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El refugio de un aventurero en los Montes de Málaga

El refugio de un aventurero en los Montes de Málaga

Desde su casa en este entorno, el piloto e instructor de vuelo Francisco Giménez relata las aventuras de su viaje por África, un hito histórico que lo llevó a recorrer el continente de norte a sur en autogiro junto a dos amigos, batiendo un récord de distancia en este fascinante medio de transporte

Lorena Codes

Martes, 25 de octubre 2016, 00:26

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El anhelo del hombre por elevarse sobre la tierra y flotar como los pájaros es tan antiguo como la propia Humanidad. Los intentos de alcanzar el cielo han sido tantos como civilizaciones en la historia. Aún hoy, cuando hay aviones tripulados que superan los 3.500 kilómetros por hora, el ser humano sigue fascinado con la posibilidad de sentirse como un ave y mirar el mundo desde otro prisma.

A Francis Giménez el mundo de la aviación lo sedujo desde muy joven. Su primer vuelo, en parapente, fue con 15 años y con 18 ya estaba practicando la caída libre. Para entonces la nómina de deportes de riesgo a los que se había aficionado el malagueño ya superaba con creces la de cualquier joven de hoy e incluso fue pionero en la práctica de algunos de ellos en Málaga. «A mí lo de jugar al fútbol en el colegio me aburría, con 13 años cogía un autobús para Granada y me iba a esquiar a Sierra Nevada solo», subraya el aventurero.

En la línea de lo que le gustaba hacer, se decidió a estudiar Turismo y pasó veinte años trabajando en la dirección comercial de una conocida multinacional. Pero las corbatas asfixian pronto a los espíritus libres y éste en concreto llevaba demasiado tiempo mirando al cielo. Así que con 47 años hizo lo que muchos sueñan y pocos se atreven a materializar: aparcar una vida gris y lanzarse a la aventura de hacer lo que realmente quieres.

Giménez lo había probado todo, pero no dio con una salida profesional real hasta que se encontró con el autogiro. Un amigo austriaco le habló de este medio de transporte y le indicó que era como montar en moto pero en el aire. El malagueño vio la luz, de esta forma podría unir en un trabajo dos de sus mayores hobbies: volar y montar en moto. Todas las habilidades que había adquirido volando otros aparatos se mezclaban en el autogiro, y la sensación de libertad no tenía parangón. Este medio de transporte aéreo fue inventado por el ingeniero español Juan de la Cierva, quien desarrolló el rotor articulado que más tarde usaría Igor Sikorsky en sus helicópteros, pagando incluso la patente y los derechos de utilización al inventor. En su primer vuelo el autogiro logró recorrer 200 metros en 1923. Hoy alcanza los 200 kilómetros por hora y gana adeptos en todo el mundo, según explica Francis Giménez desde la cabaña con vistas a la bahía de Málaga de su hogar en los Montes de Málaga. Apenas puede apoyarse en el respaldo de la silla porque el reportaje tiene lugar en el mismo día en que el viajero se ha tatuado en su espalda el mapa de África, algo que prometió hacer si lograba el récord de ser el primero en cruzar África de norte a sur en autogiro, hito que logró en 2014 junto a sus dos amigos Pablo Benthem e Ignacio Yuste. «Soy consciente de que mi nivel de exigencia de aventura está muy por encima de la media de la mayoría de la gente», espeta el piloto sonriendo, antes de introducirse en el relato de sus particulares memorias de África.

Giroáfrica se convirtió de esta forma en el pequeño hito aeronaútico que Francis y sus amigos aportaron a la historia. Recorrieron 19 países de la costa occidental durante nueve semanas en un viaje inolvidable. En medio hubo momentos de todo tipo, en su mayoría gratificantes, aunque también algún pequeño susto. Como los diez días que pasaron en Camerún porque los confundieron con un comando de Boko Haram al pasar la frontera de Nigeria. «La intervención de la Embajada fue clave para resolver el conflicto, pero hubo momentos de verdadera tensión», explica el piloto, adentrándose en la casa a 450 metros de altura, que es una mezcla de museo de sus viajes y taller. Muestra la página del Camerún Tribune en la que titulaban «Extrañas aeronaves causan el pánico», refiriéndose a ellos.

Anécdotas (por suerte) aparte, Francis Giménez asegura que «fue una experiencia mágica, de emoción continua, el sueño de cualquier aventurero». Después de aquello, por separado, cruzó los Andes justamente en la zona en la que se estrelló el avión al que hace referencia la película Viven, un viaje que ya no resultó tan grato, ya que tuvo momentos de verdadero peligro.

Ahora, entre la tarea de formación de nuevos pilotos y la distribución de autogiros por todo el mundo, Giménez saca tiempo para gestar su próximo reto: cruzar América desde Canadá hasta el Perito Moreno (Argentina). Y mientras que encuentra los cómplices para esta nueva hazaña, Giménez se vuelca con su hijo de doce años que ya destaca en el motociclismo nacional y ha heredado su espíritu deportivo. Tampoco tiene miedo a volar. «Es la mejor manera de conectar con uno mismo, mirar el mundo desde el cielo», concluye.

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