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UN LUGAR DONDE PENSAR

SORA SANS

Jueves, 8 de febrero 2018, 00:32

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Son las 6 de la mañana y aún no se han desentumecido los dedos del todo. El día comienza despacio, hay tiempo para pensar, leer la prensa, para acordarse de algunas personas, más o menos lejanas. Un amigo me envía un mensaje con la última entrevista al filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que observa el infinito con las manos en los bolsillos, vestido de negro por fuera y blanco por dentro, como sus pensamientos, que parecen tremendamente oscuros y poco alentadores, pero esconden la luz de la verdad de esta sociedad, la que él disecciona con una precisión quirúrgica. Habla de los males que sufrimos y lo tremendamente inconscientes que somos de ello. Byung-Chul Han, como yo hace unas semanas, recuerda el libro de Orwell (1984). Yo decía que no nos habían avisado de que el control que algún ente superior ejercería sobre nosotros sería totalmente voluntario por nuestra parte, que seríamos nosotros quienes activamente enriqueceríamos los datos y estaríamos supeditados, enganchados, a un microchip con mucho gusto, un dispositivo que no está bajo la piel, sino sobre ella, y que nos deja cicatrices invisibles. El filósofo habla ya de estas cicatrices, de la herida creada por los hábitos que hemos adquirido. En sus declaraciones a El País, citan que «ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando», una autoexplotación que comienza en la escuela ya que la nueva universidad «tiene clientes y solo crea trabajadores, no forma espiritualmente». El narcisismo es eje central de un mundo cada vez más ciego, de una sociedad que quiere ser individualmente auténtica y acaba siendo similarmente solitaria. El big data como alienación de las personas y lo digital como un ente frío, que «no pesa, no huele, no opone resistencia». Pienso que podemos despertar de este dulce aturdimiento que nos está arrastrando a las enfermedades más peligrosas, como el estrés, la depresión, la ansiedad. Que la clave está en salir de la corriente unas horas al día, aunque aún no haya amanecido, horas sin ruido en las que el día comienza despacio y podemos pensar. Pensar de verdad. Y encontrar esa luz hacia la que debemos dirigirnos, o al menos, intentarlo. Quizás no sea tan malo que algún día el tren de vida que llevamos descarrile un rato.

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