Borrar
El intérprete californiano, durante una escena de ‘Big’, la película en la que da vida a un niño que se convierte en adulto tras pedir un deseo que se le cumple.
Forrest Hanks

Forrest Hanks

Antes de soplar diez velas, el multimillonario actor y productor estadounidense tuvo dos madrastras y se mudó una decena de veces en cinco ciudades. Al borde de cumplir los sesenta, revela su infancia «de vagabundo»

icíar ochoa de olano

Lunes, 30 de mayo 2016, 00:40

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Según la teoría chocolatera de Forrest Gump, todos venimos con una caja de bombones bajo el brazo y cada vez que la abrimos para elegir uno, ya saben, no se sabe lo que nos puede tocar. Su impecable intérprete, se ha sabido ahora, debutó con un primero de cacao bien amargo. Tom Hanks, ese actor de apariencia íntegra, carácter afable y ojos cada vez más oblicuos, en el que muchos ven a la reencarnación de James Stewart, también tuvo una infancia complicada. Si su ingenuo álter ego en la película que en 1994 le proporcionó su segundo Oscar tuvo que vérselas con un serio déficit intelectual, él se vio obligado a lidiar con un primer acto existencial de lo más desangelado. «De niño me recuerdo como un vagabundo».

Así lo ha confesado en el legendario programa radiofónico del Reino Unido Discos en la isla desierta, en el que cada semana invitan a un famoso a que responda a una pregunta aparentemente inocua: ¿qué música se llevaría con usted (a ese destino insular tan inhóspito)?. En esta ocasión, los responsables del magazine que la BBC emite desde 1942 decidieron llamar al Náufrago. ¿Quién mejor que un tipo que ha pasado cuatro años en esa tesitura (aunque sea cinematográficamente hablando) para contestar a ese interrogante?, debieron pensar. Con lo que seguramente no contaban era con la fibra sensible de Forrest Hanks. Y es que en lugar de limitarse a cumplir el expediente y a otra cosa, mariposa, la media naranja de Meg Ryan en sus tiempos de novia de América se abrió en canal para evocar su desabrida niñez a causa de una familia desestructurada.

Que se prestara a destapar su discoteca (y con ella su dolorosa infancia) se debe, en buena medida, a que durante la preparación de su papel como Chuck Noland el analista de sistema que acaba ejerciendo de forzoso Robinson Crusoe tras caer al Pacífico el avión en el que volaba reflexionó mucho con el director de la cinta, Robert Zemeckis, sobre las cosas que más se extrañarían en esas circunstancias. «Los dos estuvimos de acuerdo en que, después de la compañía, sería un sonido que no fuera el del océano, el aire o las aves. Es decir, un sonido hecho por el hombre, la música». Así que Hanks se presentó en el programa con una lista de canciones con las que había establecido un «vínculo emocional».

El primero de los hits de su vida, Theres a place, una sencilla canción de los Beatles que habla de un lugar en el que uno siempre puede refugiarse cuando se siente triste. «Me marcó. Pensaba que cuando estuviera en ese sitio, lejos de sentirme solo, me sentiría aceptado y satisfecho», contó al tiempo que evocaba cómo antes de soplar las diez velas ya había tenidos dos madrastras y hecho diez mudanzas en cinco ciudades diferentes. Hijo de un cocinero itinerante y de una empleada, cuatro bocas eran muchas para alimentar en la California de mediados de los cincuenta. «Por eso, y porque un día descubrieron que no tenía nada que ver, se separaron. Los tres mayores no fuimos con mi padre y el pequeño, un bebé, se quedó con mi madre». Enseguida se mudaron a Reno, en Nevada. Su progenitor se había casado de nuevo. Esta vez con una mujer que aportaba ocho hijos. «Nosotros éramos unos totales extraños en aquella casa, siempre atestada de gente. Cuando rompieron, nunca más les volvimos a ver». Aquel continuo sálvese quien pueda le brindaría, sin embargo, una valiosa lección de vida : «Para sobrevivir es esencial aclimatarse rápido a las circunstancias que te tocan».

La revelación de Kubrick

A aquellos años de «confusión» «nunca nos explicaron lo que estaba pasando» le siguió su despertar al estimulante mundo del teatro bajo la banda sonora de Also sprach Zarathustra, de Strauss. «Cuando ví 2001: Odisea en el espacio, de Kubrick, y contemplé aquella imagen de la conjunción de la Luna con la Tierra y el Sol, fue como la visión de Dios de nuestro sistema solar. Fue ese momento guau de mi vida, en el que empecé a pensar en cómo podría encontrar el vocabulario para expresar lo que ocurría en mi mente».

Preguntado en ese instante por la presentadora del programa sobre cuáles eran esos pensamientos, el multimillonario actor y productor de casi sesenta años se rompía en las ondas para admitir una insoportable y precoz «soledad». «Por suerte, con veinte años alguien me dijo que todas las grandes obras de teatro tratan sobre ella. Fue como un relámpago. Pensé eso es lo me ha traído hasta aquí».

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios