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«Es imposible que mi hija Lucía haya hecho este recorrido de noche y sin luz»

«Es imposible que mi hija Lucía haya hecho este recorrido de noche y sin luz»

En sus rostros se mezclan el dolor y la impotencia con la incertidumbre sobre lo que pasó aquella noche, la del 26 de julio, que han repasado mil veces en sus cabezas. Antonio y Almudena, los padres de Lucía, recorren los 4.200 metros que supuestamente caminó su hija por las vías del tren. Buscan respuestas. SUR los acompaña en el trayecto

Jon Sedano y Juan Cano

Málaga

Domingo, 27 de agosto 2017, 00:42

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«No tendré una carrera, pero no soy tonto. Las cosas no cuadran. Solo quiero saber qué ocurrió realmente con mi hija». Antonio Vivar se muestra tan entero como lo puede estar alguien que lleva dos semanas a base de tratamiento y yendo al psicólogo para intentar superar lo que se le ha venido encima. Junto a él, su mujer, Almudena Hidalgo, está preparada para volver a hacer –«las veces que haga falta», recalca– el recorrido que supuestamente hizo la pequeña Lucía. «No es normal que a la dueña de la casa que hay junto al lugar donde encontraron a mi hija nadie le haya preguntado nada». Impotencia, muchas dudas y dolor es lo que se refleja en sus caras.

Ya han hecho el camino con familiares y amigos varias veces desde que su pequeña desapareciera el 26 de julio, pero esta noche lo realizan de nuevo junto a su abogada, Ana Belén Ordóñez, y un criminólogo. «Es imposible que una chiquilla tan pequeña anduviera sola todo este camino, cuatro kilómetros... », repite una y otra vez Francisco Hidalgo, el abuelo materno. «Recuerdo el momento como si fuera ayer. Estaba sentado en el sofá y escuché sonar el móvil lejos. No me dio tiempo a cogerlo. Luego sonó el de mi mujer y pensé: algo está pasando. Cuando descolgué escuché la voz de mi hija llorando: ‘Papá, la niña, ven corriendo que me han robado a la niña’. Me descompuse al oírla. Salí corriendo de casa a medio vestir y perdí hasta las llaves del coche».

«Todo es muy extraño y el suceso está lleno de incógnitas». La frase resuena como un mantra cada ciertos metros mientras la familia recorre los cuatro kilómetros de vías en plena noche, desde Pizarra hasta el punto kilométrico 158.4. Al llegar a la estación, a las 23 horas aproximadamente, la abogada de la familia mide junto a Paco Vivar, tío de la pequeña, la distancia que hay desde el suelo hasta lo que serían los bajos del tren (30 centímetros). «Hace años los yonquis se tumbaban ahí, entre los raíles, y el tren les pasaba por encima. Lo hacían por diversión», comenta Paco, que no está nada de acuerdo con la hipótesis oficial.

La noche vuelve a jugar en contra. El fatídico día la luna era visible al 9% y esta noche lo es al 72%. Pero además, hay nubes que reflejan la contaminación lumínica de los pueblos cercanos y la claridad es mayor. «Aquella noche no se veía nada, el cielo estaba totalmente oscuro», apunta Almudena. Comenzamos el trayecto. «Apagad las luces por favor, quiero hacerme una idea de lo que se ve sin ellas», indica el criminólogo, que en lugar de llevar botas o zapatillas, como el resto, va con chanclas para hacer el recorrido tal y como, según la investigación, debió de hacerlo la pequeña Lucía. «Aun así, las de la niña eran mucho más abiertas, eran las típicas con dos tiras unidas por velcro», le comenta Ana Belén Ordóñez.

«Mira que podíamos haber ido a otro bar, pero tuvimos que ir a ese; ¿por qué no fuimos a otro?»

Antonio Vivar, Padre de Lucía

«¿Veis esa luz roja? Justo por ahí el perro de búsqueda del bombero dejó de seguir el rastro. Se puso a ladrar junto al muro». Rubén Sánchez, uno de los voluntarios en la búsqueda, señala un semáforo que hay en las vías a unos 100 metros de la estación.

Continuamos andando. «Es imposible que hiciera este recorrido de noche y sin luz... Imposible. Salimos nada más desaparecer la pequeña y aquí no estaba», se repite una y otra vez el padre de la pequeña. La cámara de ADIF así lo atestigua. La grabación muestra a la niña andando a las 23:35, mientras que cinco minutos después se ve al padre pasar por el mismo lugar, y después de él, a varios adultos. «¿Ves ese restaurante? Teníamos pensado haber venido a él, pero estaba lleno. Había más de 100 personas ese día, por lo que pensamos en otro establecimiento y, como estaba cerrado, al final decidimos ir a La Estación. Mira que podíamos haber elegido cualquier otro bar, pero tuvo que ser ese. ¿Por qué no fuimos a otro?». El tono de tristeza con la que esas palabras salen de la boca de Antonio Vivar es demoledor. El local que indica se llama El Rincón del Mohíno y aunque no se sabe la cantidad de reservas que hay hoy, en el exterior hay unas 10 mesas llenas de gente. Con una visión directa e iluminada hacia las vías del tren.

La cámara de Adif que grabó a la pequeña andando por el andén pierde a la niña cuando pasa por la caseta de la foto de arriba. Las traviesas de las vías tienen cables y desniveles que dificultan el camino al andar sobre ellas. La baja iluminación que hay una vez pasado Pizarra hace que sea muy fácil tropezarse al no ver lo que hay delante. SUR
Imagen principal - La cámara de Adif que grabó a la pequeña andando por el andén pierde a la niña cuando pasa por la caseta de la foto de arriba. Las traviesas de las vías tienen cables y desniveles que dificultan el camino al andar sobre ellas. La baja iluminación que hay una vez pasado Pizarra hace que sea muy fácil tropezarse al no ver lo que hay delante.
Imagen secundaria 1 - La cámara de Adif que grabó a la pequeña andando por el andén pierde a la niña cuando pasa por la caseta de la foto de arriba. Las traviesas de las vías tienen cables y desniveles que dificultan el camino al andar sobre ellas. La baja iluminación que hay una vez pasado Pizarra hace que sea muy fácil tropezarse al no ver lo que hay delante.
Imagen secundaria 2 - La cámara de Adif que grabó a la pequeña andando por el andén pierde a la niña cuando pasa por la caseta de la foto de arriba. Las traviesas de las vías tienen cables y desniveles que dificultan el camino al andar sobre ellas. La baja iluminación que hay una vez pasado Pizarra hace que sea muy fácil tropezarse al no ver lo que hay delante.

Hay ciertos puntos antes de salir de Pizarra donde las dudas se reflejan mucho más en la conversación que llevan los familiares y acompañantes. La pasarela verde por la que un adulto puede llegar a acceder a las vías, el mencionado restaurante y la zona de los polígonos industriales sirven de antesala para el primer lugar en el que nos detenemos: las últimas casas del municipio. Están a siete metros de donde pasa el tren y se puede salir perfectamente hacia ellas, ya que no hay vallas y el camino es de arena. «Resulta que esa noche la familia estaba cenando aquí y tenían las luces del interior encendidas. Pero no escucharon nada», comenta Paco poco antes de decir que en cuanto esos vecinos se enteraron de la desaparición, sobre la 1 de la madrugada, salieron de la casa a buscar por la zona.

Cuidado con el puente

A unos metros comienzan a escucharse los primeros avisos de los que van delante, los dos abuelos de la pequeña y un amigo de la familia: «Cuidado con el puente, que hay una parte que no tiene vallas y es muy peligroso». Efectivamente, en la zona izquierda, en sentido Álora, no hay ningún muro junto a las vías y la caída es de unos diez metros. Atrás quedan las últimas luces del pueblo. Al frente, la oscuridad. «¿Tú crees que una niña perdida iba a ir hacia la oscuridad en lugar de hacia la luz?», razona la abogada de la familia.

Desde que nos adentramos en la zona de campo la banda sonora del resto del camino es el ladrido de los perros. ¿La niña les tenía miedo? Antonio nos saca de dudas: «Mi suegro tiene un campo con varios perros grandes y Lucía estaba acostumbrada. No la dejábamos que jugara sola con ellos, porque es muy pequeña, pero les llamaba y les acariciaba sin problema».

«Somos una familia humilde, no queremos salir en la tele, y menos por esto, pero nos ha tocado»

Almudena Hidalgo, Madre de lucía

«¡Cuidado!», se escucha por delante. Los tropiezos empiezan a ser habituales. Desniveles en las traviesas de la vía, cables, socavones y hasta los balastos dificultan cada vez más el recorrido. De noche, la única forma de llegar hasta el punto en el que encontraron a la niña sin sufrir un accidente es seguir las vías sin salirse de ellas en ningún momento. Si no lo haces puedes caer por el puente o en cualquiera de las zanjas que hay a ambos lados durante casi todo el recorrido. «Que no, que no, que es imposible que mi pequeña fuera por aquí sola y que encima no tuviera ningún rasguño en las manos por caerse», se dice a sí mismo en voz alta una y otra vez Francisco. Aunque el abuelo de Lucía demuestra ser un hombre de carácter, con aguante, llega un momento en el que la presión de la situación le sobrepasa. Recuerda los graves problemas de salud que se han dado en su familia y se pregunta por qué le ha tenido que pasar esto a él. «Todavía la veo diciéndome ‘abuelo, abuelo, vamos a jugar con los quecos (muñecos)’; yo le decía que uno olía muy mal, porque no se duchaba y ella se reía. Era una niña buenísima. No me explico cómo alguien le ha podido hacer esto».

Los minutos pasan. Nos detenemos en ciertos puntos mirando las casas colindantes que hay junto a las vías. Cada cierto tiempo, alguno se tropieza porque los pies no están acostumbrados a caminar sobre este tipo de piedras, de superficie lisa, pero de cantos puntiagudos. La grasa de las propias vías y una gran cantidad de animales muertos van apareciendo cada ciertos metros. «Si la pequeña se topó con uno de estos (señalando a un cachorro de pastor alemán en estado de descomposición), tal vez echaría a correr o se daría media vuelta», apunta la abogada.

Trenes

«Aquella noche le dije al guardia civil con el que hablé: o paráis los trenes o me pongo yo mismo delante de la vía para que no pasen. Pero me dijo que ya habían dado el aviso para que no pasara ningún tren», explica con tristeza Francisco. Almudena se suma: «No entiendo por qué no pararon los trenes sabiendo que mi hija se había perdido en la estación».

«Era una niña buenísima, todavía no me explico cómo alguien le ha podido hacer esto»

Francisco Hidalgo, Abuelo de lucía

Los hitos kilométricos van sucediéndose y estamos ya a unos 500 metros del punto 158.4. Almudena da su opinión sobre el circo mediático que se ha creado en torno al caso: «Somos una familia humilde, no queremos salir en la tele y menos por esto, pero tristemente nos ha tocado. Durante estos días no han parado de llamarme e incluso ‘pincharme’ para que les dijéramos cosas. De hecho, ya no entro a las redes sociales. Prefiero mantenerme al margen».

Llegamos al lugar en el que encontraron a la pequeña la mañana del jueves 27 de julio. Son aproximadamente las dos de la madrugada. Unas luces de linterna se van acercando hacia nosotros. Pertenecen a dos guardia civiles que están revisando la zona. Saludan a la familia y hablan con ellos. En ese momento otro coche se detiene en el camino junto a la vía. Es otro agente que vive en la zona y va de vuelta hacia su domicilio. «Todavía me acuerdo de aquel día. Cuando regresé hacia mi casa a eso de las 6 de la mañana, después de estar buscándola, pasé por aquí, pero no vi nada».

«Si la niña se topó con un animal muerto, tal vez se hubiese dado media vuelta»

Ana Belén Ordóñez, Abogada

Los agentes continúan su camino. La familia se acerca al punto exacto en el que encontraron a la pequeña. Antonio comienza a levantar algunas piedras. En cuanto quita cuatro o cinco aparecen varias con manchas de sangre, ya seca. «Antonio, déjalo, no te tortures más», le dice Ana Belén. Almudena en cambio, se ha quedado apartada. No puede con la situación.

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