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Ángel de los Ríos
Jueves, 23 de marzo 2017, 21:26
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No soy mirón, pero sí tiendo a pegar el oído a los grupos que se hacen selfies. Detrás de cada autorretrato hay una historia, grande o no. Así, en una abarrotada entrada del Cervantes, cuando son sólo las 12 de la mañana, me entero que el niñaterío ha venido a ver a Hugo Silva. «Tía, es superguapo». Replica otra que sí, pero «que es algo simple». «Ya suelta la primera, como que yo he venido a que me dé una conferencia».
Los gritos a su salida hacen sombra al estruendo de esos cazas F-18 que son la otra estrella del momento. Ya a la hora del vermut, empieza a soplar un relente que a las que guardan sitio en la alfombra bien les vendría una mami que les diga «échate una rebequita». Como Ice Age, aunque nuestra ola polar no tiene ardillas, para disgusto de Juan Cassá.
Aprovechando los últimos rayos de sol, andan los curiosos que se encuentran de golpe un photocall en Alcazabilla. Ahí, como en los accidentes, se da mucho efecto mirón. Y una señora te tira de la manga y te dice «niño, ¿este en qué película sale?». Y hay retenciones en la alfombra mientras arriesgados runners urbanos rodean a nubes de curiosos a los que mejor saltar que darles la vuelta.
Y cuando ya vuelvo para escribir, me cruzo con mi maestro (en muchos sentidos) Juanfran Gutiérrez, ahora también compañero de contracrónicas. Él también lleva el cuerpo cortao por este terral de primavera y porque se ha metido a ver una película que no le ha ayudado a entrar en calor. La definimos, no como montaña, sino como ensaladilla rusa de sensaciones, con su poquita de salmonela. Se ha intoxicado, también por mirón.
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