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Emilio Botín, en una imagen de archivo
Las batallas de Botín

Las batallas de Botín

El libro de cabecera del banquero era ‘El arte de la guerra’, un antiguo tratado militar chino que ha pasado a ser una obra de referencia en las escuelas de negocios

borja olaizola

Martes, 16 de septiembre 2014, 02:00

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Corría el año 1999 y el Santander se acababa de fusionar con el Banco Central Hispano. El recién fallecido Emilio Botín había convocado a los principales directivos de ambos grupos para exponerles sus planes. Muchos se extrañaron cuando vieron que sacaba un libro y lo abría por una página que tenía marcada. Leyó con voz grave: «El que ocupa el terreno primero y espera al enemigo tiene la posición más fuerte. El que llega más tarde y se precipita al combate está ya debilitado». Casi todos los nuevos escrutaban con curiosidad la portada del ejemplar en un intento de adivinar su título. A los que más tiempo llevaban con él no les hizo falta. Sabían que lo que acababa de leer El presidente pertenecía a su libro de cabecera, un antiguo tratado militar titulado El arte de la guerra, atribuido a un general llamado Sun Tzu, del que no solía separarse nunca.

A primera vista no parece haber mucho en común entre la convulsa China de hace 2.500 años, que fue cuando se escribió el libro, y el negocio de la banca del siglo XXI. El único nexo entre los campos de batalla regados de sangre de aquella época y el Santander es el color rojo que identifica al banco. Botín, sin embargo, hizo de El arte de la guerra una de sus principales herramientas doctrinales siguiendo una senda trazada tiempo atrás por teóricos del mundo de los negocios. «Es un libro fundamental para cualquiera que se dedique a la gestión de empresas, un clásico lleno de pequeñas píldoras de sabiduría que tienen validez universal», explica la profesora Elena Gutiérrez, subdirectora del máster de Comunicación Política y Corporativa de la Universidad de Navarra. A la docente no le extraña que Botín, que ejerció un fuerte liderazgo en su empresa, recurriese a la obra de Sun Tzu, de lectura obligada entre sus alumnos. «Cuando una repasa el texto se da cuenta de que la forma de hacer las cosas de Botín, con una estrategia claramente definida que se mantiene en el tiempo, tiene mucho que ver con los conceptos de El arte de la guerra».

El libro data de la época en la que China aún no se había unificado. «Es lo que se conoce como el periodo de los Reinos Combatientes, cuyo inicio se sitúa hacia el año 470 antes de Cristo, cuando el territorio estaba dividido en siete grandes reinos que se disputaban la hegemonía». El sinólogo (especialista en cultura china) e investigador Albert Galvany, profesor en la Universidad Pompeu Fabra, es el autor de la primera traducción directa del chino antiguo al español de El arte de la guerra, publicada en 2001 por Trotta y que va ya por la octava edición. «Las versiones anteriores en castellano eran traducciones procedentes de otros idiomas, sobre todo del francés y del inglés», precisa. Galvany explica que la obra tuvo una amplia difusión en Asia Oriental, pero que no llegó a Europa hasta bien entrado el siglo XVIII, de la mano de un jesuita que la tradujo al francés.

Películas y series

Durante décadas nadie le prestó mucha atención, era uno más de la larga lista de tratados bélicos escritos a lo largo de la historia. Las cosas empezaron a cambiar cuando se supo que Mao Tse Tung y, sobre todo, el general vietnamita Vo Nguyen Giap, uno de los artífices de la derrota estadounidense en el sudeste asiático, se habían inspirado en la lectura durante sus campañas militares. Tras abandonar precipitadamente Saigón, los militares americanos se arrojaron con avidez sobre las páginas de Sun Tzu en un intento de hallar una explicación a su derrota y descubrieron que sus reflexiones iban bastante más allá de la enumeración de tácticas militares. Es a partir de entonces, mediados los setenta, cuando El arte de la guerra comienza a conocerse en occidente. El Ejército de EE UU lo incorporó como obra de referencia en el adiestramiento de sus tropas de élite y adquirió tal resonancia que su estela no tardó en proyectarse al mundo de los negocios.

Alejandro Bárcenas, profesor de la Universidad de Texas y autor de la última de las traducciones que se han hecho al español, publicada por la editorial Anamnesis, recuerda que la aparición de algunas citas del libro en los diálogos de películas como Wall Street o series televisivas como Los Soprano le han proporcionado aún mayor popularidad . «El libro observa Bárcenas trasciende lo estrictamente castrense, es una obra colmada de términos filosóficos que obligan al lector a examinar su ser, su relación con los otros y la naturaleza de las circunstancias para obtener de esa forma un objetivo deseado». Una de las razones que explican a su juicio su aceptación es que «no tiene muchas referencias específicas a la cultura china, lo que hace que el lector contemporáneo pueda adentrarse con facilidad en el mensaje de la obra».

El arte de la guerra es ya casi una marca comercial. En aeropuertos y estaciones de tren de medio planeta se pueden encontrar publicaciones que recurren al señuelo de Sun Tzu como estrategia comercial. «Te topas con títulos como El arte de la guerra aplicado a los negocios, a los deportes o incluso a la conquista amorosa», sonríe el sinólogo Galvany, consciente de que la divulgación masiva de la obra supone a menudo una deformación del original. El traductor reflexiona así sobre el significado del texto: «Más que un mero tratado sobre la guerra, es un ensayo sobre la dominación. El fin último de El arte de la guerra no es aniquilar al adversario, sino someterle sin necesidad de entablar combate alguno, evitando así el desgaste que implica cualquier enfrentamiento».

A Galvany le han llegado también referencias de la devoción de Botín por la obra de Sun Tzu: «Si no recuerdo mal, una de las nociones que evocó ante sus accionistas es la analogía del agua, que luego se hizo célebre por un anuncio de una marca de coches. Al carecer de una configuración permanente, el agua encarna para Sun Tzu un elemento polimórfico y dúctil, dotado de una ingente capacidad de adaptación. No es extraño que Botín se sirviera de la metáfora para expresar la idea de dotar a u empresa de estructuras flexibles para triunfar». En su opinión, no obstante, es el reconocimiento que tiene el libro en los círculos empresariales el que hacía que el banquero recurriera a sus pasajes. «Dudo mucho que El arte de la guerra pudiera enseñar nada nuevo a un avezado lobo de las finanzas como el señor Botín, pienso más bien que se trata de un uso retórico, se servía del prestigio del texto para apuntalar sus propias iniciativas».

Los dos traductores coinciden a la hora de escoger el pasaje más representativo de la obra. «El espíritu de El arte de la guerra dice el profesor Bárcenas se resume al inicio del capítulo 3, cuando Sun Tzu dice: La acción de mayor virtud no consiste en alcanzar cien victorias sobre cien batallas. En la guerra, la acción de mayor virtud consiste en doblegar a los hombres sin combatir». Es la dominación de la que habla Galvany, que se reconoce perplejo ante el fenómeno desatado por la obra de Sun Tzu: «Es llamativo que una civilización que se autodefine como democrática y basada en valores morales consuma compulsivamente un tratado sobre la guerra que es en realidad un tratado sobre la dominación».

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