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Leo Messi celebra el 2-3 del Barça en el Bernabéu.
Messi, el fútbol soñado
FÚTBOL

Messi, el fútbol soñado

La exhibición del barcelonista en el clásico del Bernabéu nació con el aplauso cariñoso de su afición ante la Juventus y evidenció su categoría de jugador único en la historia

P. RÍOS

Lunes, 24 de abril 2017, 19:18

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Hay cracks más musculados y potentes, algunos son más rápidos y resistentes, otros tienen mejores momentos puntuales de forma, también existen los más simpáticos, más expresivos, menos melancólicos, más comerciales. Incluso los hay más afortunados en las grandes citas con sus selecciones resueltas en finales con prórrogas y penaltis. Aparecen jóvenes brillantes, mantienen su nivel estrellas de la última década, siempre resucita algún veterano ilustre, se recuerda habitualmente a leyendas de otras épocas Se puede hablar de futbolistas de hoy, de ayer e imaginar a los de mañana, pero a estas alturas de la película, con más o menos trofeos (a decenas), con más o menos goles (a centenas) y con más o menos jugadas para el recuerdo (a miles), sólo existe uno que reúna todo con lo que un niño sueña cuando comienza a familiarizarse con un balón: fantasía, talento, gol, lucha contra la adversidad, épica

La épica de Sergi Roberto

  • A Sergi Roberto le ha costado seis años ganarse un crédito real en el Barça. Aquel prometedor interior que debutó en el Bernabéu de la mano de Pep Guardiola en los últimos minutos de la ida de la semifinal de la Liga de Campeones 2010-11 (jugó antes en Copa, pero nada como aquello), estuvo a punto de quedarse en otro proyecto frustrado hasta que Luis Enrique le recordó que hasta él, delantero de talento y gol en el Sporting y en la selección, jugó en ocasiones de lateral en el Real Madrid y en el Barça. Tenía que reciclarse para triunfar en una posición en la que pudiera explotar su enorme potencial físico es un jugador de recorrido incansable, con calidad en la conducción. El técnico asturiano le convenció. Y tras jugar en varias posiciones (mediocentro, interior, extremo), la marcha de Dani Alves le dio la oportunidad de sentirse titular.

  • No ha sido fácil suplir al brasileño. Es inevitable añorar en el Barça su intensidad, y más tras lo visto en el cruce ante la Juventus, pero Sergi Roberto acabará la temporada pase lo que pase, con más títulos o menos, como uno de los héroes. Suyo fue el gol final de la remontada al PSG (6-1) y suya fue la cabalgada desde el área propia para romper al Real Madrid y crear la jugada del 2-3 de Messi, quien, como en aquel 0-2 de hace seis años que celebró aquel juvenil de Reus, logró un doblete. Por cierto, en el 0-4 de la temporada pasada hizo algo parecido para asistir a Luis Suárez en el 0-1.

Leo Messi demostró el domingo en el clásico del Santiago Bernabéu que los debates sobre los premios individuales de cada final de año son absurdos. El mejor futbolista del mundo es él. También el mejor jugador de la historia. Si quieren, que distingan otras categorías: el crack más constante, el más ambicioso, el más solidario con sus compañeros Pero en la categoría global nunca ha habido color. Digan lo que digan. Messi es único.

El miércoles acabó su participación en la Liga de Campeones cabizbajo, deprimido, con los ojos llorosos y el pómulo hinchado tras una caída espeluznante. Se le habían escapado por milímetros las tres mejores ocasiones que tuvo el Barça para intentar remontar a la Juventus. En un segundo, el término fin de ciclo volvió a aparecer para el equipo azulgrana, pero también para él. No importaba que todavía fuese el máximo goleador de la presente Liga de Campeones, el Pichichi de la Liga y mandara en la Bota de Oro. No marcó en los cuartos de final ante el equipo italiano (dejó solos a Iniesta y Luis Suárez ante Buffon en la ida con dos asistencias geniales, pero eso no cuenta) y en el mundo actual de la inmediatez eso suponía su tumba deportiva.

Su reacción no fue criticar a los compañeros por no darle mejores pases en el Camp Nou o por no defender mejor en Turín. Hace años que Messi se impone una autoexigencia que le hace culpabilizarse de los fracasos deportivos del Barça (pocos) y de la selección argentina (muchos). Acepta que de él siempre se espere lo mejor y él se frustra si no ofrece todo su potencial. Y a veces le afecta, es humano, y puede caer en un estado depresivo que limite su rendimiento en los partidos posteriores. Pero esta vez pasó algo diferente que iluminó su indescifrable mundo interior. La afición del Barça coreó su nombre cuando falló un pase en los últimos minutos ante la Juventus y premió al equipo con una ovación por su esfuerzo pese a la decepción europea. Se sentía en deuda. Le habían tocado el corazón.

Madurez dentro y fuera

Y con el corazón tocado, sólo faltó que Casemiro le tocara también los tobillos con dos faltas escandalosas que merecieron la expulsión y que Marcelo le golpeara en la boca con el codo desplazado del cuerpo (otra roja al limbo) hasta hacerle sangrar y obligarle a jugar varios minutos mordiendo una gasa para frenar la hemorragia. «Si le dejas te mata y si le pegas se cabrea y te fulmina», escribió Palop, exportero del Sevilla, en las redes sociales. Messi comenzó a pedir el balón por todas las zonas del campo, encarando al mediocentro del Madrid en campo propio, driblando interiores blancos, pisando área, rematando Sergio Ramos está a tiempo de darle las gracias por esquivar su terrorífica entrada que, esta vez sí, supuso la expulsión. Los reflejos de Messi le evitaron la vergüenza mundial de lesionar de gravedad al mejor jugador del mundo. Y de paso se libró de una sanción ejemplar.

Acabó logrando dos goles, el último a pocos segundos del final, mostrando su camiseta al Bernabéu, pero también al mundo, besando el escudo, su forma de responder al gesto de los barcelonistas ante la Juve. Quizás no valga para ganar la Liga, pero lo del clásico será inolvidable. Su salida del césped camino de los vestuarios fue apoteósica. Ni rastro de aquel despotismo del que se hablaba cuando comenzó a saberse el mejor del mundo. Su madurez, dentro y fuera del campo, está por encima ya de todos los Balones de Oro. Cada compañero le abrazó con ternura, cariño y delicadeza, como si se fuera a romper, con respeto y admiración. Así lo hacían sus amigos, se puede ver en Youtube, en aquellos campos de tierra en los que corría detrás de un balón más grande que él en su Rosario natal. Nada ha cambiado. Es Messi. Es el fútbol como todos los que lo juegan y lo disfrutan lo soñaron un día.

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