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ADOLFO LORENTE
Domingo, 11 de diciembre 2016, 00:57
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bruselas. Muchas cosas suceden pero nada cambia. Ni cambia, ni cambiará al menos hasta finales de 2017. El euro ha entrado en funciones y no saldrá de su parálisis hasta que Alemania quiera, hasta saber cómo queda el nuevo Bundestag tras unas elecciones, previstas para el próximo septiembre, que alumbrarán salvo sorpresa mayúscula el cuarto mandato consecutivo de la todopoderosa Angela Merkel. Guste o no (cada vez menos y a menos gente), Berlín es el faro del Eurogrupo. El jefe, el líder, el caballo ganador, el halcón de la ortodoxia económica que ha aplastado la rebelión de las palomas del Sur y de la propia Comisión Europea, como pudo comprobarse esta misma semana dando un sonoro portazo a la ambiciosa propuesta de impulsar estímulos fiscales por valor de 50.000 millones.
«El jaleo italiano, las elecciones en Holanda, en Francia, Alemania... ¿Alguien de verdad espera que se mueva o sucede algo, que se avance en la necesaria integración?», lamenta una alta fuente del consejo de ministros de Finanzas del euro (Eurogrupo). La mejor evidencia es el borrador de conclusiones de la última cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que se celebrará esta semana en Bruselas. El texto pasa de puntillas por el capítulo económico y ni siquiera menciona la necesidad de impulsar el tercer y último pilar de la unión bancaria: el fondo único de garantía de depósitos, que sigue vetando Berlín.
El gran problema, explican estas fuentes, es que los estados sólo piensan en sus intereses nacionales presionados por su coyuntura política. El rival de Merkel son los euroescépticos de la AfD, y en Holanda, el liberal Mark Rutte tiene el mismo problema con el xenófobo antieuropeo Geert Wilders. Países fundadores del club, son los dos grandes halcones de un Eurogrupo liderado, precisamente, por el socialista holandés Jeroen Dijjselbloem.
Disfrutan de escandalosos superávits fiscales por encima del 8% y el 9%, cuando Bruselas estima el límite máximo en el 6%. No gastan. Ahorran y ahorran para desesperación de sus socios y de una Eurozona que sufre un «crecimiento mediocre», como confiesa el ministro español, Luis de Guindos. Por eso la Comisión les ha pedido (no puede exigirlo) que estimulen su economía bajando impuestos o subiendo sueldos, que asuman su rol de locomotora. Es lo que en la jerga comunitaria se ha llamado «una posición fiscal agregada positiva del 0,5% del PIB». El lunes se debatió en el Eurogrupo y el varapalo que sufrió el comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, fue enorme al escuchar el ya tradicional 'nein' del ministro Wolfgang Schauble.
El futuro de De Guindos
Por contra, Francia, Italia, Portugal, Grecia, Irlanda o incluso España estaban a favor. Madrid, eso sí, con la boca pequeña. La estrategia de Guindos es el 'sí pero no', intentar que Alemania se mueva sin enfadar a su gran amigo Schauble, sabedor de que aún le queda cuerda para rato y es el gran caballo ganador. Ambos son los dos ministros más longevos del Eurogrupo y De Guindos sabe que España le necesita para recuperar todo el peso político perdido durante la Gran Depresión. Ojo, que si Dijsselbloem sale mal parado en las elecciones de marzo y no repite en su país, el nombre del español lidera las quinielas para sucederle. «Muchos ministros socialistas como el francés o el italiano se arrepintieron de seguir la disciplina de partido en la reelección de Dijsselbloem en lugar de por De Guindos», confiesa un veterano político. Pero esto ya es otro cantar que el ministro español y su entorno intentan esquivar a toda costa, escarmentados del varapalo sufrido hace año y medio.
Es paradójico pero España, el gran problema del euro con el permiso de Grecia, se ha convertido ahora en un remanso de paz y tranquilidad política frente a los gravísimos problemas de Italia y el adiós de Matteo Renzi, el único líder de la socialdemocracia europea con mimbres de poder cambiar las cosas.
En manos del BCE
Porque si la tercera potencia del euro está de capa caída con su sistema bancario hecho unos zorros, la segunda, Francia, se encuentra en plena convulsión preelectoral con una izquierda que espera un milagro para poder pasar incluso a segunda ronda. Salvo sorpresa, a partir de mayo gobernará la derecha o la extrema derecha.
El escenario más factible es que el futuro eje francoalemán sobre el que pivota Europa vuelva a estar gobernado por las políticas más conservadoras en lo económico. Fillon, por ejemplo, apuesta por fortalecer el papel de los países en la gobernanza del euro incluso restándole poder a la Comisión, como anhela Berlín. Eso sí, quiere ampliar el mandato del BCE al crecimiento y la creación de empleo, no sólo a la inflación, algo a lo que Alemania volverá a decir 'nein'.
De momento, y como pudo verse el jueves, a lo poco que se puede agarrar la Eurozona es al BCE y a su presidente, Mario Draghi. Él sí está asumiendo riesgos y su responsabilidad en un momento muy delicado. Los gobiernos nacionales, por contra, siguen presos de sus elecciones.
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