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Corriente entrañable la que, como antaño, une a estas tiendas con las pequeñas industrias de la Serranía.
INDUSTRIAS QUE NUNCA SE FUERON DEL TODO

INDUSTRIAS QUE NUNCA SE FUERON DEL TODO

No deja de sorprender la supervivencia todavía de pequeños comercios de alimentación, en otros tiempos tan numerosos, teniendo en cuenta que vino a arrasar con ellos la voracidad insaciable de las grandes superficies

A. GARRIDOESCRITOR

Lunes, 4 de diciembre 2017, 01:29

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Una cierta y silente angustia abruma a este domingo otoñal, presente en un apabullante estallido de desmesurada luz que parece buscar un lugar donde aposentarse, sin conseguirlo. No es temprano ni tampoco tarde, indecisión que no afecta ni a la rotundidad ni al sosiego de las calles vacías, si no fuera por la concurrencia, no muy lejos de donde vivo, de varias personas a las puertas de una pequeña tienda, esperando les llegue su turno.

No deja de sorprender la supervivencia todavía de estos pequeños comercios de alimentación, en otros tiempos tan numerosos, teniendo en cuenta que vino a arrasar con ellos la voracidad insaciable de las grandes superficies, y, por lo demás, entre otras cosas y afecciones, hacer tabla rasa de una pequeña economía que aparte de dar de comer a un buen número de negocios familiares, en la ciudad quedaba su beneficio, grande o no tan grande.

A costa de indecibles madrugones y velas, incluso los festivos, para que estén de par en par las minúsculas puertas de sus comercios, cuando ninguno otro lo están, acogiendo a una mano de obra que se levanta con los gallos, o en los domingos como hoy, cuando todo comercio se clausura, viven estas sufridas empresas familiares, una o dos por barriadas o agrupación mayor de manzanas.

Pero, aun, lo que es de admirar, dentro de la modestia de su azaroso funcionamiento, se las ingenian para, a la vez, echar una mano a muchas otras pequeñas industrias de la Serranía o de la misma Ronda, de similares presupuestos a los suyos, que sin tener acceso sus productos a los supermercados, y no por su carestía desde luego, aquí sí que lo encuentran.

Sin ir más lejos, cuidadosamente apiladas en su oblongo mostrador, se muestran en la Panadería de Paqui un cerro de bandejas con un fino abrigo que deja ver su apetecible contenido. Sin citar nada más que algunos, para no empachar con la imaginación a los golosos: pestiños de miel, roscos de hojaldre y dulces de crema, de Setenil; piononos, petisús de crema, roscos fritos o tortitas de ajonjil, de Olvera; suspiros y otras gollerías con el nombre de Rosarito, de Alcalá del Valle; o picos, con la dureza y forma de pequeños bastones, de Becerra, de Ronda.

Como si no hubieran pasado los años, hay una corriente entrañable y hasta mística, si se quiere, en este ir y venir de productos, en un afán que, antaño, con muchas razas y culturas, llenó siglos, senderos y un trajinar de acémilas, imprescindibles para salvar las abruptas distancias entre pueblos serranos y Ronda. Que hoy, una pizca de todo eso, con otros medios, perviva, grato es para la pequeña historia de estas tierras, y el recuerdo de lo que fue y no del todo se ha ido.

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