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Froome estalla de alegría al cruzar la línea de meta de las Cumbres del Sol. :: javier lizón. efe
Froome desenfunda la trituradora

Froome desenfunda la trituradora

El líder vuelve a superar a todos, gana la etapa y disfruta en una Vuelta «de ensueño»

J. GÓMEZ PEÑA

CUMBRE DEL SOL.

Lunes, 28 de agosto 2017, 01:14

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Tres vistazos y un parpadeo. En ráfaga. Chris Froome le tiró un vistazo a la pancarta de meta de las Cumbres del Sol. Calculó el martirio de esos 600 metros verticales. Bien. A su alcance. Parpadeó. Y, segundo vistazo, le echó una mirada a su sombra. Sobre ella pedaleaban Contador, Chaves y Woods con los pulmones llegando a su frontera. Froome, tan matemático él, es también un corredor de corazón. Quería la victoria de etapa que no pudo lograr en julio durante su cuarta victoria en el Tour. Soltó su mejores pedaladas. Sonaron sobre un yunque. Sólo uno, el de siempre, Contador, se negó a claudicar. El madrileño bajó un piñón. Sacó los dientes. Ni así. Reventó. A Contador siempre se le gastarán antes las piernas que las ganas.

Vio marchar a Froome, al que entonces trataron de cazar Chaves y Woods. El colombiano rastreó la silueta del líder. Buen olfato. Le cogió. Ahí Froome desenfundó su tercer vistazo. Nada más sentir el aliento de Chaves, aceleró. Las Cumbres del Sol se inclinaron a su favor. Ganó su etapa, dirigió un puñetazo feliz al cielo y reforzó su liderato. Más que a ganar la Vuelta, ha venido a triturarla. Todo el sol de esta edición es ya suyo.

Aunque la víspera de esta novena etapa, Froome tenía un punto oscuro en su memoria. El recuerdo de una sombra precisamente aquí, en las Cumbres del Sol. Data de 2015, de aquella Vuelta y de esta roca sobre el Mediterráno salpicada de luz, chalets con piscina e ingleses. El sábado por la noche repasó el vídeo de aquel día. Se vio allí. Cumplió el guión marcado por su preparador físico. En la primera rampa se olvidó del resto. Pedaleó en su burbuja. A mitad de la cuesta, ya estaba delante, rodeado de rivales sin aire. El sol era él. Los apagó a todos, salvo a uno, un tipo que se descubrió allí como escalador, Tom Dumoulin. El holandés no bajó la bandera. Resistió y le remató en la Cumbre. Se quedó con el Sol. De ese segundo puesto, de esa sombra, se acordaba Froome. Nunca más.

«Me pilló con un piñón de más; lo bajé, pero ni así. Me dejó clavado», reconoce Contador

«En 2015 me precipité y Dumoulin me pasó en los metros finales», recordó . Por eso y porque el viento frenaba de cara, se retuvo hasta que restaban 500 metros. Largos. Aprovechó un impulso de David de la Cruz y, justo donde quería, soltó todo su gas. Eso sí, le asustó Chaves. «Cuando he visto que me cogía, he pensado que me iba a pasar como con Dumoulin», confesó. Ese miedo le aceleró. «He agachado la cabeza y he ido a tope». De ahí, de ese mal recuerdo, vino su enorme felicidad en la cima. «Está siendo una Vuelta de ensueño. Ideal», se felicitó.

A Froone esta vez no le hizo falta gastar a su equipo, el Sky. De estrangular a los fugados, a Soler y Ludvigsson, se encargó el Cannondale. El conjunto estadounidense tenía dos razones: su líder, el atleta Woods, está hecho para finales como las Cumbres del Sol, cuatro kilómetros violentos. A eso se añadió el anuncio inesperado de que la escuadra ha perdido un patrocinador. Está en peligro su continuidad. La cola del paro. El chirrido de esa persiana espoleó a los corredores del maillot verde. «Esta mañana, al levantarse han dicho que iban a ir a por la etapa», contó Juanma Garate, su director. Y cumplieron: persiguieron como poseídos a los escapados por el Manhatan de Benidorm y el zócalo del Peñón de Ifach.

«Si me muero, que me muera con la cabeza bien alta», escribió el poeta pastor, Miguel Hernández, que creció donde salió la etapa, en Orihuela, pueblo de iglesias, de silencios. Eco de pasos. Así lo describió. Y así, de cabezas altas, es esta Vuelta, repleta de ciclistas atrevidos. Como Bardet, tercero del Tour y ya sin opciones en la Vuelta. Atacó en las Cumbres. Como Enric Mas y el ecuatoriano Carapaz, dos recién llegados a la élite. Los tres quisieron llegar al Sol. Mikel Nieve, el persistente mejor gregario de Froome, le quitó al trío toda la luz. Froome, con aliento de sobra para no dejar de hablar por la emisora, no iba a perdonar a nadie. Ni a los poetas.

«Me pilló con un piñón de más; lo bajé, pero ni así. Me dejó clavado», reconoció Contador. «Está muy fuerte», continuó. Y dijo más: «Y le beneficia la contrarreloj y tiene el equipo más fuerte....». ¿Se rinde Contador? «No».

En la meta, a Froome le dijeron que tiene a sus rivales asustados. «No, no creo. También yo tengo días malos». Sonreía. Acababa de grabar un vídeo de las Cumbres del Sol con el final feliz que dejó pendiente. Esa cuenta ha venido a saldar: la victoria que le falta en la Vuelta, cada vez más cerca.

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