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Retrato de Campoamor. :
Del poeta ripioso al rey hidropésico

Del poeta ripioso al rey hidropésico

Albas y Ocasos ·

Ramón de Campoamor y Pipino 'El breve'

TERESA LEZCANO

Domingo, 24 de septiembre 2017, 01:27

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Tal día como hoy nacía, con un ramo de ripios frescos remojándose en el jarrón de su inventiva lejana, Ramón de Campoamor, y moría Pepino III, rey de los francos apodado Pepino el breve, quien se casó con Berta la del gran pie.

Veinticuatro de septiembre de 1817. Nace en Asturias Ramón de Campoamor y Campoosorio, con un verso filosófico en su primer parpadeo soslayado y un ramo de ripios frescos remojándose en el jarrón de su inventiva lejana. Bien es cierto que entre ambos conceptos el hombre intentó convertirse en médico, aunque como vomitaba insistente y profusamente cada vez que diseccionaba un pedazo de materia viva o muerta, un avezado catedrático le sugirió que tenía menos probabilidades de convertirse en galeno que el hígado de Edgar Allan Poe de somatizar otra dosis de absenta, y Campoamor se fue en busca del mecenazgo de Espronceda para dedicarse a lo único que no le provocaba la náusea que Sartre aún no había escrito, es decir a la escritura. Ya filosofado en el positivismo, poetizado en humoradas y doloras, y dramatizado en monólogos palatinos, Campoamor resbaló en la política a través del hielo del Partido Moderado y aterrizó, primero en el gobierno civil de Valencia, después en la beneficencia, no como atribulado usuario de la mendicidad sino como director general de la institución, y finalmente en calidad de senador del reino por varias provincias de la España profunda. En el interín, se había metamorfoseado en un rotundo y gotoso burgués que rezumaba ácido úrico por sus tres dimensiones y hasta, si me apuran, por la cuarta espacial, aunque esto no le impidió aceptar el duelo que le había lanzado el ministro de la marina por un quíteme allá esas ostras gallegas y, a pesar de la desventaja con la que parecía partir, Campoamor hirió a su oponente y hasta lo desarmó; hazaña que sería confirmada por uno de los testigos, el cual aseveró: «Dirán que ha sido usted un valiente; pero con las armas hiere la casualidad», a lo que Campoamor respondió con una de sus humoradas: «Yo conocí un labrador/ que celebrando mi gloria/ al borrico de su noria/ le llamaba Campoamor», tras lo cual duelistas y testigos fueron a emborracharse juntos y aquí paz y después gloria.

Mil cuarenta y nueve años antes del nacimiento asturiano de Campoamor, moría en Saint-Denis, cerca de París, Pipino III, que no era un cucurbitáceo reverenciado por una fálica secta vegetariana sino un rey de los francos también conocido como Pipino el breve por ser como un gnomo de jardín pero con corona y espada. Pipino el breve, heredero de la dinastía pepínida asociada a los últimos merovingios, se casó con Berta la del gran pie, oficialmente Berta de Laon, cuyo apodo obedecía a poseer una extremidad inferior más extensa que la otra, singularidad ésta que le daba cierta ventaja cuando el breve y ella echaban carreras claustro arriba y claustro abajo y siempre ganaba ella por un pie – el grande, como es obvio – de ventaja. En fin, que en plena decadencia merovingia un Pipino de más o de menos ya no alteraba mucho la ensalada franca, aunque el breve hizo lo que pudo para repepinar el reino coronándose como el primer soberano de la dinastía carolingia y, al tiempo que engendraba en Berta la del gran pie y al parecer la del buen útero, ocho herederos entre los que se incluía el futuro Carlomagno, fue firmando tratados, creando los Estados Pontificios y expulsando a los musulmanes de la Septimania, la cual no era una deficiente, por destildada, manía al número siete sino una región occidental de la Galia narbonesa que había pasado a ser visigoda. Y así anduvo Pipino el tercero hasta que en su brevedad corporal se instaló la magnitud expansiva de la hidropesía, que viene a ser como una retención de líquidos pero a lo bestia, y Pipino se hinchó cual ídem aerostático, antes de desinflarse peritoneo abajo hasta finar tan franca como brevemente junto al pie grande de Berta, a la sazón lo primero que halló en su camino hidropésico. Rien en va plus.

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