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Jueves, 15 de marzo 2018, 00:43
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No ve diferencias entre escribir textos propios o llevar al español los libros de otros. De hecho, afirma que un traductor es un escritor ya que tanto el uno como el otro buscan la palabra exacta. Aunque para la traductora Marta Rebón su oficio tiene límites. Y reconoce que, cuando hace suyas las novelas de Dostoievski, Pasternak o Grossman, su relación con estos ‘jefes’ va de la «esclavitud» a la «empatía». «Eres como un actor y lo mejor es meterte en la cabeza del autor», confesó ayer en Málaga esta especialista en Filología Eslava que siente debilidad por los autores rusos.
En una charla organizada por el Aula de Cultura de SUR y el Centro del 27, con la colaboración de Obra Social La Caixa, numerosos lectores y traductores se dieron cita en el nuevo Espacio Forum del Museo Ruso para intercambiar experiencias e impresiones literarias con Marta Rebón, que ofreció una clase práctica para disfrutar de un oficio que tiene algo de «esclavitud, aunque no quede glamouroso decirlo». Por ello, «la principal facultad que debe tener un traductor es la empatía con el escritor», sostuvo esta autora, que reveló que, antes de ponerse a trasladar una línea, era recomendable indagar en la biografía y la documentación de los narradores para facilitar esa identificación.
Los nombres de literatos rusos comenzaron a surgir en la conversación y Rebón no tuvo reparos en reconocer que disfrutaba especialmente con uno: Vasili Grossman. «Conforme traducía ‘Vida y destino’, me fui compenetrando con la obra y su mensaje sobre la bondad me apeló directamente», relató la escritora que también advirtió algunos déficits del oficio, como los tiempos cortos con los que se trabaja. Además de señalar alguna línea roja de manual: «Nunca añadir palabras que el autor no ha dicho».
Todo ese mundo de la traducción y sus lecturas han confluido en el primer libro que firma en solitario Marta Rebón, ‘En la ciudad líquida’, cuyo título apela a una de las urbes de su biografía, San Petersburgo, construida sobre tierras pantanosas. «El libro conserva esa premisa original y quería escribir sobre las grandes obras que se han creado allí, pero me di cuenta que cuando abrí esa premisa a otras ciudades en las que he vivido, como Tánger, Quito o Roma, la narración comenzó a fluir», señaló Rebón que admitió que, incluso una vez publicado, le cuesta poner una etiqueta a este debut.
«Lo escribí pasando de todos los géneros», admite la escritora, que transita en estas páginas por el ensayo sobre literatura, la crónica de viajes, la memoria personal y el apoyo de sus propias fotografías. Alguien del público le apuntó entonces que su libro le había parecido una «vida novelada». «Mira, pues me gusta y me lo apunto para la próxima vez que me pregunten sobre el libro», aceptó la escritora y traductora.
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