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Seat Ibiza. 21.835 (acumulado de enero a septiembre de 2014).
Chovinismo sobre ruedas

Chovinismo sobre ruedas

Que dos coches de fabricación nacional encabecen la lista de los más vendidos no suele ser muy común en España. Franceses, italianos o alemanes, en cambio, prefieren conducir automóviles hechos en sus propios países

borja olaizola

Lunes, 27 de octubre 2014, 00:45

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Dime qué coche conduces y te diré de dónde eres. La identificación entre conductor y vehículo siempre ha sido muy alta en países con fuerte tradición automovilista. En Francia, Italia o Alemania los coches de fabricación nacional monopolizan de forma abrumadora las listas de matriculaciones. En la cuna de los Renault, Citroën o Peugeot, por ejemplo, los diez automóviles más vendidos en lo que va de año son made in France. Algo parecido ocurre en Italia, donde cinco modelos salidos de las factorías del grupo Fiat son los que más éxito tienen en los concesionarios. En Alemania, el ranking del año pasado estaba encabezado por dos Volkswagen (Golf y Passat) y un BMW.

Es evidente, por tanto, que muchos automovilistas europeos anteponen el argumento del lugar de fabricación a otras consideraciones como el precio, las prestaciones o la estética. No es una razón baladí, ya que la industria del automóvil genera tal volumen de actividad que termina repercutiendo en los demás sectores: el que compra un coche hecho en su país es consciente de que proporciona un pequeño empujón a su economía, algo que de una u otra forma acabará beneficiándole.

En España, sin embargo, el factor nacional apenas tiene tirón en el mercado del automóvil. Durante la autarquía franquista los Seat eran casi siempre los más vendidos por la sencilla razón de que no había otra posibilidad de elección, pero en cuanto se abrió la puerta a los coches extranjeros las cosas cambiaron y los españoles nos echamos en brazos de otras marcas. Es cierto que Seat ha mantenido tradicionalmente sus modelos más asequibles en puestos punteros, sobre todo después de haber pasado a manos del gigante alemán Volkswagen, pero en los últimos meses ha dado un tirón que le ha permitido protagonizar un fenómeno inédito en la historia reciente de la marca: dos de su modelos, el Ibiza y el León, están entre los tres más demandados en el mercado nacional en 2014.

Hay quien quiere ver en el fenómeno una súbita toma de conciencia de las ventajas de apoyar a la industria nacional, en la línea de los automovilistas de los países vecinos, pero el análisis resulta más prosaico. «Los fabricantes españoles siempre se han desenvuelto bien en los coches de las gamas baja y media, que son los que mejor se venden en épocas de crisis», reflexiona Carlos Espinosa de los Monteros, alto comisionado de la Marca España y uno de los mejores conocedores de la industria automovilística nacional. Espinosa, eso sí, alaba la capacidad de la fábrica barcelonesa para diseñar modelos capaces de triunfar en un mercado tan ferozmente competitivo. «Si sumamos al comportamiento de los compradores en épocas de dificultad económica el hecho de que en España se hacen buenos productos a buen precio tenemos la explicación al fenómeno de las matriculaciones», precisa el representante de la Marca España.

Comprador voluble

Espinosa, que durante su etapa en el mundo del automóvil llegó a ser presidente de Mercedes en España, recuerda que la fidelidad no es un rasgo del comprador en nuestro país. «El automovilista español es de los más volubles, el índice de lealtad a una marca (el que repite fabricante cuando compra un coche nuevo) ronda el 50% cuando en países como Francia está por encima del 70%». A su juicio, la fidelidad a sus coches de nuestros vecinos se explica en parte por la tradición: «Antes de la apertura de los mercados solo podían comprarse los modelos hechos dentro de las fronteras de cada país y esa tradición se ha mantenido hasta nuestros días».

La globalización económica y la deslocalización trabajan a favor de la pérdida de identidad de las marcas. En el Reino Unido, una de las cunas de la industria del motor, el coche más vendido en las últimas décadas es el Ford Fiesta, que se fabrica en plantas de China, Venezuela o México. A su vez, buena parte de la producción del Renault Clio, a la cabeza de las matriculaciones en Francia, está centralizada en Turquía. Ni siquiera los coches alemanes escapan a esa inercia, ya que el Volkswagen Polo se hace en Pamplona y una parte de la producción del Golf está en México.

Si los coches más asequibles van perdiendo el alma como consecuencia de la globalización y es cada vez más difícil averiguar dónde están hechos, en los modelos de gamas superiores el origen se mantiene como una de las principales señas de identidad. En Volvo, por ejemplo, son plenamente conscientes de que buena parte de su imagen de marca está estrechamente ligada a Suecia a pesar de que la empresa pertenece desde hace cuatro años al grupo chino Geely. «El cliente asocia la marca a un coche fabricado para desenvolverse con seguridad en un país de carreteras nevadas y climatología difícil, así que la identificación entre Volvo y Suecia sigue siendo fundamental», reflexiona Espinosa de los Monteros. ¿Y qué sería de las berlinas de representación de marcas como Mercedes, Audi o BMW si sus nombres no fuesen sinónimo de producto alemán? Puede que los fabricantes hayan perdido el alma, pero muchos conductores la siguen buscando cada vez que arrancan el motor de su coche.

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