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Una escena de la ceremonia de clausura.
Río se despide bailando bajo la lluvia
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Río se despide bailando bajo la lluvia

Tokio 2020 recoge el testigo olímpico en una ceremonia de clausura pasada por agua en la que Brasil homenajeó a su propio espíritu festivo

jon agiriano

Domingo, 21 de agosto 2016, 19:20

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"Será una hermosa fiesta. Vamos a mostrar lo mejor del espíritu brasileño", aseguró hace unos días Abel Gomes, el productor ejecutivo de la ceremonia de clausura que ayer noche puso punto final a los Juegos 2016. Y así fue. Río se despidió bailando bajo la lluvia en el estadio de Maracaná, que todavía vibraba con el título olímpico de la selección brasileña de fútbol. El segundo objetivo declarado de la ceremonia era mucho más ambicioso. Ni más ni menos que lavar el alma de todo el mundo", una buena manera de intentar empezar a cumplir el lema de Río 2016. Un mundo nuevo. A la espera de comprobar si lo ha conseguido, nada como pasar un rato divertido y colmado de buenos deseos.

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Este tipo de ceremonias siempre tienen siempre un aliento de despedida dolorosa imposible de erradicar. No es fácil decir adiós no sólo a 17 días apasionantes de competición sino a todos estos últimos años viviendo con la ilusión olímpica. Pero los brasileños consiguieron hacerlo con un bonito espectáculo, lleno de color, juegos de luces, fuegos artificiales, bellas coreografías, mosaicos, actuaciones musicales y espíritu carnavalero.

La noche cayó sobre Río con fuertes vientos y chaparrones. Y se temió que, de arreciar el temporal, la ceremonia quedase completamente deslucida. Al final, sin embargo, todo salió bien. Salvo por la molestia de los chubasqueros y la necesidad de los paraguas, se cumplió el guión original. Volvieron a desfilar todos los países con sus banderas, pero esta vez de una manera casi informal y con un séquito menos numeroso de atletas y técnicos, salvo en el caso de los japoneses, que al fin y al cabo estaban allí para heredar.

De manera que la procesión, a ritmo de samba, no se hizo tan interminable. Es más, a las chicas españolas de gimnasia rítmica les debió parecer cortísima porque se lo pasaron en grande, felices con su medalla de plata. En fin, que el público disfrutó, los tres primeros clasificados de la maratón masculina recibieron sus medallas de mano de Thomas Bach y Sebastian Coe, los voluntarios recibieron su merecido homenaje, y los políticos y dirigentes se mostraron encantados en sus discursos protocolarios antes de proceder a investir a Tokio como nueva ciudad olímpica. Lo previsto.

En que todo funcionara como debía se empeñaron con entusiasmo 3.000 voluntarios y más de 300 bailarines, que recrearon en Maracaná una fiesta callejera brasileña. La dirigió Rosa Magalhaes, ocho veces ganadora del campeonato de Escolas de Samba de Río de Janeiro. Suya fue la idea de invitar a la comparsa Cordão da Bola Preta, una de las más populares de la ciudad. Tanto que cada año reúne a un millón de personas durante los Carnavales.

Nada de lágrimas, pues, bajo el círculo azul de Maracaná en la hora de la despedida. A diferencia de la ceremonia inaugural, la defensa de la ecología -un sarcasmo, realmente, en un país con unos niveles descorazonadores de contaminación en sus aguas y de desforestación-, no fue el leiv-motiv del espectáculo. Su esencia era, básicamente, el baile. Y su inspiración, la actriz y cantante brasileña Carmen Miranda. Seguro que hubiera sido la reina ayer, bailando con un traje de flores tropicales y con Xavier Cugat a su lado, dirigiendo la orquesta de espaldas para poder mirarla.

La apuesta por la fiesta no impidió, sin embargo, que se rindiera un tributo al genio de la arquitectura paisajística brasileña Roberto Burle Marx (1909-1994), autor del Flamengo Park y del famoso mosaico que recorre el boulevard de la playa de Copacabana. Burle Marx fue también uno de los primeros defensores de la selva amazónica y en su honor, casi al final de la ceremonia, se recreó un inmenso jardín de bailarines disfrazados de plantas tropicales.

Como es habitual en estos casos, dentro de la ceremonia de clausura, a la que no asistió el presidente interino de Brasil, Michel Temer, se celebró otra: la entrega del testigo a Tokio 2020. El alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, procedió al traspaso de poderes. Entregó primero la bandera olímpica a Thomas Bach y éste se la dio a la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike. Comenzó entonces el turno de los japoneses en la ceremonia. Dieron las gracias - arigato- con una bella coreografía saliendo del corazón rojo de la bandera nipona y impresionaron con la participación de su primer ministro Shinzo Abe, que salió por sorpresa del interior de un módulo haciendo de Super Mario y saludando con su gorra roja.

Luego llegó el turno de los discursos. Carlos Arthur Nuzman, el presidente del comité organizador de Río 2016, se emocionó al hablar del orgullo que siente por su ciudad y su país. Su tono enfático y mitinero, mientras leía unos folios que le temblaban en las manos, llamó la atención. Thomas Bach, más tranquilo, desplegó palabras de elogio a Río en portugués, inglés y francés. Os amamos cariocas. Han sido unos Juegos Olímpicos maravillosos en una ciudad maravillosa, dijo, antes de llamar al estrado y homenajear en persona a los atletas que han integrado el equipo de Naciones Unidos invitado a estos Juegos. Y luego la bella antorcha de Río, con su llama reflejada en espejos móviles, se apagó bajo un aguacero amazónico, en este caso ideado por la organización. No fue el final, por supuesto. Quedaba más samba en Maracaná y después en sus alrededores, más carnaval pese a la lluvia y el ventarrón. Era pronto para que acabara la fiesta. Siempre lo es en Brasil.

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