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La comarca es un punto de atracción para gente joven que busca cambiar de vida.
La huerta de Málaga reverdece

La huerta de Málaga reverdece

El valle del Guadalhorce se ha convertido en uno de los focos más dinámicos del país para la agricultura ecológica. El auge de la producción ‘bio’ devuelve valor económico a una actividad que había quedado relegada y atrae población joven a esta zona rural

Nuria Triguero

Lunes, 14 de septiembre 2015, 00:49

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Noa corre descalza por el huerto, encuentra un higo y lo devora con un deleite que sorprendería a muchos padres urbanitas. A sus casi tres añitos, lo que más le gusta curiosamente es la verdura que ejerce de enemigo público para la mayoría de los niños: los guisantes. Su padre, Juan Luis García, le hizo para su cumpleaños una tienda tipi con estas plantas trepadoras. «A los niños les viene muy bien criarse en el campo. Aprenden a ser pacientes, a que hoy pueden comerse esas tres fresas que ya están rojas, pero si quieren más deberán esperar a mañana», cuenta su madre, Cristina Lucas, de 37 años, que hasta hace tres años trabajaba y vivía en el centro de Sevilla, al igual que su pareja, ingeniero en la Renault. Ambos sintieron la llamada del campo, que no de la selva, cuando concibieron a Noa. Y acabaron afincados en Coín, donde cultivan un huerto del que se autoabastecen y en el que organizan cursos de agricultura ecológica. A finales de este mes inician una nueva edición (su web es www.cursoagriculturaecologica.com).

Cristina y Juan Luis no se sienten bichos raros en el valle del Guadalhorce. No son los únicos jóvenes que emigran de la ciudad al campo, haciendo el camino inverso al que miles de habitantes de esta zona rural han emprendido durante muchas décadas. Ellos lo han hecho buscando un cambio personal, al igual que lo hicieron hace quince años los fundadores de Caña Dulce, una finca de Coín dedicada a la permacultura: una filosofía de vida que engloba desde agricultura sostenible hasta bioconstrucción y yoga. Pero en el auge eco que vive esta comarca malagueña confluyen otros perfiles: quienes buscan una alternativa de autoempleo, quienes deciden poner en valor la huerta familiar para tener una fuente de ingresos complementaria y agricultores de toda la vida reconvertidos al estándar de producción ecológica por motivos de rentabilidad.

La llamada huerta de Málaga reverdece gracias al auge de la producción ecológica, que ha devuelto valor económico y autoestima a una actividad antes denostada. Dos hechos evidencian la efervescencia de la agricultura bio. Uno: cada curso que se organiza sobre esta materia dirigido a profesionales concita a no menos de 70 asistentes. Y dos: vuelve a haber compraventa de tierras en la comarca. El gerente del Grupo de Desarrollo Rural (GDR), Sebastián Hevilla, cita el caso de un agricultor que ha ido comprando y alquilando fincas hasta gestionar ya más de cuarenta. Además, destaca que el sistema «está tramando y se está generando tejido empresarial». Y es que alrededor de la huerta eco de Málaga hay empresas de suministros, de abonos, industria transformadora que elabora pan, conservas, aceite o queso...

Unidos en cooperativa

Es sintomático el volumen que mueve la cooperativa Guadalhorce Ecológico, nacida de la asociación del mismo nombre, que agrupa a una veintena de productores y da trabajo ya a cinco personas en sus instalaciones, ubicadas en Alhaurín el Grande. El presidente de esta sociedad agraria, Miguel Angulo, destaca el crecimiento «tanto en producción como en consumo» que se está registrando en los últimos años y destaca el efecto dinamizador de esta revolución eco. «Las pequeñas huertas, que antes estaban en mano de intermediarios o mayoristas que marcaban el precio y se quedaban con todo el valor añadido, ahora venden su propio producto directamente al punto de venta o al consumidor. Recuperan el control», explica. Pero no es sólo eso: «Se están recuperando variedades autóctonas que tienen una calidad extraordinaria, como el tomate huevo toro; se han creado puestos de trabajo; se está formando gente joven en agricultura...», desgrana.

Sebastián Hevilla añade un factor no menos importante: la autoestima. «Todo este boom está creando ilusión y al final eso es lo que marca la diferencia. La gente ve que puede quedarse aquí, que hay futuro. Recuerdo que en la primera jornada formativa que organizamos en el grupo de desarrollo rural sólo había viejos. Ahora vienen sobre todo jóvenes», afirma.

Hay un logro trascendental en esta historia de recuperación de la huerta tradicional: el consumidor malagueño por fin se ha animado a comprar producto de su tierra. Quien se mueve en el mundillo agrario sabe la importancia y la dificultad de este hito porque Málaga ha sido siempre un mal mercado para la fruta y verdura no ya ecológica, sino de calidad. «Nuestros mejores productos siempre se han ido fuera porque el malagueño sólo miraba el precio», apunta Hevilla. Así, al principio la producción ecológica del Guadalhorce iba directamente a la exportación o, como muy cerca, al norte de España.

Pero eso ha cambiado. Y lo ha hecho en gran parte gracias a los mercadillos impulsados por la asociación Guadalhorce Ecológico, que han ido sembrando una semillita en las conciencias de los consumidores malagueños. Esta experiencia, que hoy ya se extiende a seis municipios de la provincia de manera regular (en Málaga o en Marbella ya hay dos al mes), comenzó en Coín hace casi una década. Entre 15 y 22 productores de la comarca participan en estos puntos de encuentro con los consumidores. «Son muy importantes porque sirven para que el comprador le pone cara al agricultor y se entere de cómo se produce ese tomate o ese queso que se va a comer», destaca Hevilla.

A raíz de estos mercados itinerantes ha surgido otro canal de comercialización directa que es novedoso en Málaga: el reparto a domicilio de cestas de fruta y verdura de temporada, bien de forma individual o por medio de asociaciones o grupos de consumo. «Es una experiencia que va extendiéndose boca a boca. Cada vez más gente se organiza en centros de trabajo, por ejemplo, para hacer pedidos semanales o quincenales» apunta Hevilla. «Se ha avanzado muchísimo en Málaga, aunque todavía nos queda mucho para parecernos a los vascos o los catalanes, que es donde más se consume ecológico», añade Miguel Angulo. Más de la mitad de la producción que comercializa la cooperativa bio del Guadalhorce sigue yéndose al norte de España, donde están muy instaurados los ya mencionados grupos de consumo.

Preocupación por la salud

En esta popularización de los productos bio pesan varias tendencias, como la creciente preocupación por la salud, el auge de la gastronomía y la labor pedagógica que han hecho cocineros malagueños de prestigio respecto al consumo de productos locales. Sin olvidar un factor fundamental: la apuesta por precios moderados. «Eso de que os productos ecológicos son caros tiene mucho de mito. Hace ya tiempo hicimos un estudio en Málaga que reveló que la fruta y verdura que venden nuestros agricultores no es más cara que la de las grandes superficies», asegura Hevilla.

Tales dimensiones está cobrando el planeta eco del Guadalhorce que los más veteranos tienen cierto miedo a que los oportunistas que se acercan al olor del negocio acaben desvirtuando el modelo. Pepe Urbano es uno de ellos. Él y su familia montaron la primera granja de gallinas ecológicas de la provincia. Su finca, llamada Río Grande, está en Coín y combina el cultivo de nueces pacanas con la producción de huevos procedentes de gallinas «felices», o sea, criadas en libertad. «Lo ecológico se ha convertido en una moda: los hay que van sólo a por el sellito. Yo creo que hay que estar convencido», opina este expintor de coches de lujo que decidió dejar su trabajo hace casi veinte años para cumplir su sueño: vivir de las dos hectáreas de tierra que le dejaron sus padres. Hoy ya se ha asegurado el relevo generacional: su hija, que estudió Empresariales, y su yerno han decidido dedicarse también al negocio familiar.

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