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Idígoras
El último genio

El último genio

Hoy es un día triste pero de una tristeza alegre, cómo no sonreír cuando nuestro recuerdo despliega ese derroche de lugares nuevos adonde nos llevaste, Chiquito, por la gloria de mi madre.

Pablo Aranda

Málaga

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Sábado, 11 de noviembre 2017, 09:33

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Chiquito de la Calzada se ha muerto, por la gloria de mi madre. Esto no se hace, pecador de la pradera, último genio, pedazo de fistro, grande, enorme, único, esto no se nos hace ¿te das cuen?

A partir de unas referencias personales, surrealistas, nuevas, absurdas, Chiquito de la Calzada se separó de la tradición humorística española para volar aparte sin que eso le supusiera adoptar una pose. Era un hombre corriente, digno, elegante, un señor afable, pero al levantarse y ocupar el centro del escenario ¡jarl! el mundo ya era otro mundo y el final de los chistes dejaba de importar, lo único que queríamos es que no terminase. En el Pasaje de Chinitas, donde dice García Lorca que Paquiro le dijo a su hermano “soy más valiente que tú, más torero y más gitano”, la figura de Chiquito de la Calzada no volverá a cruzar camino del restaurante Chinitas, donde resultaba fácil encontrarlo. Hace justo tres años estuvo en Málaga el escritor Andrés Barba, que esta semana ha ganado el Premio Herralde de Novela, un escritor que admiro. Almorzando, vio a Chiquito. Andrés Barba trabajaba en un ensayo sobre el humor que publicaría dos años más tarde, “La risa caníbal”, donde se muestra muy crítico con el humor en España. Encontrarse con Chiquito, a quien consideraba un genio, lo vivió como “algo ultraestelar”, pues confesó que era su ídolo nacional, para el que guarda un altar privado.

El final de los chistes dejaba de importar, lo único que queríamos es que no terminase

En los años noventa, a la vuelta de un viaje largo, la gente componía unos gestos extraños que yo no comprendía, imitaban una forma de andar curiosa, introducían vocablos de un idioma nuevo. Cuando vi por primera vez a Chiquito de la Calzada me pareció un hecho ultraestelar que el objeto de admiración general fuese un genio, alguien capaz de arrugar la hoja donde está representado el mundo y al extender la hoja comprobásemos que el mundo es otro.

Siempre lo he mirado con absoluto respeto, no sólo por su genialidad sino por su actitud digna. En una entrevista trataban de buscar un lado oscuro, pobre, miserable, “cuando no tenías dinero ni para cambiarte de traje”, pero él dijo que no había sido rico, pero que siempre tuvo otro traje. El flamenco Chiquito “hizo el Japón” como tantos flamencos que acudían a batir palmas y cantar unas bulerías. Vivió dos años allí y contaban otros cantaores que pasó en el avión el miedo más grande del mundo. Sentado, quieto, callado, no se levantó ni para ir al aseo. Imagino su gesto y la respuesta a la azafata que se extrañase por su actitud. Hace unos días, al salir de la UCI, comentó a un periodista de Sur que “había estado regular nada más”. Chiquito es uno de los nuestros, un tipo que nos hace mejores porque en esta era de culto a los mediocres, admirar a un grande nos engrandece.

El personaje más conocido de Kafka, Gregorio Samsa, se levantó convertido en escarabajo. Gregorio Sánchez, Chiquito, cada vez que se levantaba y ocupaba el centro del escenario seguía siendo él pero nos convertía a los demás en habitantes de un mundo recién creado. Siempre he respetado a mis ídolos y no he solido asaltarlos al encontrarme con alguno de ellos, pero varias veces saludé a Chiquito. Como si nos conociéramos de hacía mucho y casi de nada, como si fuese el padre de un niño que fue mi compañero de juegos en un barrio al que no huiera vuelto, le decía buenas noches, y él me miraba con una media sonrisa educadísima y me devolvía el saludo.

De su segundo ingreso en el hospital no ha vuelto, y no queríamos que nuestro ídolo anduviera entrando y saliendo, estableciéndose en un regular nada más, en la habitación sin intimidad de un hospital lleno de fistros. Un médico acercándose por las mañanas para darle un parte lleno de tecnicismos y Chiquito preguntando ¿cómor? Y cuando el médico saliese Chiquito se despediese con su hasta luego, Lucas.

El mundo esta vez ha sido justo y esperó a que Chiquito tuviera sesenta y dos años para encumbrar a un hombre bueno y el hombre bueno lo ha sabido, se ha sentido querido. Hoy es un día triste pero de una tristeza alegre, cómo no sonreír cuando nuestro recuerdo despliega ese derroche de lugares nuevos adonde nos llevaste, Chiquito, por la gloria de mi madre.

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