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Autobus de Río 2016.
Viajando en autobús
opinión

Viajando en autobús

Jon agiriano

Lunes, 15 de agosto 2016, 20:40

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Entre los periodistas que cubrimos los Juegos hay una pregunta que se ha extendido sin remedio. ¿Cuánto has tardado? Se trata de saber el tiempo que tu colega se ha demorado en los desplazamientos hacia las diferentes sedes que están fuera del anillo olímpico de Barra de Tijuca o en llegar a éste desde el centro de la ciudad. Una vez hecha la pregunta, uno tiene que desplegar el catálogo de sus experiencias en los autobuses. Las hay para todos los gustos, pero casi todas acaban coincidiendo en denunciar un hecho objetivo: el transporte está siendo lo peor con diferencia de estos Juegos.

Después de tanta alarma creada a cuenta de la seguridad en Río y del virus del zika, que al final, con las excepciones que se quiera, están resultando dos cuestiones sin demasiada trascendencia, resulta que el gran problema era el transporte. Algo sorprendente porque en los Juegos siempre se es muy riguroso en este tema. Los trayectos están muy bien estudiados y los carriles olímpicos para los desplazamientos de los miles de atletas, entrenadores, jueces, voluntarios y periodistas son algo sagrado. Hasta en una ciudad de tráfico endiablado como Atenas, donde uno siempre se imagina al comisario Jaritos metido en un atasco, no hubo ningún problema.

En Río es diferente. Cada desplazamiento se convierte en una moneda al aire. Y no es fácil acostumbrarse. A base de paciencia olímpica, uno se habitúa a contratiempos menores. Pienso en la raquítica oferta gastronómica de las sedes, reducida a un solo tipo de hamburguesa y a veces a un sandwich vegetariano plastificado, de esos que pueden acabar cobrando vida inteligente dentro las máquinas expendedoras. También te resignas a que una de cada dos impresoras esté fuera de servicio y nos deleite con el mensaje the current page cant be printed, que ya podría ser el título de una canción que los periodistas entonáramos cada vez que entramos al Main Press Center. A las aventuras en autobús, en cambio, ya es más complicado acostumbrarse.

El cronista vivió la última la mañana del domingo. El autobús que debía llevarle a la Marina da Gloria llegó puntual a su parada asignada. Cinco minutos después, debía tomar la salida. El chófer se bajó a fumar un cigarrillo y a charlar con los dos voluntarios que estaban en la parada, sentados bajo una sombrilla. La conversación se fue alargando y la salida comenzó a retrasarse. Cuando ya pasaban veinte minutos, tres periodistas israelíes que habían decidido salir con tiempo para poder entrevistar a la windsurfista Maayan Davidovich antes de la Medal Race, comenzaron a impacientarse. Cuando pasaba media hora, uno de ellos se bajó enfadado a pedir explicaciones. Aunque no recibió respuesta en el momento, una voluntaria se presentó enseguida para calmar los ánimos. Five minutes.

Dicho esto, ella, el otro voluntario y el chófer, sencillamente, se esfumaron. Y no volvieron a aparecer hasta media hora después. Para entonces, cuando el autobús salió por fin con una hora de retraso, el alivio pudo con la indignación. Incluso de los israelitas. Fue un recorrido bonito por la carretera de la costa y resultó muy agradable contemplar el esplendor dominical de las playas de San Conrado, Leblon, Ipanema, Copacabana y Flamengo. El problema es que hubo que cruzar entera la ciudad y, con el tráfico habitual de Río, el viaje se hizo eterno: casi hora y media cuando se trata de un trayecto previsto de 45 minutos.

Lo que duró la vuelta, justamente. Es verdad que fue un recorrido mucho más feo saliendo de la ciudad por la zona portuaria y atravesando un paisaje deprimente de galpones, explanadas de contenedores, nudos viarios, gasolineras de Ipiringa, barriadas humildes y kilómetros de favelas. También es cierto que el chófer volvió a demostrar que todos los brasileños llevan dentro un Fittipaldi o un Ayrton Senna. Pero el hombre aprovechó el carril olímpico en la autovía y fue exquisitamente puntual. El cronista hubiera querido que lo comprobaran sus colegas judíos, pero tras la experiencia de la mañana decidieron coger un taxi. Quiero suponer que no seguirán metidos en el atasco formidable que se había montado a la altura del barrio de Bonsucesso.

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