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Lionel Messi celebra un gol. Afp
La satisfacción no confesada del Barça en el Bernabéu

La satisfacción no confesada del Barça en el Bernabéu

Valverde y sus jugadores salen fortalecidos no sólo por el 0-3 al Real Madrid, sino también por la evidencia de que todo un Real Madrid sacrifica parte de su talento sin éxito obsesionado en tapar a Messi

P. Ríos

Domingo, 24 de diciembre 2017, 09:59

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Frenar la euforia se convirtió en el objetivo principal de Ernesto Valverde y sus jugadores en los minutos posteriores al Clásico. Tras la lógica celebración en el vestuario del Santiago Bernabéu, con la ya obligada fotografía de familia porque el mundo de las redes sociales manda, los mensajes de prudencia se sucedieron uno tras otro, como si una victoria tan contundente como un 0-3 al Real Madrid y 14 puntos de ventaja (11 si el eterno rival ganara su partido pendiente en Leganés) no invitaran a salirse del guión por un día. Queda más de media Liga y toca prudencia.

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Andrés Iniesta y Jordi Alba coincidieron en no descartar al Real Madrid de la lucha por el título. “Sería una falta de respeto”, afirmó el centrocampista. “De ellos no me fío ni un pelo”, prosiguió el lateral zurdo. “Los puntos se ganan muy despacio, pero se pueden perder muy rápido”, advirtió Valverde, el hombre que supo transmitir serenidad tras aquella Supercopa de España en la que la mala imagen del Barça, unida a la fuga de Neymar, dibujó un panorama desolador. Desde entonces, 25 partidos invictos entre Liga (17), Liga de Campeones (6) y Copa (2).

Con esos números se fue el Barça de vacaciones navideñas, algunos directamente desde el Santiago Bernabéu a sus respectivos países, como Messi y Mascherano a Argentina y Luis Suárez a Uruguay, desde donde volverán el 2 de enero con un permiso especial de fin de año, a dos días de un Celta-Barça en la ida de unos octavos de final de la Copa del Rey que difícilmente disputarán. El resto de la plantilla se incorporará al trabajo el 30 de diciembre. Todos se despidieron y se felicitaron las fiestas navideñas alucinados por la combinación de resultados en una jornada en la que perdieron, además del Madrid, el resto de perseguidores, como el Valencia (0-1 ante el Villarreal) y el Atlético (1-0 contra el Espanyol).

Nadie lo dijo en voz alta para que no sonara a provocación, pero de Chamartín se fue el Barça con una de esas satisfacciones que aumentan la autoestima: Zinedine Zidane había sacrificado de inicio a uno de sus jugadores más desequilibrantes como Isco para intentar tapar a Messi con un marcaje individual de Kovacic. Le había salido bien en agosto, pero aquel Barça vivía en estado de shock por el adiós de Neymar y tenía pocas soluciones para los primeros trucos tácticos de los rivales. Ahora ya han habido más vigilancias obsesivas hacia el ‘10’, quien sabe cómo comportarse, al igual que sus compañeros. Y precisamente el 0-1 de Luis Suárez fue el castigo divino al conservadurismo del técnico francés, sorprendentemente aceptado por el entorno. Rakitic, antes de conectar con Sergi Roberto, autor de la asistencia al uruguayo, avanzó con por un pasillo que le dejó Kovacic, obsesionado con el control del argentino.

Para el Barça, la otra gran noticia al respecto es que Zidane no hiciera autocrítica en rueda de prensa por esa decisión táctica, protegido por los títulos conquistados en estas dos últimas temporadas. Los barcelonistas se echaron las manos a la cabeza cuando vieron que en el banquillo del Madrid estaban Bale, Asensio e Isco, incluso Lucas Vázquez, mientras que en el azulgrana se sentaban Aleix Vidal, Denis Suárez, Digne, Mascherano, Semedo y André Gomes. Si el partido lo tenía que decidir el fondo de armario, el asunto pintaba mal. Curiosamente, la sentencia fue obra de Aleix Vidal mientras que los cambios del equipo blanco no pudieron cambiar nada. Es lo que pasa cuando un equipo se siente en estado de gracia. Al Barça le sale ahora casi todo, con un Ter Stegen estelar, ya Zamora en solitario, y un Messi diabólico, que ahora crea ocasiones hasta sin participar en la jugada, simplemente llevándose a su marcador a dar una vuelta por el césped. Es lo que tiene ser el mejor jugador del mundo, que hasta el campeón de cinco títulos en 2017 modifica su idea para contrarrestarle sin conseguirlo.

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