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Lara Stone es la modelo fetiche de Calvin Klein. Su última campaña, con Justin Bieber en paños menores, ha hecho furor. También es una de las predilectas de Tom Ford.
La sobria madurez de Lara Stone

La sobria madurez de Lara Stone

La top holandesa estuvo a punto de tirar su carrera por culpa del alcohol. La última y provocadora campaña de Calvin Klein la dispara al estrellato

luis gómez

Jueves, 29 de enero 2015, 01:54

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Lara Stone es la modelo de la diastema. La chica de los dientes separados que sin hacer demasiado ruido se está zampando a todas las compañeras de generación y taponando la entrada de savia nueva en las pasarelas. Con su aspecto serio -«la naturaleza no me dotó de un rostro alegre», subraya-, se ha ganado a las firmas más importantes del mercado hasta el punto de convertirse en una de las top mejor pagadas del mundo. Prada, Versace y Dolce&Gabbana la adoran y Tom Ford la convierte en icono sexual siempre que puede.

Pero si hay una marca con la que mantiene una relación casi íntima es Calvin Klein. Ha sido protagonista de muchas de sus campañas de lencería. La modelo holandesa afincada en Londres aparece estos días encaramada en gigantescas vallas publicitarias de todo el mundo mostrando la última colección de ropa vaquera e interior del diseñador norteamericano junto a Justin Bieber. Modelo y cantante se prodigan miradas cómplices en un seductor juego de deseo con posturas de lo más provocativas. Algo que no ha gustado a muchas fans del cantante, que se lo han hecho saber dirigiéndola amenazas de muerte. Pero a Lara, extraordinariamente sexy, pocas cosas la asustan.

Felizmente casada con David Walliams, un corrosivo humorista británico, disfruta a sus 31 años de una serena madurez. Pero no siempre fue así. Hace seis años estuvo a a punto de echar a perder su carrera, como tantos otros diseñadores y maniquíes, por culpa del alcohol. Con su rostro de muñeca, Stone confesó sus adicciones en 2009, año que le sirvió de punto de inflexión. Lo hizo en la revista Vogue, biblia de la moda, y no calló nada. Dijo lo que todo el mundo sabía en el mundo de las pasarelas: «Soy una completa alcohólica. Me era tan fácil decirle a alguien 'tráeme una botella de vodka', para que esa persona fuera corriendo a traérmela», desveló. A diferencia de compañeras a las que han tenido que llevar casi a rastras a clínicas de desintoxicación en contra de su voluntad, Lara nunca llegó a tocar fondo, pese a reconocer que el alcohol la volvía «agresiva».

«No me arrancaría la cabeza»

Fue ella misma la que se dio cuenta de que debía ponerse en manos de especialistas: «Ir a un centro de desintoxicación es la mejor decisión que he tomado nunca». Definió los seis meses que pasó en un centro de rehabilitación de Sudáfrica «como los mejores de su vida». En un ejercicio de enorme sinceridad, reconoce que había coqueteado con el «mundo de las drogas», si bien recalcó que nunca le llegaron a suponer un problema. «Yo he probado todo lo que había por probar en Holanda», desveló. Sin embargo, el deseo de salir del pozo le evitaron los escándalos que han manchado las carreras de, por ejemplo, Naomi Campbell o Kate Moss. «Nunca quise ser esa modelo drogadicta, la típica que se arrancaría la cabeza por una raya de coca», subrayó. Lo curioso es que cuando se puso en tratamiento no pensaba en rehabilitarse «de forma definitiva», sino en dejar el alcohol durante solo un mes. «Después volvería a beber otra vez. Creía que serían unas vacaciones, que me iba a sentar en la playa y relajarme. Una vez allí todo fue un poco distinto».

La terapia, que incluyó el toque de bongos y sesiones que le sirvieron para exteriorizar sus emociones, surtió efecto. Para su banquete nupcial, celebrado en el exclusivo hotel londinense Claridges, la musa de Riccardo Tisci, director creativo de Givenchy, cambió el champán por palomitas para realizar el tradicional brindis. Con la rehabilitación multiplicó su cuenta corriente, ya que le llovieron sustanciosos contratos. Al poco de salir de la clínica, Louis Vuitton prescindió de Madonna y la eligió embajadora de la casa francesa. También es embajadora de L'Oréal. Al igual que ha hecho con otras ovejas descarriadas, la industria textil también la indultó. Su larga melena rubia y 180 centímetros de altura nunca han dejado de cotizar al alza. Le ayudaron también unas curvas rotundas descubiertas por un cazatalentos en el metro de París cuando solo tenía quince años. Stone encontró posiblemente en las pasarelas un modo de corregir su convulsa etapa de adolescente. Expulsada de la escuela, se consideraba una «chica mala» que no aceptaba «muy bien la autoridad» y solo pensaba «en maquillarse».

Stone ha gustado desde pequeña, pese a no tratarse de una belleza al uso. Aunque rivales, Kate Moss, a la que sucedió como imagen de Calvin Klein, siempre la ha considerado la modelo más sexy, «aunque su marido disiente y no me encuentra ningún atractivo sexual», bromea. Además de guapa, ha contado con apoyos fundamentales en su carrera. Siempre ha tenido de su lado a la exdirectora de la edición francesa de Vogue, Carine Roitfeld, y a la poderosa editora Anna Wintour. «Me criaron para que tuviera los pies en la tierra. Cuando crecí no soñaba con ser famosa ni con la moda. No recibí una educación universitaria y desde muy pronto me pregunté qué debía hacer para aprender más y ser mejor», confiesa una top a la que ya ha tanteado el cine. «No podría hacerlo. Soy tímida y me pongo muy nerviosa», ataja.

En su carrera al estrellato sigue encontrándose muchas espinas. Está acostumbrada a escuchar todo tipo de maldades. Que si no le gusta desfilar, que si tiene los pies demasiado pequeños y, lo que es peor, que si se ha tropezado tantas veces sobre las pasarelas porque sigue sin superar el miedo escénico. Madre de Alfred, su pequeño de dos años, a la supermodelo holandesa solo le molesta la marginación que sufrió de las grandes marcas cuando se encontraba embarazada. Signo de su indiscutible y sobria madurez.

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