambie de opinión sobre su decisión de no asistir a la investidura, «porque esto no se trata de Trump, sino de tener una transición pacífica».
El presidente electo intentó anular a Lewis con un golpe de efecto al invitar a sus oficinas de la Torre Trump al hijo de King con una propuesta a la que no podía resistirse: trabajar con él en eliminar barreras para facilitar el voto de los afroamericanos. La tarea a la que su padre dedicó su vida.
Trump bajó con él en el ascensor para hacerse la foto en el lobby de su rascacielos y luego le dejó sólo ante las cámaras explicando incómodo su postura. «En el calor de las emociones se dicen muchas cosas», le justificó. «Nuestro trabajo es construir puentes». El tercer Martin Luther King de la saga admitió que para eso hará falta «la presión pública de los estadounidenses», que «parecen dispuestos». Sobre los pasos de King y su histórica Marcha sobre Washington, más de 200.000 personas, y puede que hasta un millón, desfilarán este sábado para repudiar la retórica divisiva del nuevo presidente, que ataca sin piedad a mujeres, homosexuales, negros, minusválidos e inmigrantes. El equipo de transición de Trump no les permitirá llegar hasta el Lincoln Memorial para evitar el poderoso simbolismo de esa imagen que ya no hace falta revivir, porque flota en la mente de todos los participantes.
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