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Vista del edificio desde el lateral izquierdo
Señorío centenario en El Limonar

Señorío centenario en El Limonar

Marta Cañete desentraña la historia de una de las villas emblemáticas de la Málaga de principios del siglo XX, germen del paseo del mismo nombre y huella del esplendor industrial de la época. En 1903 un cirujano francés y su esposa cubana mandaron construir Villa Rosalía, una residencia de vacaciones que conserva su gloria un siglo después

Lorena Codes

Martes, 5 de mayo 2015, 00:06

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El recorrido histórico por la Málaga Este tiene una parada obligatoria en el número 40 del paseo del Limonar (antes número 8). Aquí, tras un muro de cemento coronado por el verde de palmeras y árboles tropicales, se esconde una de las villas señoriales más emblemáticas de la ciudad, kilómetro cero junto con el paseo de Sancha del florecimiento de la burguesía malagueña a finales del XIX. Adentrarse en el jardín que rodea la casa es viajar en el tiempo hasta una época en la que para llegar al centro de la ciudad había que subir a un coche de caballos y esquivar al tranvía mientras se atravesaba un corredor de palacetes y viviendas señoriales con jardines y vistas al Mediterráneo.

De aquella Málaga floreciente apenas quedan testimonios arquitectónicos y muchos de ellos han sido modificados con el paso del tiempo y alguna que otra salvajada urbanística. Sin embargo, Villa Rosalía (que así se llamaba la finca en sus orígenes) preserva todo el esplendor de su proyección original, que data del año 1903. Confirma este extremo Marta Cañete, quien hace de cicerone en esta visita con pasaporte al pasado, a una de las residencias centenarias mejor conservadas de la ciudad. Según el estudio que llevó a cabo Cesifonte López en el año 2009, Eduardo Souvirón Zapata vendió en marzo de 1903 por 70.000 pesetas la parcela donde se edificaría Villa Rosalía. El comprador fue el doctor Granscher, un reputado cirujano francés casado con Rosa Beatriz 'Rosalía' González Abreu, francesa de origen cubano. El matrimonio vivía en París pero quería poseer residencia de veraneo en Málaga. Quién sabe si la suma de palmeras y el cálido clima tropical tuvieron la culpa de este idilio con el sur en una posible evocación de su Cuba natal. En cualquier caso, fue el arquitecto José Novillo Fertrell el encargado de dar forma a los sueños de asueto de la pareja en el mismo año de 1903.

Del matrimonio recibió la petición de proyectar una vivienda de estilo francés. Granscher ordenó incluso traer de París muchos de los materiales. Marta señala algunas de las referencias de este estilo que han resistido el paso del tiempo, como las terminaciones de los tejados o los ornamentos de los arcos interiores, por ejemplo. La entrada principal de la casa se sitúa en el lateral izquierdo y está cubierta por un soportal de arcos. La escalinata de acceso permite la entrada a la terraza del porche delantero, un espacio encantador con vistas al jardín, en el que se recibe el sol justo gracias a la sombra que proporcionan algunos árboles centenarios. El aspecto distinguido y majestuoso que ya se exhibe en la fachada se acrecenta al acceder al hall. Tres elementos se hermanan en un éxtasis de belleza y armonía: la escalera de mármol en el frontal, las enormes lámparas de araña y la cortina de seda que escolta el ventanal principal. Según explica Marta, cuando recibieron la casa hace diez años «en todo momento tuvimos la intención de mantener el aspecto noble y esplendoroso de la casa».

Así, la decoración de la entrada mantiene dos consolas de los primeros propietarios y algunos cuadros. «Estuvimos atentos a los derribos de viviendas de la época y rescatamos piezas originales de mobiliario, espejos y otras para incorporarlas a lo que ya tenía la casa», indica. Y es que los primeros propietarios de la casa la mantuvieron hasta el año 1917, cuando la vendieron al marqués de Urquijo.

Posteriormente pasó a manos del empresario Francisco López y López, quien la mantuvo en su propiedad desde el año 1943 hasta 1987. En todo ese tiempo la casa no sufrió ninguna reforma de envergadura. Paquita Marsán la compró en ese año y realizó una obra para adaptar y actualizar algunas zonas. La convirtió entonces en Villa Rocío, nombre de su única hija. Los enormes salones de la planta bajan continúan intactos. Destaca especialmente el artesonado de los techos, así como la chimenea central del comedor principal. En la primera planta se encuentran tres de los dormitorios principales en suite, reconvertidos ahora en salones privados para reuniones. Vestidores interminables y unos baños a la medida de un palacio componen el resto de estancias, todas ellas enmarcadas por arcos de terminaciones fantásticas y puertas con grandes cristaleras. La sensación de grandiosidad se ve acrecentada por uno de los elementos de mayor valor de la casa, las lámparas centenarias.

En el tercer piso abuhardillado aguarda la zona actual de vivienda, ya que el resto de la casa se dedica a eventos. Apunta Marta Cañete que cuando ella y M. Carmen Anglada se hicieron cargo de la casa, ahora denominada Limonar 40, se plantearon redecorar esta zona y para ello contaron con los profesionales de La Albaida, que diseñaron ambientes atemporales y ante todo muy acogedores. La sala de estar central con chimenea está decorada en tonos tierra, al igual que uno de los dormitorios. Limonar 40 fue un restaurante hasta hace poco y ahora acoge eventos de todo tipo.

El jardín que abraza la casa es uno de sus activos más importantes, así como la sensación de vivir una fiesta de otra época con todas las comodidades de hoy. En todas ellas pone el alma Marta, quien se confiesa una enamorada de su trabajo. «Disfruto indagando sobre tendencias y adaptándolas a nuestras propias fiestas», afirma. «Y aquí se puede hacer cualquier cosa, esta casa es un lujo», concluye.

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