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La aritmética al poder

En España se ha instaurado de facto una segunda vuelta para decidir ayuntamientos, comunidades y hasta el Gobierno de la nación

José Miguel Aguilar

Lunes, 21 de diciembre 2015, 01:54

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En 2015 se ha instaurado en España, de facto, una segunda vuelta en las elecciones. Lo vimos en las municipales, lo corroboramos en las andaluzas (Susana Díaz tuvo que esperar ochenta días para ser investida), se comprobó en las catalanas (aún sin presidente) y se ha terminado confirmando en las generales de ayer. Acabadas las mayorías absolutas por obra y gracia de los ciudadanos, se abre un periodo interesante y apasionante para decidir el Gobierno, que puede coincidir o no con el del partido que se adjudicó el triunfo electoral. En esa segunda vuelta ficticia, pero real, votan los políticos, unos a otros, y de su entendimiento y consenso se obtiene el resultado final. Nada anacrónico por cierto, a tenor de lo que ocurre en numerosos países. La aritmética al poder.

España, acostumbrada a las teorías antagónicas, rojo o azul, nueva o vieja política, izquierda o derecha, o tú o yo, se terminará habituando a rondas interminables de conversaciones y contactos para formar los ayuntamientos, las diputaciones, las comunidades autónomas y el gobierno de la nación. La democracia es eso, más allá de teorías desfasadas que conmutan el poder real de las mayorías con el supuesto triunfo en la primera vuelta. Que gobierne la lista más votada es tan legítimo como que gobierne la lista con más apoyos de otras fuerzas, que para eso la política debe su nombre a la ciencia que trata de la organización de las sociedades humanas, incluidas las instituciones del Estado.

El resultado de ayer deja una primera vuelta muy abierta, con victoria clara pero insuficiente del PP, y una segunda vuelta apasionante con una política de pactos abierta a todo tipo de conjeturas, principalmente por una corriente de izquierdas que puede sumar los votos suficientes para gobernar. Ojo al dato.

La reforma constitucional, la reforma electoral o la reforma laboral estarán en el tapete de negociaciones para la formación del nuevo Gobierno. Ni más ni menos. Órdago a la grande para ganar la partida más importante de los 40 años de nuestra democracia.

Gestionar la decepción o la frustración por el resultado electoral tampoco será tarea sencilla. Es lo que tiene las expectativas altas, que se confunden realidad y deseo. Pedro Sánchez es difícil que esté contento al perder las elecciones, aunque por la cuenta de la aritmética se abre una puerta que puede evitar el desasosiego en el PSOE. Albert Rivera esperaba más escaños, pero puede tener en su mano la gobernabilidad del país. Y Pablo Iglesias tiene que sentarse con sus bases para preguntarle qué hace en el hipotético caso que el candidato socialista le solicite su apoyo para ser investido presidente.

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