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EL CANDELABRO

OSTOS

ARANTZA FURUNDARENA

Martes, 22 de noviembre 2016, 00:47

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El 'finde' lo pasé en el Sicab (Salón Internacional del Caballo) de Sevilla, paseándome entre espectaculares ejemplares equinos y rodeada, todo hay que decirlo, de una selecta 'yeguada' de famosas entre las que destacaban Ana Obregón, Carmen Lomana, Bárbara Rey y Norma Duval. También hubo algún 'semental' de acreditada leyenda como Álvaro de Marichalar... Pero en la cena del sábado el que se sentó a mi vera (en realidad lo sentaron porque los asientos estaban asignados) fue nada más y nada menos que Jaime Ostos. Sí, el torero. Él y su inseparable mujer, la neumóloga y escritora taurina María Ángeles Grajal... Ella, simpatiquísima, irónica y divertida. Él, más huraño, áspero, hosco, dado al improperio y a la sentencia tajante. Discutidor y vehemente. Pero precisamente por eso, más ameno todavía.

Que te sienten al lado de Ostos, un hombre que ya en diversos platós ha dado muestras de su talante peleón y chocarrero, impone. Incluso acogota un poco. Pero todo es cuestión de aguantarle la embestida. Una vez le das espacio y le permites adornarse, puedes llegar incluso a disfrutar de la faena (y de la cena). Ya en el primer plato (fresón relleno de foie) que él apenas toca porque a sus 86 primaveras se alimenta sobre todo de recuerdos, te explicará con detalle aquella primera tarde en la que metió el estoque en el hoyo de las agujas y no en el socorrido rincón de Ordóñez. Llegados al segundo entrante (un canelón de centolla) te dirá que eso de la suerte natural y la suerte contraria es puro cuento, no existe. Y te lo demostrará con un sesudo teorema de la geometría del ruedo...

Con el 'bocabit de cochinillo' el torero rememorará aquella cornada de Tarazona que lo llevó a las puertas de la muerte y de la que le resucitaron 10 litros de sangre en transfusiones. «Si algo sé yo es matar», sentenciará luego clavándole por fin una limpia estocada al solomillo con setas... Llegará después el postre, los cafés, la copa y el puro... Pero Ostos seguirá invariablemente en las cinco de la tarde. Y tú, que llevas escuchándole un buen rato, acabas por darte cuenta de que a pesar del abrupto talante y del trasnochado machismo, hay algo admirable en este hombre: la pasión ardiente, la devoción desmedida que siente por un oficio. El suyo. Sea cual sea.

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