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‘Scenario’, una de las obras de Juan Carlos Robles que se exponen en la galería Isabel Hurley. SUR
La mirada perspicaz

La mirada perspicaz

Crítica de Arte ·

Juan Carlos Robles vuelve a demostrar cómo su mirada se posaen imágenes que, con o sin intervención y en el contexto del discursoexpositivo, pasan a revelar problemáticas sociopolíticas

juan francisco rueda

Málaga

Sábado, 20 de enero 2018, 00:48

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Después de las dos extraordinarias exposiciones que desarrolló Juan Carlos Robles (Sevilla, 1962) en los primeros meses de 2015, ‘El hereje y la multitud’, en la Galería Yusto/Giner (Marbella), y la retrospectiva ‘Máquinas de mirar’, en la sala de exposiciones de la Facultad de Bellas Artes de Málaga, en la que es profesor, su primera individual en la Galería Isabel Hurley nos vuelve a situar ante uno de los creadores indispensables del arte español del último cuarto de siglo. Aunque ésta no posee el despliegue ambiental e instalativo de las muestras de 2015, como tampoco la variedad de materiales e imágenes que acumulaba en ambas, ya fueran sin alterar o con distintas intervenciones que las transformaban, ‘Crossing Lines. Under Construction’ goza de la misma lucidez reflexiva que las anteriores, compartiendo, además, una misma metodología de trabajo.

‘Crossing Lines. Under Construction’

  • La exposición 5 fotografías, un vídeo que se proyecta sobre el testero mayor de la galería y una vídeo-instlación

  • Lugar Galería Isabel Hurley. Paseo de Reding, 39 bajo, Málaga

  • Fecha Hasta el 27 de enero

  • Horario De martes a jueves, de 11.00 a 13.30 h. y de 17.30 a 20.30 h.; viernes, de 11.00 a 14.00 h. y de 18.00 a 21.00 h.; y sábados, de 11.00 a 14.00 h

En alguna ocasión nos hemos referido a Robles como un «coleccionista de imágenes» que las va acumulando y que, con posterioridad, adquieren sentido al articularse en un discurso expositivo. En muchos casos, las fotografías se muestran sin intervención, como prueba de su mirada perspicaz, mientras que en otros, las somete a mínimas intervenciones como el solapamiento o la multiplicación (efecto espejo, por ejemplo). Ha de valorarse su capacidad para ‘sorprenderse’ ante el significado que pueden albergar imágenes cotidianas que pasan desapercibidas, para detectar imágenes prestas a ser parlantes y significativas en el dispositivo exposición, de modo que puedan atesorar la condición de síntoma social; éstas, tras una especie de ‘exorcismo’ por parte de Robles, adquieren la facultad de arrojar (fuera de sí) un juicio relevante sobre cuestiones gruesas y emergentes que permanecían larvadas. He ahí una de sus virtudes, la sensibilidad para atisbar cuánto de esencial y de revelador puede llegar a tener aquello en lo que centra sus ojos; o dicho de otro modo, un discurso marcado por la oportunidad, por la emergencia y puede que por la alerta, por avisar o por llevar al espacio de significación que supone la sala de exposiciones situaciones o comportamientos sociales que, como no puede ser de otra manera, nos comprometen.

El conjunto de obras que reúne aquí se constituye en una suerte de manifiesto en torno al desconocimiento, la necesidad y la concordia del y con el Otro, así como en metáfora en torno a la identidad como un proceso en construcción, siempre abierto y llamado a erosionar los ilusorios límites que la construyen como algo fijo, estanco e inamovible. Robles lleva prácticamente toda su carrera ocupándose de la identidad y los procesos de adquisición y reconocimiento de ésta, que pueden desembocar en el conflicto de la pertenencia/identificación con una comunidad y la salvaguarda de la individualidad o de la singularidad dentro de un espacio común de reconocimiento. En esta exposición ocupa un papel central el Palacio de las Artes y de la Cultura, que promueve el Reino de Marruecos en la ciudad de Tánger, que en las imágenes de Robles aparece en un estado de indeterminación de la que nace el sentido al que aspira el artista; esto es, en construcción pero aparentemente paralizado, lo que genera un ambiguo estado de ruina. Las paradojas y las capas de interpretación afloran. Por un lado, la idea de la cultura y la identidad en proceso, en construcción. Por otro, el encuentro de esas fotografías del edificio abandonado con los carteles del proyecto, con recreaciones en las vallas exteriores de cómo sería, nos habla de las expectativas y los fracasos. No nos referimos a las relativas a su materialización como construcción, sino a cómo se opta en ese edificio destinado a la cultura y el arte por un código tradicional, asumido como identidad. Esto es, se impone un código identitario reconocible, desechando otros más universales, más neutros o más modernos.

Las paradojas y lascapas de interpretación afloran en las obrasde Juan Carlos Robles

El carácter geoestratégico de Tánger no nos puede pasar desapercibido. La ciudad, como otras de Marruecos –pensemos en el Protectorado español durante casi la primera mitad del siglo XX– vivió en la centuria pasada una ‘azarosa vida’ administrativa que la hizo estar bajo el gobierno de distintas potencias (condominio o Zona Internacional de Tánger) y, posteriormente, bajo ocupación española. No podemos obviar cómo ese pasado hubo de generar efectivas contaminaciones y mestizajes. Ciertas nociones que poseen un simbolismo socio-económico, como norte y sur, se dislocan en este espacio geoestratégico que es el arco mediterráneo. Las ideas de distancia, frontera o brecha pueden surgir. En este punto, las dos grandes fotografías que, furtivamente en una calle, toman a sendos tangerinos cruzando una línea discontinua adquieren un innegable sentido metafórico, el de una frontera permeable, quizás como las de las ciudades de Ceuta y Melilla, que son cruzadas diariamente por decenas de miles de personas. Justamente, la que es quizás la pieza más sobresaliente de la exposición, nos trae el testimonio (un recurso habitual de algunos proyectos de Robles) de Adam, un ciudadano de Melilla, español, de origen bereber, musulmán y soldado del ejército, que ha participado en misiones en Irak o Líbano y en las que ha sido traductor. Esta pieza, visual y objetual (la pantalla descansa sobre una especie de mueble), enlaza con la redefinición de la fría y aséptica estructura del objeto escultórico minimalista, que el artista emprendió al inicio de su carrera. El relato de Adam, que se sitúa sobre un ‘croma’ verde que nos recuerda a las imágenes nocturnas de los bombardeos, emerge como un canto a la esperanza y a la comprensión del Otro. Su persona es ejemplo del mestizaje, de cómo las líneas y fronteras se cruzan.

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