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JUSTICIA DIGITAL

OSKAR BELATEGUI

Jueves, 7 de septiembre 2017, 00:57

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Twitter ha vuelto a hundirle la vida a un perfecto desconocido. Un día estás viendo un debate de Telecinco y al siguiente te han despedido del trabajo y tu nombre queda como el de un apestado para el resto de los días en internet. La justicia paralela de las redes sociales ha condenado en cuestión de horas. Una mujer escribió en su cuenta de Facebook -con contados seguidores- uno de esos exabruptos que antes no salían de la barra de un bar. Su destinatario, Inés Arrimadas, a quién tildó de «perra asquerosa» y deseó que la «violaran en grupo». Un mensaje deleznable y de sorprendente violencia que llegó hasta la líder de Ciudadanos. Arrimadas publicó un pantallazo del texto y anunció que denunciaría una «clara muestra de odio». La empresa inmobiliaria en la que trabaja la autora de la salvajada no tardó en despedirla y hacerlo público en la red del pajarito. Los corifeos del linchamiento digital respiraron aliviados.

¿Es proporcional el castigo al delito? ¿Está justificado el despido alegando que está en juego el buen nombre de la empresa? La velocidad de las redes sociales no permite estas reflexiones. Un tuit producto de un mal día, una irreflexión, una borrachera, una depresión o el humor mal entendido puede desencadenar un tsunami de odio con imprevisibles consecuencias. El caso de Justine Sacco es paradigmático. Se subió a un avión en Londres con destino a Sudáfrica y tuiteó: «Me voy a África. Espero no pillar el sida. Es broma. ¡Soy blanca!». Cuando aterrizó doce horas después había dejado de ser directora de comunicación de su compañía. Al igual que la 'troll' de Arrimadas, fue objeto de un juicio sumarísimo a base de retuits, sin jueces ni derecho a una defensa.

¿Es una amenaza esta espectadora que escribió una burrada sin medir las consecuencias? En el sentir general quien la hace la paga, aunque haya una fina línea que separa el delito de odio con la barbaridad amplificada por internet. Como bien recomienda Juan Soto Ivars, lúcido analista de los incendios digitales, la cura reside en leer libros y periódicos. Pasar las páginas de un diario salva la democracia: ese gesto nos saca de nuestra aldea digital.

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