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Luis Baz, vecino de Villanueva de Tapia, señala los estragos de la plaga en los muebles de su taller.
Villanueva de Tapia le declara la guerra a la invasión de termitas

Villanueva de Tapia le declara la guerra a la invasión de termitas

Los vecinos del municipio se enfrentan a una plaga de termitas con un tratamiento cuya efectividad se podrá valorar en un año

Iván Gelibter

Viernes, 3 de febrero 2017, 00:46

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Luis tiene una casa en una de las zonas más importantes de Villanueva de Tapia. En una esquina de la Plaza de España, este jubilado, que regentó durante muchos años una ferretería, ocupa parte de su tiempo en lo que antaño era su negocio. Nada más entrar en este taller, invade un olor característico en forma de maquetas de barco: es la madera, el alimento de una plaga de termitas que ha hecho mella en muchos de los muebles que descansan en esta habitación desde hace 50 años. «Yo suelo pasar mucho tiempo en el taller», explica. «Desde que cerré la tienda, y una vez que mis hijos se fueron de casa, comencé a pasar mucho tiempo con mi afición favorita, construir maquetas de barcos con madera».

Esa suerte de pasar buena parte del día ocupado en la construcción de maquetas fue lo que permitió que un día, «como quien no quiere la cosa», se diera cuenta de que una parte de lo que hace años fue un mostrador tuviera evidentes signos de que estos insectos estaban haciendo de las suyas. «Rápidamente me compré un espray y comencé a esparcirlo por todas aquellas zonas en las que se notaba que las termitas habían pasado, y en un tiempo observé que al menos la plaga no había ido en aumento», relata mientras señala las heridas en la madera.

Alerta

Aunque dice que puede parecer una exageración, usó para ello «unos 30 o 40 botes de espray», pero viendo que se trataba de un problema generalizado, alertó al Ayuntamiento. «Allí nos reunieron y nos explicaron cómo sería el sistema. Vinieron los expertos a casa y me felicitaron por haber parado la plaga, pero me recomendaron que una vez pusieran el veneno, tenía que dejar de usar mi método», cuenta. «Ahora toca esperar un año para ver si las termitas desaparecen, y aunque aún no sepamos cuánto nos va a costar, esperamos que el Ayuntamiento o alguien nos pague parte del tratamiento», concluye Luis, no sin antes mostrarse «esperanzado», porque dice que esta empresa ha trabajado en otros pueblos cercanos con el mismo problema y que, según le han dicho, han conseguido erradicarlas. Emilia, otra de las vecinas de la que ya algunos llaman la calle de las termitas, lo dice muy claramente tras abrir amablemente la puerta de su casa. «Esto que ves es todo hecho de nuevo; he tenido que reformar la casa para que no se me viniera abajo», señala. Tal como afirma en su relato, un día decidieron hacer obras y llamaron a un albañil para explicarle qué querían cambiar de su domicilio. «Yo vi que pasaba algo raro desde el principio, porque el albañil quiso hablar con mi hijo, evidentemente para no darme el disgusto a mí directamente». La planta de arriba estaba totalmente tomada por las termitas, y lo que iba a ser una pequeña reforma se convirtió en algo mucho más grande. «Pero fíjate qué bien ha quedado», dice con una sonrisa.

Adora, que también vive en esta calle okupada por las termita, apunta por su parte que ella se considera «relativamente afortunada». «Frente a mi casa; a un lado y al otro; por todas partes hay termitas, pero por suerte de la mía sólo han querido la puerta de entrada, que no cierra bien», asegura, tras reconocer que otros «han tenido que rehacer la casa». Asolados por los insectos, los vecinos de Villanueva de Tapia (unos 60) confían ciegamente en el tratamiento, que tiene como base destruir a la reina. «Hay que ir a por ella», sentencia Luis.

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