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Tras los pasos de Lucía

Tras los pasos de Lucía

SUR reconstruye la búsqueda de la pequeña a partir de los testimonios de testigos y vecinos. Para que la niña hiciera el recorrido de la hipótesis principal, tuvo que darse un cúmulo de casualidades para que no la encontraran en la batida ni la vieran los residentes de la zona

Juan Cano y Jon Sedano

Málaga

Sábado, 26 de agosto 2017, 00:34

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La noche del 26 de julio, sobre las 23.30 horas, Lucía Vivar desapareció mientras jugaba con sus primos en la terraza del bar de la estación de Pizarra. La última imagen de la niña con vida la captó una de las cámaras de seguridad de Adif que enfoca el último tramo del andén. A las 23.34, la menor entra en el plano. Va corriendo hacia la oscuridad. Después, se frena y comienza a andar hasta que su silueta desaparece tras la caseta que da paso a las vías.

A las 6.55 horas de la mañana siguiente, el maquinista del primer tren de la mañana encontró el cadáver de la niña entre los raíles, en el kilómetro 158.4 del trazado. A 4.200 metros de la estación de Pizarra. Lucía murió a causa de un traumatismo craneal severo y, aparte de algún rasguño o erosiones en las piernas, no tenía otras lesiones de importancia.

Hasta aquí, los hechos. A partir de ahí, el caso de Lucía entra en el terreno de las hipótesis que se sustentan, con más o menos firmeza, en las pruebas. La teoría oficial del suceso, anunciada desde el primer día por las autoridades, dice que la niña se desorientó y caminó siempre hacia la oscuridad hasta que, agotada, se acurrucó entre las vías y fue golpeada por una pieza de la estructura del tren, que no llegó a arrollarla.

SUR ha realizado en varias ocasiones el recorrido que supuestamente hizo la niña y ha elaborado una reconstrucción de la búsqueda de la pequeña a partir de los testimonios de los testigos que figuran en el sumario y de otros tantos ciudadanos que participaron en las batidas, así como de algunos vecinos de las casas que pueblan el trayecto, información que se ha cruzado con las pruebas videográficas del caso.

Antonio Vivar, el padre de Lucía, estaba despidiéndose del camarero mientras le explicaba que debía madrugar al día siguiente para trabajar con un camión. Su madre, Ana, que celebraba su santo, se había levantado para ir a pagar. Al volver, se dio cuenta de que la pequeña no estaba entre ellos. «¡La niña, la niña!», gritó.

El padre y el tío de Lucía recorrieron el primer tramo de la vía minutos después de la desaparición

La primera llamada a la Guardia Civil para alertar de la desaparición quedó registrada a las 23.40. Justo en ese minuto, la cámara de seguridad que grabó a Lucía captó a Antonio adentrándose en las vías; 11 minutos después, volvió sobre sus pasos al no encontrarla en ese tramo del trazado, que además es el mejor iluminado.

Empleados y clientes del bar se sumaron a los familiares para recorrer la estación en busca de la niña. Fueron minutos de confusión, ya que aún no se sabía la dirección que podía haber tomado. Ni siquiera si estaba en las vías. Al principio, la buscaron en ambos sentidos, aunque la mayoría se centró en dirección Cártama, cuando Lucía, supuestamente, había tomado el sentido contrario.

Buena iluminación

A las 23.50 horas, Paco, el hermano de Antonio Vivar, que ronda los dos metros de estatura, empezó a caminar entre los raíles en dirección a Álora gritando todo el tiempo el nombre de la niña y llegó hasta el tanatorio, que está a unos 160 metros del andén, donde esa noche velaban a un difunto y cuya fachada da directamente a las vías. La iluminación, en todo el primer tramo hasta salir de Pizarra, es relativamente buena. Después, cogió el coche y se dirigió al concesionario de Opel, al final del polígono, para seguir peinando las vías.

A las 23.51 horas, las cámaras de la estación captaron un quad conducido por Carlos que se sumó a la búsqueda entrando en las vías en sentido Álora, aunque regresó a las 23.54 al no localizarla. Un minuto después, la primera patrulla de la Guardia Civil llegó a la estación de Pizarra para hacerse cargo del caso.

El restaurante El Rincón del Mohíno, a 500 metros de la estación, estaba lleno esa noche (se habla de un centenar de personas). Las mesas están a unos 20 metros de las vías, pero había gente esperando su turno junto a la alambrada, que está a menos de cinco metros de los raíles. Nadie vio ni escuchó a la niña al pasar por allí.

A las 00.20, Antonio Jesús, al que todos conocen por el apodo de Futre, tomó esa misma dirección junto a otro vecino hasta el primer puente de entrada a Pizarra, al que llegaron a las 00.50. Ahí se dieron la vuelta y regresaron a la estación. El puente está a unos 980 metros de la estación. Hasta ese punto, es imposible para una niña abandonar el trazado de las vías, que están cercadas por alambrada. Pero justo ahí no solo es posible salir, sino que además hay una vivienda. Antonio y su mujer cenaban esa noche junto a unos amigos en el porche, que está pegado a las vías, de las que solo les separaba un tupido cañizo. A las 00.20 horas, la pareja salió de la casa y acompañaron a sus amigos hasta el coche, que estaba aparcado fuera, a cinco metros de las vías. Después, volvieron, quitaron la mesa, se ducharon y, a las 00.40, regresaron al porche, donde vieron a varios guardias civiles por el puente iluminando con linternas. Al enterarse de lo ocurrido, se sumaron a la búsqueda. Otro dato. Aquella noche, su labrador no ladró ni antes ni durante la cena, pese a que siempre lo hace cuando alguien pasa por los raíles del tren.

A la 01.00, David, que es militar, inició el recorrido a pie desde el puente de las vías sobre el río Guadalhorce, a 1.200 metros de la estación, en dirección a Pizarra. Justo a esa misma hora, a su padre, Gabriel, se le cortaba el agua mientras regaba su campo, que está a 2,3 kilómetros de la estación, en dirección Álora, también junto a la línea del ferrocarril. Según afirma, se ausentó de su parcela solo entre la una y las dos para reparar la avería y después siguió regando hasta las tres de la madrugada. Tampoco vio ni escuchó nada.

Otra vecina del pueblo, Desiré, asegura que echó a andar a la 01.00 desde la estación pizarreña siguiendo siempre la referencia de los raíles del tren. Llegó hasta el paraje conocido como Huertas de Rocha, a unos tres kilómetros, y volvió al no encontrar ni rastro de la niña. Gema y su marido, que llegaron a la estación a la 01.20 horas, usaron la cámara de su dron para buscarla, con el que recorrieron un kilómetro de la vía en cada sentido, pero solo vieron a los voluntarios intentando hallar a la pequeña.

Juana vive muy cerca de la parcela que regaba Gabriel. A la 01.45 se despertó sobresaltada al escuchar ladrar a sus perros y también a otros de la zona. Desde su casa, escuchó una voz ronca hablando en el exterior, pero no logró distinguir lo que decía. Cerca de allí, a unos 2.100 metros de Pizarra, Rubén y sus amigos empezaron a caminar a las 3.30 horas desde un puente situado junto a una granja de cerdos, y llegaron al pueblo sin cruzarse con nadie por el camino.

A las 05.02, Inma, que vive a 300 metros del lugar donde se halló el cadáver de Lucía, se despertó al escuchar la alarma de su Seat Toledo, que saltaba por primera vez en 16 años. Sus perros comenzaron a ladrar, así que su marido bajó a desconectarla y a cambiar el coche de sitio. Lo siguiente que oyeron, al volver a la cama, fue un sonido extraño, como si alguien pisara un objeto de plástico. Tras el sobresalto, el padre de Inma, que vive en una casita anexa, se quedó despierto para ver el partido entre el Real Madrid y el Manchester City. Pese a que su ventana está a 15 metros de los raíles, no vio ni escuchó nada el resto de la noche. Hasta que, a las 06.55, vio el tren detenido en mitad de la vía.

Para que Lucía llegara hasta allí, caminando 4.200 metros sobre balastos, siempre entre los raíles, con una visibilidad lunar del 8,4%, hubo de producirse, además, un cúmulo de casualidades, teniendo en cuenta siempre la veracidad de todos estos testimonios, recabados por este periódico en los últimos días. De ser así, Lucía tuvo que correr tanto al principio que ni su padre ni su tío la alcanzaron; dejar atrás el tanatorio y El Rincón del Mohíno sin que nadie la viera ni escuchara, cuando era una niña «muy habladora para su edad», según sus padres; pasar por la casa de Antonio entre las 00.20 y las 00.40; atravesar la parcela de Gabriel entre la 01.00 y las 02.00; y pasar junto a la casa de Inma antes de las 5.02, quedándose dormida a solo 300 metros de la vivienda sobre las vías del tren.

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