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Ángela Rodicio, Rosa María Calaf, Carmen Sarmiento y Almudena Ariza, cuatro periodistas que han cubierto conflictos armados para TVE.
Los otros ojos de las guerras

Los otros ojos de las guerras

Un libro resalta el trabajo de 34 periodistas españolas que han cubierto conflictos bélicos. Doce son de televisión. «Ahora se abusa de las conexiones en directo», dice su autora, Ana del Paso

JULIÁN ALÍA

Martes, 10 de julio 2018, 00:31

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Una treintena de periodistas enviadas a conflictos bélicos han contado su experiencia en el libro 'Reporteras españolas, testigos de guerra' (Debate), escrito por Ana del Paso, que ha entrevistado a 34 profesionales, doce de ellas de televisión, para recorrer un camino iniciado por TVE y la Agencia Efe, que fueron las pioneras en mandar a reporteras a conflictos armados hace ya cuarenta años. Por las páginas del libro discurre un gran número de corresponsales de guerra españolas como Almudena Ariza, Carmen Sarmiento, Rosa María Calaf, Esther Vázquez, Pilar Requena, Ángela Rodicio, Yolanda Álvarez (TVE), Leticia Álvarez, Corina Miranda (Antena 3), Mayte Carrasco (Telecinco), Lola Bañón (Canal Nou) o Teresa Aranguren (Telemadrid). Del Paso ha querido dar su protagonismo a profesionales «discriminadas e infravaloradas» por el mero hecho de ser mujer y que los ciudadanos «deben conocer porque han dado lo mejor de sí en momentos muy duros». La presencia de mujeres en los frentes, al principio muy tímida, fue a más en las décadas de los 80 y 90 con la llegada de las cadenas autonómicas y las privadas. «Hubo un 'boom' de mujeres y también de hombres enviados a distintas zonas de conflicto. Era una forma de darse publicidad y de demostrar el poderío del medio».

Cuenta Ana del Paso, doctora en Ciencias de la Información y exsubdelegada de Efe en Oriente Próximo, desde donde cubrió la primera Guerra del Golfo (1990-1991), que algunas periodistas vieron una buena oportunidad profesional y económica trabajando como 'freelance'.

Menor calidad informativa

Del Paso se queja de que ahora se abusa mucho de los corresponsales y los enviados especiales, pidiéndoles que entren en directo continuamente. «Esto se debe a que el precio del satélite ha bajado. Este abaratamiento hace que se abuse de este tipo de conexiones, algo que va en detrimento de la calidad informativa. O se hace una cosa o se hace la otra, pero un corresponsal no puede estar todo el rato en directo sin tiempo para estudiar lo que está pasando o preparando lo que tiene que decir. Muchas veces los propios enviados se tienen que informar por las redes sociales o de otras televisiones. Clama al cielo que estén leyendo en la tableta lo que tienen que decir delante de la cámara porque no han tenido tiempo suficiente para hacer su trabajo».

La autora también se lamenta de la falta de información internacional en televisión («es tercermundista. En una sociedad globalizada, es algo que nos afecta a todos») y critica el abuso de imágenes escabrosas que no aportan ninguna información, si bien hace un llamamiento para no caer en la autocensura. «Existe la libertad de verlo o no. Es como el porno. Está ahí y allá tú. Yo no he visto ninguna escena degollando a nadie (en referencia al periodista estadounidense James Foley, cuya ejecución por parte de los yihadistas fue grabada y difundida por Internet), pero sí demasiadas situaciones crueles en la vida real como para querer ver también eso. No debemos permitir que el espectador se acostumbre a imágenes tan crudas; la televisión son los ojos del periodista». Del Paso cree que su opinión es compartida por las periodistas a las que ha entrevistado, «y también por muchos hombres que no salen en el libro» y confía en que su obra sirva para poner en valor el trabajo de tantas «excelentes» profesionales.

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