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Talavante firma una bonita faena en la Feria de Abril

Trabajo original no exento de maestría, inteligencia y torería del diestro, por la manera de manejar la querencia de un toro de los Matilla

BARQUERITO

SEVILLA.

Sábado, 14 de abril 2018, 00:03

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Casi tres horas en la Maestranza sin saberse en qué pudo irse tanto tiempo. Una corrida de desigual lámina de dos de los tres hierros de la familia Matilla. El primer sobrero, de los Matilla también, casi 600 kilos, cinqueño de cuajo hondo y espectacular, fue el de más trapío de la semana. Roca Rey trato de sujetarlo con segura firmeza, ni menos todavía en la querencia. No quiso el toro. La faena, abierta de largo en la boca de riego con el cambiado por la espalda que parece guion obligado en los trabajos de Roca Rey, tuvo su interés y su mérito en solo los primeros compases cuando pareció que el empeño del torero peruano podría prosperar. Una estocada corta y tendida. Un aviso, En exceso de confianza, Roca se había ido hasta el mismo punto donde había empezado hacía diez minutos creyendo que el toro iba a echarse. No se puede dar por muerto un toro hasta que no lo esté. Tres descabellos.

Al soltarse el cuarto ya habían dado las ocho. El primero, la cara arriba, solo pegó cabezazos rebrincado. Perera había brindado al público. El segundo, alto y estrecho, pareció de buen aire. Roca Rey quitó por chicuelinas, tres, y media, que fue la guinda del quite. Talavante replicó por sedicentes verónicas. No iba a ser el día de Talavante con el capote. Sí con la muleta, pero tres toros después. A este segundo, remolón y apagado, cortito de gas, había que llegarle mucho, y ni siquiera así.

Uno a uno le pegó Talavante algún muletazo bien compuesto. No entró la espada. Un aviso. Empezó a correr el reloj sin que pasara apenas nada. Perera repitió brindis con el cuarto, tan apagado como el que más. No fue ni de los de ir y venir. Un par de regates por la mano izquierda y un trabajo maquinal, tozudo, ingrato, largo.

El quinto, del hierro de los hermanos Matilla, fue el más en Jandilla de los siete aprobados. Talavante anduvo desnortado en la lidia, muchos capotazos, ninguno bueno. Protagonizó una faena en la querencia del toro, entre rayas y tablas, acertó a llevarlo tapado y a hacerlo con una suerte de delicada maestría. Tandas bien ligadas, muy linda la construcción de una faena en la que de partida solo creía Talavante. Demasiado dilatada la faena, larga, pero Talavante estaba muy a gusto. Una estocada defectuosa soltando el engaño bastó.

El sexto claudicó en la primera vara, salió tundido y fue devuelto. Y saltó un sobrero de Torrestrella de pinta muy particular. Por sardo lo dieron los veterinarios. Entre sardo y castaño berrendo y capirote. Pese a tanto brillo, no fue toro bello. Tampoco feo. Salió buscando puertas, cobró un volatín completo y a pulso, encajados los pitones en la arena. No se descompuso, pero no llegó a componerse tampoco. No descolgó ni en una sola baza, se soltaba de engaño. Roca Rey se puso y lo esperó. Vano intento. Ya era de noche. Un pinchazo hondo. Y un puntillero revolcado en la agonía final.

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