Borrar
Retrato de una mirada al siglo XX

Retrato de una mirada al siglo XX

Irenka Gyenes, la única hija del célebre fotógrafo Juan Gyenes, abre las puertas de su hogar y de sus recuerdos para mostrar el legado artístico del profesional que inmortalizó los acontecimientos sociales y culturales más importantes de la segunda mitad del pasado siglo. Todos los que se consideraron ilustres en su época pasaron por delante de su objetivo, a casi todos los trató la propia Irenka

Lorena Codes

Jueves, 26 de marzo 2015, 01:12

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El primer recuerdo que Irenka guarda de su padre, el célebre fotógrafo húngaro Juan Gyenes, lo sitúa en un sofá de terciopelo en el salón de su casa de Madrid, llorando desconsoladamente, con las manos en la cara. Era 1945 y ella no había cumplido aún los dos años, pero ese instante se grabó a fuego en la memoria de una niña que no entendía el alcance de las palabras «han invadido Hungría». Irenka Gyenes es la única hija de uno de los fotógrafos más notables del siglo XX en España, testigo de un país en blanco y negro que él quiso teñir de optimismo a través de un objetivo sensible y siempre afectuoso. Gyenes llegó a Madrid en 1940 camino de El Cairo, huyendo del nazismo. Pero se quedó. Y poco tiempo después abrió su propio estudio con escaparate a la Gran Vía, desde donde se convirtió en notario de los más importantes acontecimientos políticos, sociales y culturales de la época, confesionario de ilustres que buscaban la cámara de Juan para ser «quienes ellos querían ser», según palabras del propio autor.

La cultura, presente

Si las lentes de aquellas viejas máquinas hablaran y contaran todo lo que los ojos mudos de sus retratos callan «habría para más de un escándalo», admite Irenka, que parece tan poco dada a ellos como lo fue su padre. Elegante y extremadamente educada, cumple Irenka de este modo con uno de los deseos de su progenitor, que fuera una mujer culta y recibiera la mejor educación. Tanto es así, que la envió a Suiza a estudiar el bachillerato bilingüe, ballet y la carrera de piano. «Mi padre le daba mucha importancia a la formación, a la cultura, era muy severo en ese aspecto», rememora, mientras avanza por un pequeño jardín mimado al detalle, que conduce a una casa llena de recuerdos.

Sin embargo, estas estrictas exigencias de Gyenes contrastaban con el carácter cariñoso y afable que siempre mostró y que, según indica su hija, le hizo tener la infancia más feliz de todas las posibles. Irenka aprendió a mirar el mundo a través de las manos de su padre.La llevaba con él a todos sitios y su estudio en la calle Isabel la Católica fue su particular castillo de juegos. Por sus instalaciones pasaron todos los grandes, más aún desde que Juan se convirtió en el cronista oficial del Teatro Real en 1966. «Me encantaba acompañarle a las funciones», cuenta. Una noche, Antonio el Bailarín, gran amigo de la familia al que Irenka adoraba, le lanzó el sombrero cordobés a la platea donde la pequeña lo seguía con admiración. El impacto la tumbó de la silla.

Otro Antonio, también bailaor, Gades, recaló en su casa en el primero de sus lances madrileños. Sara Montiel, María Félix, la duquesa de Alba, Omar Sharif, Gina Lollobrigida, Charlton Heston, Lola Flores, Charles Chaplin... la nómina de actores que posaron para el húngaro es del todo inabarcable. Conocido por haber realizado la primera foto oficial de los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía, se convirtió en el fotógrafo de cabecera de toda la aristocracia del país. El hombre del millón de fotos, tal y como se le llegó a denominar, era para su hija «un ejemplo de humildad y trabajo». «Hizo fotos hasta diez días antes de fallecer», indica Irenka, mientras muestra una de esas instantáneas previas a su descanso, que ella guarda en el particular santuario familiar que expone en el salón principal de su casa.

Se trata de una estancia clásica y confortable, muy acogedora. Muebles de anticuario muy bien escogidos conviven con pinturas, fotografías, regalos y condecoraciones que recibió de su padre. Hay un rincón especial dentro de la vitrina que atesora las cámaras de Gyenes, el violín del padre de éste (su abuelo), las medallas y reconocimientos con los que fue homenajeado y alguna que otra curiosa colección, como las de huevos de Fabergé. Meticulosa y amante confesa «de todo lo bello», Irenka posee varias colecciones propias de objetos curiosos, como la de daguerrotipos que decora el interior de la mesa de centro. Al lado de la zona de estar, en el hall que da paso al resto de la casa, se encuentran algunas de las joyas de esta casa situada en la zona este de Málaga. Se trata del retrato que su padre le hizo vestida de novia, con un vestido que le diseñó y regaló el maestro Cristóbal Balenciaga, íntimo de Juan Gyenes. Una pieza que Irenka decidió donar a su museo de Guetaria.

Frente a éste, un bureau decorado exquisitamente muestra el libro de firmas del estudio de Juan, donde dejaron su impronta todas las celebridades a las que fotografió, entre ellas, Salvador Dalí, Miró y, cómo no, el propio Picasso. Precisamente fue el genio malagueño el que le proporcionó una de las alegrías profesionales de su vida, al dejarle entrar en su vida para inmortalizarla cuando éste se atrevió a llamar a su puerta en Vallauris (Francia) durante uno de sus viajes al Festival de Cine de Cannes.

El restultado de esas sesiones ha sido motivo de varias exposiciones y obtuvo una carta de agradecimiento del propio Picasso, que ahora luce enmarcada en el pasillo de Irenka. Sus regalos, así como los de otros grandes artistas, ya están en manos de sus hijos, herederos del legado de Gyenes. En el dormitorio de invitados, en los baños, por todos los rincones hay colecciones singulares y deliciosas, como las de relicarios de su alcoba, la de perfumes en el baño principal o las de cerámica y porcelana de comedor, una estancia señorial y agradable.

Sin embargo, el rincón favorito de Irenka está en la antesala de su dormitorio, en una discreta sala de estar en la que suele sentarse a leer o escuchar música, aficiones ambas que heredó de su padre.No en vano su hogar está lleno de libros, por todas partes. No sólo los quince que editó su padre, auténticas joyas artísticas en sí, sino títulos de lo más variopinto. Un legado que Irenka cuida como el mayor tesoro que legó su padre y maestro, amén de la forma en la que la enseñó a estar en la vida: humilde, auténtica y discreta.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios