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Antonio de la Torre, en 'Tarde para la ira'.
Antonio de la Torre o cuando interpretar es un verbo exacto

Antonio de la Torre o cuando interpretar es un verbo exacto

La lista de directores y directoras que han confiado en él para formar parte de sus equipos es tan larga como la nómina de sus títulos

Angélica Tanarro

Viernes, 27 de enero 2017, 11:51

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Hay actores que siempre están, pero cuyos rasgos tardan en hacerse visibles, como esas figuras sumergidas en el agua que poco a poco van subiendo a la superficie ganando nitidez. Algo así es lo que le ha sucedido a Antonio de la Torre (Málaga, 1968). Desde que en 1994 Emilio Martínez Lázaro le ofreciera un papel en Los peores años de nuestra vida el rostro serio, de mirada profunda de De la Torre siempre ha estado ahí, en muchos de los títulos importantes y menos importantes de la cinematografía española. La lista de directores y directoras que han confiado en él para formar parte de sus equipos es tan larga como la nómina de sus títulos. González Sinde, Icíar Bollaín, Gómez Pereira, Pedro Almodóvar, Daniel Monzón saben que allí donde ponga su físico el trabajo estará bien hecho. Un físico que, por cierto, se adapta como ninguno a las exigencias del guión, como en el caso del papel que protagonizó en Gordos para el que tuvo que hacer acopio de 33 kilos extra en apenas cuatro meses. Aunque quizá el hecho de que la película la comandara Daniel Sánchez Arévalo, director al que debía su primer papel protagonista, que a su vez dio en la diana de su primer Goya, tuviera mucho que ver en que se lanzara a la piscina de los hidratos de carbono.

Porque la carrera de este actor cuyo primer papel profesional en la vida real fue el de periodista (es Licenciado en Periodismo y ejerció como cronista deportivo) corría el peligro de convertirle en uno de esos secundarios de lujo a los que parece que nunca les va a llegar la oportunidad de pasar a la primera línea de los títulos de crédito. Y, dicho sea de paso, a los que parece que tampoco les importa demasiado pues se sienten satisfechos con tener un papel que les mantenga en el oficio para el que sin duda han nacido. Pero llegó Sánchez Arévalo, director con el que había participado en varios cortos (De la Torre es de esos actores que llevan la profesión en las venas y no hacen ascos al trabajo sea más o menos de relumbrón) y le dio la oportunidad que estaba necesitando con el personaje de Antonio, el recluso hermano del protagonista. Y aunque con él ganara el cabezón en la categoría de actor de reparto, lo cierto es que era uno de los pilares en los que sostiene el filme.

Su primer protagonista como tal se lo dio otro de esos directores que le tienen en plantilla, Álex de la Iglesia. Fue en Balada triste de trompeta filme en el que se metió en la piel de un payaso y con el que se ganó otra nominación al Goya. Y van Ocho.

Hubo un año, el 2012, en el que estuvo nominado en las dos categorías, en la de Mejor Protagonista con Grupo 7 y en la de Mejor Actor de Reparto con Invasor. Es de los actores que mejor resisten la proximidad de la cámara en ese momento de suspense en el que el presentador de turno abre el sobre y exclama Y el Goya es para pero no se debe solo a las veces en las que se ha visto en el trance, sino más bien al hecho de que detrás de ese gesto duro a veces como una roca hay una cabeza bien amueblada. Sabe, como afirma siempre que se le pregunta por ese segundo Goya que se le resiste, que es un privilegiado porque, en estos tiempos de máxima penuria para la industria, él vive de su trabajo y éste cada vez es más visible. Buena prueba de ello es que vuelve a estar en dos de las películas que se juegan el Goya en esta edición.

En la película que le ha traído hasta su nueva nominación, la excelente Tarde para la ira, opera prima de Raúl Arévalo, da una nueva lección de interpretación en la piel del airado y sediento de venganza Jose, del que no se puede apartar la vista ni un momento. Qué fácil hubiera sido que la interpretación se le fuera por algún lado, dada la tensión creciente de la trama. Pero logra mantenerla en su punto justo. Competirá, entre otros con su compañero en el filme, el no menos impresionante Luis Callejo. Pero pase lo que pase se puede vaticinar que De la Torre seguirá a lo suyo: buscando esos papeles en los que traslucir que, detrás de su aparente inexpresividad, y de ese gesto que le ha hecho cargar demasiado a menudo con papeles de criminal o de hombre sin escrúpulos, hay un mundo de matices (las ya citadas Bollaín o González Sinde quizá son de las que mejor lo han entendido), y un intérprete de la mejor escuela.

De esos que puedes odiar hasta la muerte, como cuando hizo de marido de Penélope en Volver, o que te llevarías a casa como cuando fue Morsa, el novio de Malena Alterio en Una palabra tuya. Pero en eso precisamente consiste ser un buen actor. ¿O no?

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