Borrar

POP

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 3 de junio 2018, 10:45

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El cochecito de V que ha heredado su hermano tiene una capota de invierno y otra de verano. La primera es amarilla y la segunda, gris, con varias aberturas y una mosquitera que dejan pasar el fresquito improbable al interior del capazo. Este verano M será todavía demasiado pequeño para estrenar la silla de paseo, que tenemos guardada junto a su colchoneta, decorada con el plátano que Andy Warhol dibujó para la portada del disco de The Velvet Underground & Nico. Aquello se publicó once años antes de que naciéramos los padres de los usuarios del cochecito y, hasta donde puedo recordar, creo haberlo escuchado un par de veces durante la adolescencia. Eso sí, cuando buscábamos complementos para el carro, la funda del plátano amarillo ocupó nada más verla el primer puesto en nuestra escala de preferencias. Pero estaban agotadas. La buscamos por cielo, tierra e Internet y al final la encontramos en una tienda al otro lado de la ciudad. Llegamos allí con la ansiedad de los yonquis y salimos con el alivio de una pequeña obsesión satisfecha. El deseo de comprar, la belleza en lo cotidiano y el poder de una imagen banal convertida en icono de supuesta modernidad: por si acaso no somos modernos, al menos somos una familia pop.

Porque la fascinación de Warhol es capaz de provocar que un padre primerizo sienta cierto orgullo gregario al ver en un museo la portada del disco que él pasea en el cochecito de sus hijos. El Museo Picasso Málaga acaba de estrenar su ambiciosa retrospectiva sobre el padre del arte pop y todo lo que rodea a la exposición de Warhol, como su propia obra, tiene la capacidad de mover al entusiasmo: un número imponente de obras (casi 400), una galería de celebridades que van de Marilyn a Elizabeth Taylor, una estética reconocible y de digestión rápida para un público amplísimo y el pedigrí cultureta de ver de cerca piezas procedentes del MoMA, del Pompidou de París y del Museo Warhol de Pittsburgh. La cuadratura del círculo museístico: un proyecto vistoso sobre un artista convertido en icono popular que promete atraer a cientos de miles de personas, dispuestas a pasar no sólo por la taquilla del museo, sino también por la tienda para llevarse alguna chuchería pop. Mucho se tiene que torcer la cosa para que el Museo Picasso Málaga no lo pete en la estadística de visitantes y le dé una alegría a su balance contable. Picasso y Warhol en el mismo recinto, muy pocos museos periféricos del mundo pueden presumir de semejante dupla de 'celebrities'. El asunto parece, como ahora dicen los gurús, un 'win win'. «Ganar, ganar y volver a ganar», que gritaría Luis Aragonés.

Pero, como también sucede con la propia obra de Warhol, el placer epidérmico da paso a una desazón interior. Porque el Museo Picasso Málaga ha invertido tres años de trabajo en un proyecto que antes ha pasado por los CaixaFórums de Barcelona y Madrid, dado que la muestra está organizada con la colaboración de la Fundación La Caixa. Los responsables de la exposición dicen que ese orden en el calendario se debe a cuestiones de programación y en el Museo Picasso Málaga añaden, además, que Warhol llega aquí con el verano a las puertas y los turistas enfilando la temporada alta. Sin embargo, la exposición de Warhol también deja el regusto a decepción institucional que representa el hecho de que una producción propia del museo malagueño se haya visto antes a sólo unos cientos de kilómetros de distancia en dos ciudades diferentes del país. Y la cuestión va más allá del lamento provinciano, porque el Picasso recibe la mayor aportación de la Junta en un museo (4,37 millones de euros, si bien la Junta sigue negándose a ofrecer el presupuesto global de la institución) y esa inversión debería dar para algo más que un proyecto de tercera mano nacional como gran reclamo de su programación para este año, como han vendido la exposición de Warhol los responsables de la pinacoteca. Con Warhol, además, el Museo Picasso confirma su querencia por el arte actual, hasta el punto de que ya prepara para el año próximo otra exposición sobre un autor contemporáneo. Al fin y al cabo, entre lo mejor de lo visto aquí en los últimos años figuran sus montajes en torno a Bill Viola, Martin Kippenberger y Richard Prince. Eso sí, aquellos proyectos planteaban sugerentes relaciones entre esos autores y el artista malagueño y ese afán -propio de una institución dedicada, en teoría, a Picasso- se fue diluyendo en las muestras sobre Louise Bourgeois y Jackson Pollock hasta llegar a la exposición donde Fellini y Picasso se miraban sin tocarse, como sucede ahora con Warhol.

Aunque quizá nada de esto importe demasiado. Porque vendrán turistas y malagueños para hacer cola y caja, porque saldrán los números y las fotografías con buen color, porque la capa brillante cegará la sombras de dudas profundas y, al cabo, el Museo Picasso Málaga no será bueno ni malo, moderno ni contemporáneo. Será pop. Así, como nosotros.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios