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El tiempo ha pulido a esta pareja de intérpretes, que vuelve con 55 tacos él y 47 esplendorosos años ella. David Duchovny (Mulder) y Gillian Anderson (Scully) regresan el 26 de enero con una miniserie de seis episodios espeluznantes.
¿Qué fue de Mulder y Scully?

¿Qué fue de Mulder y Scully?

La pareja más paranormal de la tele regresa 23 años después de su debut. En este tiempo, él ha superado su adicción al sexo y ella se ha erigido en una acérrima defensora de las tribus indígenas

Icíar ocha de olano

Sábado, 9 de enero 2016, 23:56

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La verdad es más extraña que la ciencia ficción. Ni color. Eso es, al menos, lo que demostraron Fox Mulder y Dana Scully semana tras semana durante las nueve temporadas en las que, mano a mano, trataron de despejar sin mucho éxito, todo sea dicho las equis de los casos más inexplicables del FBI. Que si abducciones alienígenas y casas embrujadas por aquí, que si muertes vampíricas y dimensiones paralelas por allá. Todo muy paranormal, envuelto en una atmosférica banda sonora, enlazado con una siniestra conspiración política, sazonado con una sensualidad contenida entre ambos protagonistas y servido a media luz. La pareja de agentes, que no pasó de darse cuatro besos en los doscientos capítulos, vuelve a la acción con más seductores misterios que resolver. Lo hace veintidós años después de debutar en ese papel en la televisión y casi catorce desde que los investigadores colgaron las linternas para la pequeña pantalla.

Al monumental éxito de la serie ganó dieciséis premios Emmy y cinco Globos de Oro, y en su cénit llegó a enganchar a veintisiete millones de televidentes le siguieron un par de adaptaciones cinematográficas en 1998 y 2008, y, también, una legión de adeptos con la mirada clavada ahora en el próximo 26 de enero. Ese será el día en que la cadena estadounidense Fox estrenará una nueva entrega de la icónica saga de los noventa, dosificada en media docena de capítulos. A España llegará tan solo 48 horas después.

«En 2002 paró mi investigación, pero no mi obsesión personal», dice solemne el agente Mulder en ese regreso, antes de llamar a la puerta de Scully, quien trabaja como médico forense, para que le ayude a dilucidar un espeluznante caso. Poco más se sabe de la secuela que viene de Expediente X. Eso, que se grabó en el último verano y que Gillian Anderson, que apenas tenía veinticuatro añitos cuando se vistió por primera vez de la pavisosa y empírica galena del servicio de inteligencia estadounidense, ha recurrido a sus 47 a un postizo capilar pelirrojo para encarnar otra vez a Scully. «Sí, lamentablemente, llevo peluca», ha confesado sin pelos en la lengua.

El tiempo no ha sido tan despiadado con ella. Al contrario. La colega de Mulder conserva su fabulosa piel pálida, su gélida belleza victoriana y también su cabellera, ahora de un favorecedor tono rubio. «Me advirtieron de que si me sometía a un cambio de look tan agresivo podría empezar a perder el pelo», ha explicado. Y es que, aunque el gran público apenas ha sabido nada de su vida y obra en estos últimos años, Anderson no ha parado. Tampoco de trabajar, (lo que, asegura, ha pasado factura a su melena). A menudo, eso sí, de rubia lista, como en Hannibal, de la NBC, donde interpreta a la terapeuta del pavoroso psicópata de El silencio de los corderos o en The Fall, de la BBC, en la que da vida a una detective de Scotland Yard. Además, esta norteamericana de Chicago, criada entre Londres y Michigan, donde acudió a una escuela de alto rendimiento para estudiantes dotados, ha hecho nueve películas y otras cinco series de televisión que le han granjeado varias nominaciones a los Bafta, los Globos de Oro y los Emmy. En 2013 se llevó el alien al agua al conseguir el galardón a la Excelencia Artística en el festival Roma Fiction. Entre tanto trajín de platós y mechas, esta mujer, que aspiraba a ser bióloga marina y se licenció en Bellas Artes para después zambullirse en el teatro, se las ha arreglado para casarse y divorciarse 16 meses más tarde con el periodista metido a empresario de biocombustibles Julian Ozanne; de enamorarse luego del hombre de negocios Mark Griffiths y de tener con él a Óscar, 9 años, y a Félix, de 7.

Un embarazo marciano

Finiquitada la relación, esta «mami, actriz, activista, escritora, productora, directora y amante del chocolate negro», como se presenta en su cuenta de Twitter, se ocupa de sus tres hijos. Sí, tres. La niña llegó la primera, de improviso, en 1994, durante la segunda temporada de Expediente X. Y no lo hizo a bordo de ningún platillo. Meses antes, su madre se casaba con Clyde Kotz, uno de los directores artísticos de la serie. Por cierto, en una ceremonia oficiada por un monje budista en Hawai. Desde entonces conserva tatuado en su abdomen la inicial del nombre de su primogénita y un sánscrito hindi en su muñeca que significa «todos los días». La buenanueva obligó a los guionistas a introducir en la trama la abducción extraterrestre de Scully y justificar así la ausencia de Anderson para dar a luz sin interrumpir la exitosa serie.

Progenitora entregada, artista respetada y guardiana celosa de su ámbito privado, sorprendió hace unos años al revelar en una entrevista haber mantenido una larga relación lésbica durante la época del instituto. «Fue una bellísima persona que tuvo gran importancia en mi vida y quiero honrarla en lugar de ocultar mi experiencia», contó. Su reciente pérdida debido a un tumor cerebral se encadenó en el tiempo con el fallecimiento de su hermano menor, de solo 30 años, que padecía neurofibromatosis, una patología en cuya prevención se ha implicado hasta las cejas la actriz a través de la portavocía de la asciación británica para luchar contra ese trastorno. El mismo ímpetu gasta para defender los derechos de los animales, reivindicar los de los awás de Brasil, una de las tribus indígenas más amenazadas del planeta, exigir una «nueva Sudáfrica» o encarar su compromiso de escribir a medias con la feminista Jennifer Nadel We, un apología sobre el empoderamiento femenino. Y es que «en el mundo hay demasiada violencia contra las mujeres», sostiene la «imponente» Blanche Dubois, según la crítica, en el clásico de Tennesse Williams Un tranvía llamado deseo, que volverá a representar en breve en los escenarios de la Gran Manzana.

Al otro lado del Atlántico, su pareja en la ficción y «solo amigo» fuera de ella, el neoyorkino David Duchovny, también ha vivido con intensidad el post poltergeist televisivo. Pero, sobre todo, eso sí, con muchas equis. Concentrado en zafarse de la larga sombra de Mulder, produjo y protagonizó desde 2007 hasta 2014 Californication, en donde recreaba a un escritor recién separado, sin inspiración y adicto al sexo. Esta patología fue, precisamente, lo que precipitó, en la realidad, su ingreso en una clínica para tratarse de su impulso descontrolado de navegar por sitios pornográficos por internet. Ese mismo año, 2008, le distinguían con el Globo de Oro al mejor actor de televisión por su interpretación del penoso autor.

Nieto de judíos ucranianos, este licenciado en Literatura inglesa por Yale sensibilizado con el maltrato a los animales, el cambio climático y el uso de armas en su país, regresa a los 55 tacos al FBI tras un variado bagaje. A saber, se ha metido en la piel de un sargento de poca monta de los años sesenta, líder a la vez de la secta de Charles Manson, para la NBC; ha probado a meditar en un retiro budista «en el que nada más llegar me pusieron a limpiar»; ha dirigido al desaparecido Robin Williams en su opera prima; se ha divorciado de Téa Leoni tras diecisiete años de unión y dos hijos adolescentes en común, y ha hecho su primera incursión en el mundo de la música con una acogida aceptable. Ha editado un disco de rock al que ha titulado Hell or highwater, algo así como Contra viento y marea que suena a catártico.

A su presentación, en la sala Cutting Room de Nueva York, el pasado mayo, acudió Gilliam. Su premio por subirse al escenario y hacerle los coros fue un aplaudido pico de Duchovny. Aún así, juran que entre ellos no hubo ni hay ningún expediente, solo una portada en la revista Rolling Stone compartiendo cama desnudos y una vieja amistad. La verdad, ya lo saben, está ahí fuera.

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