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Siles defiende la vigencia de la obra de Vicente Aleixandre, ganador del Nobel en 1977. Roberto Ruiz
«Nuestro país aún no se ha enterado de que Aleixandre ganó el Nobel»

«Nuestro país aún no se ha enterado de que Aleixandre ganó el Nobel»

Jaime Siles, poeta, crítico y catedrático de Filología Clásica

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Martes, 12 de diciembre 2017, 00:34

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Conserva sus visitas a Velintonia como un tesoro de lecciones aprendidas palabra por palabra. El poeta Jaime Siles inauguró ayer en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento de Málaga el Congreso Vicente Aleixandre con una conferencia sobre la influencia del autor de ‘En un vasto dominio’ en la literatura contemporánea. Siles reivindica la obra del ganador del Premio Nobel en 1977, sevillano de nacimiento pero afincado durante su infancia en Málaga, a la que bautizó como «ciudad del paraíso», y critica la devaluación lingüística, que considera origen de la violencia: «En momentos así es cuando más necesitamos a poetas como Aleixandre».

–¿Por qué considera que estamos en un momento oportuno para releer la obra de Vicente Aleixandre?

–Por muchas razones. Parece que nuestro país todavía no se ha enterado de que ganó el Premio Nobel. Ya sabemos que la poesía es un pariente pobre de la literatura, como también lo son el cuento y el teatro. Sólo parece reinar la novela, pero Aleixandre tiene una obra que implica toda una teoría de la naturaleza, la comunicación y el conocimiento. Los jóvenes poetas deberían leerla porque es una lección constante y muy eficiente; enseña a saber en qué consiste un libro, cómo se organiza y, sobre todo, qué es el lenguaje.

–¿Qué recuerdos guarda de sus visitas a Velintonia, la casa que Aleixandre tenía en Madrid?

–Yo tenía 18 años la primera vez que fui y me acompañaba Marcos Ricardo Barnatán. La última vez que estuve fue con Antonio Colinas y ya era un hombre de 32 años. En esos catorce años había pasado lo más importante de mi vida, y eso siempre reverbera en mí. Recuerdo especialmente un día de marzo, creo que en 1971. Estaba nevando copiosamente. Al despedirme, Aleixandre me dijo desde la puerta: «Hace un día para escribir un poema sobre el verano».

–¿Y lo llegó a escribir?

–Yo no, pero seguramente él sí. Después ha habido mucha nieve en mi vida, porque pasé más de veinte años en Centroeuropa. Y siempre que nieva recuerdo aquella despedida.

En lo personal, ¿qué descubrió de Aleixandre con cada visita, con cada conversación?

–Su calidad humana y su calidad poética iban a la par. Cernuda, que ya sabe lo duro que era siempre con los demás, decía que toda su generación encontró un confidente en Aleixandre. Había algo maravilloso, y lo he comentado a veces con Colinas, Villena o Luis Alberto de Cuenca; éramos unos chiquilicuatres que empezábamos no ya a escribir sino a vivir, y aquel hombre, con una gran obra, nos recibía y nos hablaba casi de tú a tú. Era muy generoso por su parte, ese ‘tú’ era para nosotros un magisterio. Siempre se interesaba por nuestras pequeñas cosas, por nuestros percances, desengaños y pérdidas, pero a la vez nos ponía en contacto con poetas de generaciones anteriores y también de la nuestra. Sirvió de puente entre los del 27 y los del 36. Después de la guerra su casa se convirtió en un santuario al que iban en peregrinación todas las distintas generaciones, desde el 40 hasta el 70. Puso en contacto a los poetas del interior con los que estaban en el exilio. Cumplió una función importantísima.

El poeta valenciano inaugura un congreso sobre el autor de ‘La destrucción o el amor’ reivindicando la vigencia «absoluta» de su obra

Pese a la vigencia, ¿por qué su obra ha sido menos visitada que la de otros compañeros de generación?

–El poeta de su generación con más influjo fue Cernuda, pero entre los autores del 70 quien más influyó fue Aleixandre, seguido del Lorca de ‘Poeta en Nueva York’ y del Cernuda de los primeros poemas de ‘Desolación de la quimera’. Aleixandre implica una dificultad de aproximación; es una obra que hay que conocer para disfrutar, como se disfruta una partitura cuando uno tiene formación musical. Si no se tiene esa formación se puede disfrutar, pero mucho menos. Aleixandre es un poeta que exige un guiño de complicidad lingüística. Hay que atravesar el espesor de sus palabras para llegar a su mundo.

–¿Percibe una devaluación del lenguaje en España en los últimos años?

–Completamente. Han fallado la escuela, el Bachillerato y la Universidad. La gente ha perdido, en general, la representación verbal de la realidad. Y ahí hay que buscar, aunque los políticos no lo digan, una de las causas de la violencia. Porque la gente grita cuando no se entiende, y después de gritar pega. ¿Cómo se evita eso? Con el diálogo. No hay consenso sin diálogo, pero para eso hay que aprender a hablar y fomentar una cultura de la palabra. En ese sentido son malos tiempos para Aleixandre, porque su poesía invita a la tolerancia y la civilización.

«Aleixandre es un poeta que exige formación; hay que atravesar el espesor de sus palabras para conocer su mundo»

la obra del Premio Nobel

«La devaluación del lenguaje es una de las razones de la violencia. Cuando no se entiende, la gente grita y pega»

los planes de estudio

«Una sociedad que renunciase a la poesía renunciaría a lo mejor de sí misma. Volveríamos casi a caminar a cuatro patas»

la crisis en la literatura

–¿Cómo casa eso con una época como ésta, en la que prima la instantaneidad sobre la reflexión?

–En momentos así es cuando más necesitamos obras como las de Aleixandre. La función de la poesía, en general, es limpiar el lenguaje que cada generación ha dejado un poco sucio. La gente cree, y esto es un peligro, que una imagen es mejor que una palabra. Eso es una barbaridad. Cada totalitarismo ha conseguido someter a su población mediante imágenes.

–¿Atraviesa la poesía una crisis?

–La poesía siempre está en crisis, pero siempre está saliendo de la crisis también. Hay más poetas que nunca. Todo el mercado editorial se resiente de la pérdida de ventas, pero los lectores de poesía son fieles. La novela está padeciendo mucho más la crisis económica, porque tiene más público que lectores. Pero la poesía no tiene público, tiene lectores.

Articulación lingüística

–¿Cómo es posible reivindicar la poesía en el contexto actual, donde cada vez se valora más lo práctico, el beneficio económico?

–Una sociedad que renunciase a la poesía renunciaría a lo mejor de sí misma y perdería la doble articulación lingüística. Volveríamos casi a caminar a cuatro patas (risas). Si somos darwinistas, hay que serlo en todos los sentidos. La poesía enseña a hablar y a escribir, pero también a pensar y a empatizar. El uso de la palabra es la única forma que tenemos de dialogar.

Pero hay quien aún se pregunta para qué sirve el latín o el griego.

–Las lenguas clásicas son las lenguas menos muertas que hay, porque todo lo que leemos, pensamos o sentimos procede directamente de ellas. La única manera de ser contemporáneos es leyendo a nuestros clásicos.

–¿Cómo asiste a la deriva de la lectura en los planes de educación?

–He escrito muchas veces a favor de que vuelvan las redacciones a los colegios. Necesitamos que la gente escriba, que los jóvenes sepan lo que es escribir una carta a su pareja o que los niños se aprendan poemas de memoria como antes. Todo eso iba calando y formando a los ciudadanos en su relación con el lenguaje.

Volviendo a Aleixandre, ¿era un hombre reservado?

–Era discreto. «Reservado» podría entenderse como que vivía entre algodones o al margen, y lo cierto es que estaba atentísimo a la realidad política, económica y social. Su rasgo más característico era la curiosidad. Quería saberlo todo.

–¿Alguna vez le habló de su origen andaluz, de Málaga o Sevilla?

–Sevilla para él era casi un accidente. Nació allí, pero llegó a Málaga con dos años y se marchó con once años. Su infancia real es malagueña. Vivía en calle Córdoba. De Málaga hablaba muchísimo. Aquí se publicó su primer libro y se editaba la revista Litoral. Hablaba también de Emilio Prados, a quien quiso mucho. Le mandaba siempre sus libros al exilio. Y Altolaguirre fue uno de sus grandes amigos; junto a Miguel Hernández, lo tenía apadrinado como si fuese un hermano menor. Pero lo que siempre tenía en la cabeza eran la luz y el mar de Málaga. Era un poeta mediterráneo.

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