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'El hombre de las mil caras'.
'El hombre de las mil caras'

'El hombre de las mil caras'

Alberto Rodríguez firma una película ambiciosa sobre nuestro pasado reciente, que revierte en el presente con la corrupción transversal, placebos virtuales y crisis a todos los niveles

ANTON MERIKAETXEBARRIA

Viernes, 27 de enero 2017, 11:43

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Con 'El hombre de las mil caras' estamos ante un totum revolutum, en el que intervienen un exagente de los servicios secretos españoles, un fugitivo exdirector de la Guardia Civil, espías oportunistas, infames traidores que intentan justificarse y toda una serie de sujetos dispuestos a medrar a cualquier precio. Reconocible detonante argumental para un tenso "thriller" mediático, pero filmado sin entrar hasta sus últimas consecuencias en los secretos de estado aquí apuntados. Parece como si existiera una norma, según la cual se espera a que todo el mundo conozca dichos secretos, para descifrarlos, porque entonces es cuando son más oscuros.

Película interesante pero de limitado alcance, en la que su máximo responsable no logra desarrollar de forma precisa una trama de las enormes proporciones montadas por unos tremebundos caraduras. Uno tiene la impresión de que el máximo responsable de 'La isla mínima' va a ir mucho más lejos y que, al final, no ha querido arriesgar porque el material sobre el que trabaja le quema las manos. Sabe que algo huele a podrido en nuestra sociedad, pero prefiere amagar que golpear a fondo en el meollo de la cuestión.

Un filme ambicioso sobre nuestro reciente pasado, que revierte en el presente, con la corrupción transversal, chaqueteros a porrillo, placebos virtuales y crisis a todos los niveles, que debería poner los pelos como escarpias. Es obvio que la película de Alberto Rodríguez debe verse, pero no penetra en el corazón de las tinieblas, no va directa a la yugular. Cuenta, eso sí, con una impecable interpretación de Eduard Fernández, que matiza hasta el arabesco las sórdidas maquinaciones de un hombre en la sombra. Al mismo tiempo, muestra una inquietante ambigüedad a la hora de explicar que se debe negociar desde una posición de fuerza, porque la sensación de inferioridad es siempre una tentación para el adversario.

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