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Miguel de la Quadra-Salcedo, en su casa de Pozuelo de Alarcón (Madrid).
«Dejaba la ropa en la jaula para que los leones se acostumbraran a mi olor»

«Dejaba la ropa en la jaula para que los leones se acostumbraran a mi olor»

Atleta, periodista, artista de circo y aventurero, quiso ser ballenero y las dominicas de todo el mundo le ponen celda y comida en sus conventos

césar coca

Viernes, 20 de mayo 2016, 11:27

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(Entrevista publicada originalmente el 1/11/2015, una de las últimas que concedió el reportero y exatleta)

Con la lanza-cerbatana en sus manos y la "txapela" cubriendo su cabeza, Miguel de la Quadra-Salcedo tiene un aire decimonónico de descubridor de parajes ignotos. O de viajero por puro diletantismo, al estilo del Phileas Fogg de Julio Verne. En pocos casos se da una identificación así entre el aspecto físico de una persona y su biografía. Ahí está, con su poblado bigote y su larga cabellera, con esa mirada escrutadora de quien trata de no perder detalle de lo que tiene más cerca sin descuidar el horizonte. Es verlo y pensar que en cualquier momento puede salir en busca de un colega perdido y al localizarlo, incluso en este tiempo de GPS y comunicaciones vía satélite, limitarse a saludarlo con un lacónico "Dr. Livingstone, supongo", y marchar de inmediato tras otra aventura.

Entrar en su casa, situada en una elegante urbanización de la periferia de Madrid, es como adentrarse en una combinación de museo de Ciencias Naturales y de Antropología. En el jardín hay dos piezas de madera labradas con apariencia de moáis que comparten espacio con la hélice de un helicóptero, y en el interior se encuentra una mezcla tal de figuritas, máscaras, colmillos de cachalote y de narval este último de apariencia intimidante, documentos con varios siglos de antigüedad, mapas, fotografías, grabados, esferas armilares, nasas de pesca, lanzas y cámaras fotográficas, que el visitante queda aturdido ante tal profusión de objetos unidos por un solo vínculo: todos tienen relación con la biografía de su dueño.

Hay en torno a él un abigarramiento deliberado, como corresponde a quien puede lucir en su biografía haber sido deportista de élite en un número insólito de disciplinas con varios récords españoles y mundiales en su haber, aunque estos últimos fueran anulados, corresponsal televisivo en los últimos confines del planeta, artista de circo, organizador de expediciones juveniles en la Ruta BBVA (que nació como Aventura 92 y luego fue Ruta Quetzal) y, quizá por encima de todo, aventurero. Si además se une a todo ello un árbol genealógico en el que abundan nobles y soldados, sin que falten los avispados empresarios capaces de traer a España el astracán o poner un criadero de salmones, el resultado solo puede ser una conversación que salta de siglo en siglo y de continente en continente. Porque Miguel de la Quadra lo mismo cuenta el episodio de su hijo Rodrigo recorriendo el Amazonas a los 10 años, en una balsa llamada "Doña Sol", que cita el momento en que Hollywood quiso contratar a su padre, un hombretón de 1,95 de estatura, o se remonta hasta su antepasado Íñigo López de la Cuadra, que salvó la vida de Fernando el Católico cuando fue atacado en la plaza del Rey de Barcelona.

Usted siempre ha presumido de ser de la comarca vizcaína de Las Encartaciones, pero nació en Madrid y luego vivió en Pamplona.

(De la Quadra-Salcedo mira una "makila" de su padre, la desmonta para mostrar el afilado pincho que tiene en uno de sus extremos, la vuelve a montar y se adentra en su genealogía). Somos de Güeñes, del valle de Salcedo, de una zona llamada así porque había numerosos sauces. Esa tierra la hemos conservado. Mi padre tenía catorce hermanos. Uno de ellos fue el que trajo el astracán a España, y la cría de caracoles. También puso un criadero de salmones. Mi padre había estudiado Perito Agrícola y trajo la soja.

¿Y esa relación con Navarra?

Es porque mi madre era navarra. Cuando yo tenía 3 años, nos fuimos toda la familia a vivir a Pamplona

También está emparentado con la aristocracia.

Sí, es una relación próxima porque el actual marqués de los Castillejos, José Javier de la Quadra-Salcedo, es mi primo.

Su padre murió cuando usted tenía solo 6 años. ¿Tiene algún recuerdo directo?

Muy difuso: algún día de pesca en Lecumberri, baños en la playa de Hendaya, adonde íbamos porque mis abuelos tenían una casa... Mi abuelo materno era el psiquiatra Miguel Gayarre, que era la mano derecha de Ramón y Cajal y atendió a Juan Ramón Jiménez. Este incluso cambió de casa en Madrid para vivir más cerca de su consulta. Muchos años después fue él también quien hizo una gestión para que acogieran al poeta en la embajada de Puerto Rico.

Más de una vez ha comentado que de niño le gustaba ir al monte llevando siempre un libro. ¿Está ahí, en esa combinación entre la naturaleza y los libros, el origen de su vocación viajera?

Entonces leía los libros habituales entre los muchachos: Verne, Salgari y cosas así. Y es cierto que ahí está el origen de mi vocación. Cuando acabé 'Moby Dick' decidí que no pararía hasta visitar la isla de Mocha, en cuyas aguas estaba el famoso cachalote de la novela.

Pero el origen de su relación con las ballenas no está solo en Melville.

No. Está en Zarautz. Durante unos cuantos veranos, pasamos allí los meses de verano. Fue en su playa donde vi los restos de la ballena que luego fue a parar al Aquarium de San Sebastián.

Y deseó nada menos que ser ballenero.

Sí, para mí aquello fue definitivo. Quería averiguar cuáles de mis parientes habían cazado cachalotes (en ese momento, pide que le traigan un adorno que ocupa un lugar preferente en uno de los anaqueles de su salón: es una pieza construida en torno a dos colmillos de ese cetáceo, que enseña con orgullo a los periodistas). Mi mentor entonces era mi primo Javier Ybarra. Luego, cuando empecé a tirar la jabalina, lo hacía pensando en ser ballenero.

Estudió para perito agrícola. Parece una contradicción.

Sí, eso venía del amor que tenía al campo, y de mi padre, que había estudiado eso mismo.

En su etapa estudiantil, destacó más como deportista. ¿Cómo empezó?

Comencé a dedicarme al deporte en serio cuando estaba en los Jesuitas de Tudela, con 14 años. Por allí pasaron también Manu Leguineche e Iñaki Azkuna. Luego, cuando estaba estudiando en Madrid, practicaba en las pistas de la zona sur de la Complutense.

En una universidad estadounidense habría sido una estrella, gracias al deporte. Usted consiguió récords mundiales... que luego se anularon.

Si no hubiese sido español, aún seguiría en posesión de esos récords. Se anularon por una norma que se aplicó con carácter retroactivo. Prohibieron mi forma de lanzar y borraron los récords. Eso nunca había pasado.

Del deporte al periodismo

Durante unos pocos años se paseó por las pistas de deporte más exigentes, incluidos los Juegos Olímpicos de Roma y los Iberoamericanos de Chile. Ni siquiera las sucesivas anulaciones de sus récords lo desanimaron. Fue una lesión se cortó los dedos con un machete lo que le retiró de las pistas. Trabajó un tiempo en Sudamérica como profesor de Educación Física y guía turístico y un día, de forma completamente casual, comenzó una larga carrera periodística. "Fraga me dijo que iba a ser corresponsal volante en Hispanoamérica. Eso fue un orgullo para mí", comenta con una sonrisa. Todo empezó, de nuevo, con una aventura.

Había ido siguiendo por Vancouver la ruta de Melville y de Macuina, un jefe de los Nuu-chah-nulth a finales del siglo XVIII. También iba tras los pasos de mi tocayo Miguel Serra Ferrer, que ha pasado a la Historia como fray Junípero Serra, a quien acaban de canonizar. Así comencé.

¿De dónde le viee ese afán aventurero?

Siempre quise adquirir cultura "in situ". Por ejemplo, me habían interesado mucho las cartas que escribió San Francisco Javier desde las islas Molucas. Me fui hasta allí y leí de nuevo esas epístolas. De esa manera, sentía que comprendía mucho mejor lo que había sucedido cientos de años antes.

¿Cómo se produjo su llegada a TVE?

Eso fue al regreso de un viaje por el Amazonas, en 1964. Fui a TVE, entonces en el paseo de La Habana, y estando allí mismo se supo la noticia de que habían matado a unas monjas españolas en el Congo. Me ofrecí a cubrir esa información y ni pasé por casa: me fui directamente a Barajas para viajar a Leopoldville. Allí me hice muy amigo de los guardaespaldas de Tshombe, que me metieron en un avión junto a unos paracaidistas belgas. Fue así como localizamos los cuerpos de las monjas. Me traje fotos de aquello y salvé el sagrario con formas que aún tenían. Gracias a eso, las dominicas de todo el mundo me ponen celda y comida en cualquiera de sus conventos.

¿Alguna vez se ha sentido el Hemingway español?

No, ni mucho menos. Aunque los dos hayamos despreciado el dinero. Si quieres ser feliz, intenta necesitar menos cosas. Ya lo dijo Sócrates.

Creo que le une otra cosa al periodista estadounidense. También usted ha corrido los encierros de San Fermín...

Sí, tres o cuatro veces. Corría el tramo que está a la entrada de la calle Estafeta, porque allí estaba viéndome mi novia.

Por cierto, ustedes se casaron en Tokio. Un lugar extraño para una boda entre una navarra y un madrileño-vizcaíno.

Sí, sin duda. La razón es que en Japón, durante un viaje, conocí a unos jesuitas que estaban en un lugar al que había ido San Francisco Javier. Y se me ocurrió que nos podíamos casar allí. Llamé a mi novia y se lo propuse.

¿Y ella aceptó sin reparos?

Sí. Me dijo: "Mucho mejor, así casi nadie irá a la boda". Cogió un avión para Tokio y nos casamos. Estuvimos como un mes allí, y después salimos para Vietnam, para hacer unos reportajes sobre la guerra. En la pensión donde nos alojamos, cayeron dos bombas.

¿Su mujer ha viajado siempre con usted?

A partir de entonces, fue a todos los viajes, menos los que tenían como destino países en guerra. En muchos de ellos estuve acompañado por un cámara con el que hice una gran amistad: Márquez.

¿El mismo Márquez del que tantas veces habla Arturo Pérez-Reverte?

Sí, el mismo. Con él estuve, por ejemplo, en Eritrea.

¿Ha tenido miedo muchas veces?

No demasiadas. Cuando estás en una guerra no te enteras del peligro real hasta que ha pasado. Creo que lo peor fue en la del Yom Kipur, cuando nos movimos de la vanguardia de los israelías a la retaguardia de los egipcios sin darnos cuenta. Márquez me cuidó una vez que tuve una fiebre tremenda: "Marquecito, no me dejes", le decía. Y otro cámara, Aláiz, me salvó cuando me caí en una sima de hielo, estábamos reproduciendo la aventura de Amundsen.

¿Tiene muchas cicatrices en su cuerpo?

No muchas, dos o tres. Pero he pillado la malaria y otras enfermedades, y tengo un resto de metralla en el brazo izquierdo que siempre pita en los detectores de los aeropuertos.

Vivir con los recuerdos

Se sube la manga de la chaqueta y muestra su brazo. Ahí, bajo la piel, hay algo duro, de varios centímetros; un cuerpo extraño que da lugar al relato de nuevas aventuras: el bombardeo de los aviones sirios en la guerra del Yom Kipur o el ataque de la aviación persa cuando Márquez y él iban de Eritrea a Yemen. Luego, enseña una lanza-cerbatana y hace una demostración de su uso. Cae la tarde en el jardín de su casa y un mastín tan pacífico que no parece real contempla tumbado en la hierba cómo su amo posa para las fotografías como si fuera un explorador de otra época. De un tiempo que ya terminó, pero que ha llenado su cabeza de recuerdos para seguir viviendo en esta etapa de su vida en la que los achaques le impiden volver a recorrer la Amazonia. Lo hace también a través de sus hijos, de las imágenes de cuando eran pequeños y se lanzaban a la aventura. "Rodrigo navegó por el Nilo en piragua con solo 14 años junto a Kitín Muñoz y cuando este enfermó fue él quien lo sacó de allí. En Iraq, con 8 años, se había escapado en el desierto y lo encontraron en una jaima. E Íñigo con 10 años bajó también el Nilo".

¿Cuál de los grandes personajes que ha conocido lo ha impresionado más?

No sabría decirle. Conocí a Haile Selassie cuando ya estaba prisionero. Me impresionó mucho el Dalai Lama. Gracias a la foto que me hice con él de la mano pude recorrer todos los conventos tibetanos. Fue un salvoconducto como el que llevaba Marco Polo. A Ronald Reagan le hice una entrevista muy importante.

¿Qué tal se llevaba con los periodistas con los que coincidía en esas guerras?

Pocas veces fui en grupo. Lo hice cuando entramos en Biafra, pero fue una excepción. Casi siempre iba solo y llegaba a los lugares cuando ya se habían marchado todos. Eso me permitía mirar las cosas de otra manera.

Quizá el aspecto más singular de su biografía fue su breve paso por el circo. ¿Cómo se le ocurrió algo así?

De niño ya me ilusionaba mucho el circo. En Francia vi que hacían funciones en Navidad para recaudar fondos para Unicef y me traje la idea. Me metí en una jaula con leones y un tigre. Al tigre le hacía subir a un caballo y a uno de los leones, a otro. Mi maestro fue Ángel Cristo.

Pues con el elevado número de accidentes que tuvo, quizá no fuera el más adecuado en cuanto a seguridad...

(Se ríe). Puede que fuera así. Me enseñaba de madrugada, cuando habían terminado las funciones del día. Tuve que dejar mi ropa muchas horas allí con los leones para que se acostumbran al olor.

Si no lo hubiese utilizado ya Pablo Neruda, a quien usted conoció, habría podido tomar el título de sus memorias ("Confieso que he vivido") para definir su propia vida.

Neruda me invitó a su casa en Isla Negra y hubo un terremoto cuando estábamos allí. ¿Sabe lo que me dijo? "Los españoles se llevaron todo y lo dejaron todo". Se refería a que se llevaron de allí oro y riqueza, y dejaron lengua y cultura. Como hicieron los romanos en España, y como pasa siempre.

Entonces, ¿confiesa que ha vivido?

Se queda inmóvil, con la vista perdida, durante unos segundos. Como si buscara una respuesta. O como si fuera incapaz de hallar una síntesis para la avalancha de recuerdos que han vuelto a su mente en estas horas. Parece que la pregunta va a quedar sin respuesta hasta que por fin vuelve la cara y con un tono de voz inesperadamente bajo contesta: He intentado seguir viviendo.

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