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Vecinos del barrio de Ariane hacen compras en el mercadillo semanal, con una iglesia católica al fondo. :: afp
El diamante  de la Costa Azul...

El diamante de la Costa Azul...

Niza recibe cinco al año millones de turistas, atraídos por la mezcla de su deslumbrante pasado aristocrático y su mestizaje cultural

JULIO ARRIETA

Sábado, 16 de julio 2016, 01:47

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«Es un lugar magnífico. El aire es cálido y seco, es el aire del mar del Sur». Así describió la atmósfera de Niza uno de sus visitantes históricos más sorprendentes: Vladimir Ilich Uliánov, Lenin. El revolucionario ruso pasó en 1911 por la localidad en la que, paradójicamente, solía hacer turismo la aristocracia rusa. Se alojó en la pensión Oasis, ahora un hotel de tres estrellas, a poco más de 500 metros del paseo de los Ingleses, escenario del atentado terrorista que segó la vida de 84 personas el jueves. Una anécdota -muy probablemente apócrifa- recoge que a Lenin le preguntaron una vez cómo sería el mundo cuando se impusiera el comunismo: «Será como Niza», respondió. Esta fantástica historia refleja muy bien el espíritu que atrae cada año a 5 millones de turistas hasta esta ciudad y que la convierte en el segundo destino turístico de Francia, solo por detrás de la insuperable París.

Los números cantan. Y en el caso de Niza lo hacen en un tono muy alto: la ciudad absorbe el 41,6% de los 12 millones de visitantes que recibe al año la Costa Azul. Su aeropuerto es el tercero del país, después de los parisinos Charles de Gaulle y Orly. En él operan 57 compañías que trabajan con un centenar de destinos, entre ellos Nueva York y Dubai, y por sus terminales pasan 12 millones de pasajeros al año. La ciudad ofrece cerca de 200 hoteles, con un parque de 10.000 habitaciones. Casi la mitad están en alojamientos de cuatro o cinco estrellas. Y todo ello en una urbe de 342.295 habitantes.

«¿Es el sol, presente 300 días al año, es su riqueza histórica y cultural, que irradia en todo el mundo, son los reflejos cambiantes del mar que la bordea, o son las cumbres que la dominan, su belleza brillante, su acento colorido o incluso la efervescencia que ilumina sus noches?», se pregunta la propia Nice Cote d'Azur, el organismo que promociona el turismo en la zona, una región oficiosa del litoral mediterráneo en el sureste francés que forma parte de los departamentos de Alpes Marítimos y Var y de la región Provenza-Alpes-Costa Azul.

El origen del nombre de esta franja costera, uno de los principales centros mundiales de turismo, no es administrativo. Es literario. El escritor dijonés Stéphen Liégeard lo creó en 1887 para su obra 'Côte d'Azur'. Tanto en francés como en castellano, 'azur' es el término que se utiliza en heráldica para designar el color azul de los escudos nobiliarios. Es un azul noble. El de la aristocracia que puso Niza en el mapa.

Si la emperatriz Eugenia de Montijo lanzó Biarritz a la fama, la no menos imperial reina Victoria de Inglaterra hizo lo propio con Niza, donde disfrutó de cinco veraneos consecutivos. A su muerte, en 1901, la localidad se había convertido en el destino turístico más importante del mundo. Un turismo al que solo tenían accceso las clases más adineradas: la aristocracia y la alta burguesía. Si entre sus muchos atractivos Niza puede presumir de tener una catedral ortodoxa rusa -la primera iglesia de esta confesión erigida en Europa Occidental- es por iniciativa de la zarina Alejandra Feodorovna, esposa de Nicolás I, que quiso agradar así a los numerosos aristócratas rusos que -en este caso- no veraneaban en Niza, sino que 'invernaban' en ella.

Poco después de que fuera anexionada por Francia (en 1860, pertenecía a Saboya), Niza se convirtió en lo que entonces se llamaba una 'estación balnearia' de moda, a la que los adinerados acudían a tomar baños de mar. Florecieron los hoteles y los casinos. Alguno de los primeros, como el Negresco, construido en 1912, son auténticos monumentos, atractivos turísticos en sí mismos. Estos establecimientos, levantados junto al mar, se alinean en el paseo de los Ingleses, que había sido poco más que un sendero hasta que el reverendo inglés Lewis Way impulsara su transformación tirando de su propio bolsillo (de ahí el nombre). Así nació la Niza actual, el diamante de la Costa Azul, un impresionante escaparate palaciego expuesto al mar tras el que se esconde una pequeña ciudad barroca con aires italianos y una moderna y desordenada expansión urbana borrada de las postales.

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