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Una panda de verdiales ameniza la mañana del sábado en el Centro.
Malagueños y turistas se resisten a decir adiós a la feria del Centro

Malagueños y turistas se resisten a decir adiós a la feria del Centro

Balance no oficial de esta semana: las 2.000 flores que vendió Salvador cada día, los 3.000 sombreros de Manuel o los 500 buñuelos que ha hecho a diario César

Francisco Gutiérrez

Sábado, 22 de agosto 2015, 15:59

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Martina, una niña de seis años, de madre andaluza y padre italiano, se fotografía ante la portada de feria. Los camiones de Limasa han dado ya dos pasadas y, en teoría, la feria del Centro ya es historia. Pero malagueños y visitantes se resisten a decirle adiós. A las barredoras, cubas de agua y camiones de recogida sigue, a escasos metros, una multitud. Parece un desfile de Semana Santa. Las jóvenes se remangan la falda para no mojarse. Las que llevan zapatos planos se suben a la espalda de amigos para cruzar de un lado a otro de la calle. El agua discurre hacia las alcantarillas. Algunas llenas de restos de plástico rosa de lunares, que en su vida anterior fueron vasos en los que se sirvió vino.

Es difícil acabar con las ganas de fiesta de la gente, y menos por decreto. Por esto, instantes después de pasar los servicios de limpieza, la calle vuelve a ser tomada por jóvenes y adultos, que la fiesta gusta a todas las edades.

El alcalde hizo ayer balance oficial de la feria, pero hay otro extraoficial que se puede hacer sólo con hablar con algunas de las muchas personas que se ganan la vida estos días de fiesta y diversión para la mayoría. Martina, la niña que se fotografiaba en la portada pasadas las siete de la tarde, llevaba un sombrero cordobés rojo. Quizás se lo había comprado a Manolo, un cordobés que ha heredado el puesto de su suegro, que lleva en la feria 30 años. Ha vendido más de 3.000, y ayer ya los tenía en oferta. Incluso el último día seguía vendiendo sombreros.

Dos mil flores diarias

Salvador y Mari Carmen tienen un puesto en la plaza de la Marina. Venden cada día unas dos mil flores, que son las reinas indiscutibles del adorno femenino para la feria. También abanicos y sombreros, y catavinos. Salvador se entiende con los turistas con un inglés-malagueño. «He aprendido de necesidad», dice, sonriendo. Junto a ellos se encuentra Rubén, un joven de 22 años que lleva un coche de caballos. Con otros compañeros coincide en que en feria mejora la actividad, y se han podido dar unos 4 o 5 viajes por cada uno de los cocheros, medio centenar en total. El circuito, Málaga romántica, dura unos 45 minutos y cuesta 30 euros para 4 personas.

Biznagas Portillo ha vendido en estos días una media de 80 unidades de la típica inflorescencia del ramillete de jazmines, el doble que en otras épocas del año, teniendo en cuenta que sólo se da entre julio y agosto.

Tres miembros de la familia de Enrique Vargas se ganan la vida en puestos ambulantes de venta de almendras y garrapiñadas. Llevan cinco años con la licencia, justo cuando llegó la crisis de la construcción. «Todos trabajábamos en el sector, incluso teníamos nuestra pequeña empresa», recuerda. Ahora viven gracias a la almendra. En la feria han vendido 3 y 4 kilos diarios, que ellos mismos fríen, y venden a dos y tres euros el cartucho y 3 euros en bolsa de plástico. En un puesto de chucherías, César, un joven paraguayo, vende cada tarde unos 50 gofres y de la máquina de amasar pueden salir 500 o 600 buñuelos, que «se venden mucho; calentitos sienten muy bien para contrarrestar el alcohol», dice.

Un dinero extra

Por hacer el agosto, lo han hecho los componentes de las charangas, jóvenes de las bandas de música de las cofradías que se unen estos días de feria para tocar. Cada día se han podido llevar cada uno 35 o 40 euros del bote, señala Óscar, de Los Lereles. Antonio Adalid, una joven graduada en Periodismo, ha trabajado esta semana repartiendo publicidad, lo mismo que María, Carmen y Verónica.

Hasta los amigos de lo ajeno han tenido estos días más actividad, como ocurrió el miércoles pasado, cuando varios cruceristas fueron asaltados por carteristas. O los charlatanes profesionales, que todavía los hay, capaces de sacarle a uno 20 euros con el timo de la estampita.

Son pues muchos los interesados en que la feria del Centro siga adelante, crezca y mejore. No solo los hoteleros y restaurantes de la zona, que han estado llenos a todas horas: Si a las doce ya se podían ver mesas ocupadas con raciones de comida, lo mismo sucedía a las siete de la tarde. Esto sí ha sido una cocina non stop. El persona de La Cueva de calle Martínez tomaba un descanso entre turno y turno, bien entrada la tarde, aunque aún había mesas ocupadas por clientes.

Si el día fue un hervidero de gente, la noche, salvando las distancias, no se quedaba atrás. Las terrazas reinan en la noche malagueña: las de los hoteles Larios, Molina Lario o Málaga Palacio se llenan y el restaurante Batik, de calle Alcazabilla, estaba anoche completo.

Arranque lento

Aún siendo el último día, a la feria del Centro le costó trabajo arrancar. De hecho, a la una de la tarde casi todas las tiendas de la calle Larios estaban abiertas. Desde bien temprano se veía ya gente con botellas de vino. El de la botella de lunares rosas se ha vendido en tiendas, en chinos, en la calle, en pastelerías... hasta en los estancos se podía encontrar.

La visita del líder socialista, Pedro Sánchez, reunió en el centro a muchos políticos y aún más gente peleando por acercarse a él. Sánchez repartió besos y se fotografió con todo el que se acercaba a pedírselo, sin perder la sonrisa. El trayecto desde la portada a la plaza de la Constitución se hizo interminable. En la caseta del Consejo Regulador brindó con vino de Málaga y ya en la del Centro Histórico comió con los dirigentes socialistas. La velada se prolongó hasta bien entrada la tarde.

Mucha gente y muchos turistas por las calles, comprando flores y recuerdos de Málaga, como una pareja irlandesa, que no salía de su asombro. «Estamos en Benalmádena, nos hablaron de la feria, pero ¡no esperaba una cosa así! ¿de dónde sale tanta gente?», se preguntaba la mujer. Eran ya casi las ocho, la oficial había terminado, pero malagueños y turistas se resistían a decir adiós a su feria.

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