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Varios jóvenes de La Habana leen la información sobre el sepelio de Fidel Castro en el diario 'Granma'. :: Luis Ángel Gómez
Falangismo guantanamero

Falangismo guantanamero

El adiós de Fidel. El discurso político del Comandante impregna toda la sociedad cubana durante su duelo, desde los medios a los estudiantes

PABLO M. ZARRACINALUIS ÁNGEL GÓMEZ

Sábado, 3 de diciembre 2016, 00:26

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En Cuba el lector de periódicos puede elegir cada día entre tres cabeceras nacionales: 'Granma', 'Juventud Rebelde' y 'Trabajadores'. El detalle de que los tres diarios sean del todo indistinguibles y propiedad del Gobierno es la clase de detalle que sin duda aleja a un país de la libertad de prensa. Que los diarios sean otra cosa que no puede comprarse sin dar mil vueltas y terminar regateando -es frecuente que los vendedores intenten colarle un ejemplar del día anterior al extranjero desorientado- demuestra lo agotador que puede llegar a ser este país.

Desde que murió Fidel, los rotativos cubanos están dedicados en su totalidad a su figura. Por un lado, informan de lo que está ocurriendo, identificando por completo la realidad con los actos oficiales. Por otro, analizan la figura del Comandante dando por hecho que fue un personaje sobrehumano. Los artículos tienen su base en ese nivel de devoción.

Una mínima exposición a la prensa cubana te sitúa ante la demostración práctica y desprejuiciada de algo que aparece en cualquier manual de totalitarismo: el culto a la personalidad del líder. Pero, mientras sigues leyendo, te parece detectar algo más, algo que conoces y tiene que ver con el estilo, con esa mezcla constante de rimbonbancia, virilidad y cursilería. Todos esos amaneceres, las guardias eternas, los «lugares cimeros en la historia»... Al rato lo entiendes: te recuerda a la prosa del Movimiento. Es falangismo, sólo que más sabrosón. Es un falangismo guajiro, guantanamero.

Hay en los diarios de estos días unas secciones en las que la gente cuenta su relación con Fidel. Se titulan, por ejemplo, 'Tu historia con Fidel' y rozan lo parapsicológico. Tanto que podrían titularse: '¿Qué milagro te hizo a ti Fidel?' El 'pelotero' Eduardo Paret recordaba en 'Juventud Rebelde' que jugó mal el Campeonato Mundial de Béisbol de 2001, pero al llegar a La Habana Fidel le puso la mano en el pecho y le dijo: «No ha pasado nada, a seguir jugando». Se conoce que Paret encontró en aquellas palabras una sabiduría nunca vista porque allí mismo se vino arriba: «Sólo eso me levantó el ánimo. Volví a levantar la cabeza».

En teoría, los cubanos ven cuatro canales de televisión, aunque las antenas parabólicas son otra de esas cosas prohibidas que en este país se encuentran por todas partes. Desde que murió Fidel, los cuatro canales han unificado su programación. Durante todo el día emiten un programa de aliento infinito y lirismo en llamas. Es rara la media hora en la que alguien -un excombatiente, un folclorista camagüeyano, un analista chino, un investigador español- no aparece para recordar que Fidel no ha muerto y ensayar a continuación alguna pirueta resurreccional que a veces tiene que ver con los niños que nacen en Cuba, a veces con los valores eternos de la Revolución y a veces con ambas cosas a la vez: hay por ahí artistas de la metáfora.

Los milagros de Fidel

En la televisión, el '¿Qué milagro te hizo a ti Fidel?' tiene la ventaja de la imagen. Quiero decir que, si sale una madre contando que gracias a Fidel a sus gemelos les salvaron la vida operándoles a corazón abierto, varias veces, al poco de nacer, pues tú ves a los chiquillos por ahí saltando. Es sólo una anécdota, pero es la mitad del mensaje. La otra mitad, que se repite en bucle, es épica: Fidel en Sierra Maestra, Fidel a caballo rifle en ristre, Fidel con el 'Che', Fidel en Moscú, Fidel en la ONU dejando las cosas claras.

La televisión está siempre puesta en los bares, los restaurantes y los hoteles. A cada rato los turistas le sacan fotos para demostrar que estuvieron aquí en el momento clave. De ese modo, Fidel Castro adquiere una tenue omnipresencia ectoplásmica.

En un encuentro con un diplomático cubano, «comunista de toda la vida», que detecta mi estupefacción, me explica las cosas con claridad. Mi error consiste en entender la semana de duelo por Fidel como un homenaje. Es «parte esencial de la batalla de las ideas, una campaña totalmente intencionada». Uno de sus objetivos, «enardecer a la gente».

Le agradezco que no se ande por las ramas y le cuento una de las cosas que más me han impresionado de este viaje. El jueves estábamos en la casa de unos cubanos y apareció un vecino a saludar. Era un adolescente, tenía dieciséis años, estudiaba algo llamado «técnico medio en cultura física». Cuando le pregunté qué tal por clase, me contestó con un discurso sobre Fidel, la Revolución y la necesidad de que los jóvenes asuman el legado infinito del Comandante en jefe, Fidel Castro Ruz. Lo hizo de un modo bastante aterrador, engolando la voz y poniendo esa mirada muerta de quién está intentando recitar algo de memoria, exactamente, sin dejarse una coma.

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