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Miles de personas acceden al Memorial José Martí de La Habana, donde hasta esta tarde pueden despedir a Fidel Castro. :: reuters
«Pa' lo que sea, ¡Fidel!»

«Pa' lo que sea, ¡Fidel!»

Los universitarios obedecen al toque de corneta y se suman al homenaje con aire relajado

PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA

Martes, 29 de noviembre 2016, 01:14

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Eran muchos, tal vez miles de universitarios dispuestos a marchar desde el campus de La Habana hasta la Plaza de la Revolución para despedirse de las cenizas de Fidel. Al son de Silvio Rodríguez, el entusiasmo de los jóvenes rebrotaba frente a los reporteros gráficos.

El interior de la Universidad de La Habana orbita sobre la plaza de Ignacio Agramonte, un pequeño campus rodeado por facultades de corte neoclásico. Ayer a las diez de la mañana los estudiantes iban ocupando ese espacio central en un clima de creciente expectación. Eran muchos, probablemente miles. Algunos de ellos llevaban banderas cubanas, retratos de Fidel, pañuelos con la efigie del Che. La mayoría sin embargo no llevaba más que un móvil, una mochila y un peinado infrecuente: podrían pasar por estudiantes de cualquier otro lugar del mundo, salvo quizá de España: al fin y al cabo, los universitarios cubanos se muestran afables y parecen bien educados.

En la parte de la plaza que conecta con la escalinata de la universidad había un ir y venir de gente y micrófonos. Se preparaba allí un estrado. Mientras tanto, la megafonía propagaba canciones de Silvio Rodríguez sin ningún reparo. Los jóvenes reproducían por su parte el ambiente que se espera de un campus: charlas, corrillos, risas, tonteos. Algunos se acercaban a un panel situado bajo la facultad de Derecho y escribían en él unas palabras para Fidel. Otros se acercaban a un puestito improvisado y compraban dulces y refrescos.

Hasta que sonó una corneta. Fue una corneta tocando a alguna de esas cosas misteriosas a las que tocan las cornetas en los ejércitos. Entonces, la juventud se puso en pie. Yo también lo hice, pero no por joven, sino porque pensé que pasaba algo. Al ponerme de pie, me di cuenta de que los jóvenes, además de en pie, estaban en posición de firmes. Ya no se parecían a universitarios de cualquier otro lugar del mundo. La Bayamesa, el himno de Cuba, sonó en la universidad, donde se había impuesto un silencio inmenso.

Confesaré que si, estando allí, entre tanto joven y en mitad del himno, algún grupo de exaltados propone volver a Sierra Maestra o poner el 'Granma' esta vez rumbo a Miami, yo creo que me pierdo y derivo en guerrillero. Durante un segundo, la emoción que sacudió el ambiente en la universidad de La Habana fue de una intensidad y una pureza infrecuentes. Lástima que estas cosas duren poco y vengan siempre acompañadas del desastre. Con mucha frecuencia, el desastre adopta la forma de un orador.

En esta ocasión, el orador desastroso fue un estudiante que se dirigió a sus compañeros refiriéndose a la universidad que comparten como «nuestra alma mater». También insistió mucho en que el llenazo que se estaba viviendo en el campus era un fenómeno del todo impremeditado. «Ha sido una respuesta natural, espontánea», dijo. «Nosotros no hemos convocado nada», añadió. Lo increíble es que medio minuto después el mismo estudiante avisaba de que al día siguiente tenían «otro acto aquí convocado» y recalcaba la necesidad de actuar como «un bloque organizado».

Cuando a continuación un hombre con guayabera y aspecto de mandar mucho cogió el micrófono para recordarles a los universitarios que al acto del martes había que llevar «'pullovers' azules, blancos o rojos», yo comencé a pensar que lo de la espontaneidad igual era una manera de hablar. Por suerte, los estudiantes se pusieron lentamente en marcha y comenzaron a recorrer los tres o cuatro kilómetros que separan la universidad de la Plaza de la Revolución, donde confluirían con las oleadas de gente que ayer acudieron a despedir las cenizas de Fidel Castro.

Fue un arranque de marcha muy bonito. En parte porque te resucitaba las ganas de antes de Sierra Maestra y en parte porque tantísimos jóvenes no pueden caminar en la misma dirección sin contagiarte algo de su alegría. También porque era escaleras abajo y favorecía grandes perspectivas. El espectáculo era impresionante: una multitud avanzando bajo un sol de justicia al encuentro de otras multitudes aún mayores a las que en las cercanías de la Plaza de la Revolución.

«Dame una F...»

Otra cosa es que el ambiente de la marcha universitaria estuviese en consonancia con su objetivo. Quiero decir que muchos estudiantes parecían ir a presentarle sus respetos a Fidel Castro como podían ir a un festival, una excursión o una actividad académica. De un modo correcto pero exento de drama, de épica, de pasión. Yo llegué a pensar en si los cubanos estarán vacunados contra el entusiasmo por su peculiar y matizadísimo sentido del humor. De vez en cuando, un grupo de estudiantes con pancarta coreaba eso de «Dame una F, dame una I...» hasta completar («¿qué dice?») el nombre de Fidel y eran incapaces de no terminar riéndose y haciendo alguna broma, a veces sobre el oído musical de uno, a veces sobre las dificultades de otro para andar y corear al mismo tiempo, a veces sobre el mismo orden alfabético.

Por si les interesa, también se coreó «Se oye, se siente, Fidel está presente», «Fidel, la FEU está contigo», y mi favorita, la de «Pa' lo que quieras, Fidel, pa' lo que quieras», que lleva ritmo como de tambor y presenta un aire zumbón. Llegando a la Plaza de la Revolución, fue curioso observar cómo la cabecera de la marcha estudiantil, que sostenía una enorme bandera cubana y parecía obedecer a una organización más férrea, reaccionaba con renovadas energías a la presencia de un mayor número de reporteros gráficos.

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