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Leonora Carrington.
Leonora Carrington, entre la realidad y la locura

Leonora Carrington, entre la realidad y la locura

Una biografía recupera la figura de la pintora surrealista, tratada con electroshocks en un psiquiátrico de Santander

Álvaro Soto

Madrid

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Sábado, 25 de noviembre 2017, 00:36

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Pudo tener todas las ventajas de pertenecer a la aristocracia británica de principios del siglo pasado, pero Leonora Carrington (Lancashire, 1917-Ciudad de México, 2011) eligió el lado salvaje de la vida. Rompió con sus padres, no quiso un marido rico, renunció a la satisfacción de las necesidades materiales. Solo quiso seguir un instinto artístico que la llevó a formar parte del movimiento surrealista y a codearse, en las galerías y en las camas, con algunos de los mayores genios de su tiempo, aunque precisamente en España conoció la otra cara de la moneda: fue tomada por loca y encerrada en un manicomio en Santander, donde la sometieron a un terrible tratamiento de shock.

La editorial Turner publica 'Leonora Carrington. Una vida surrealista', una biografía escrita por la periodista Joanna Moorhead, que en una feliz coincidencia, supo de la existencia, al otro lado del Atlántico, de una excéntrica tía suya que había intimado con Diego Ribera y Frida Kahlo. Era el año 2006 y Moorhead, intrigada por las leyendas y los silencios que envolvían en su familia a la pintora, decidió viajar a México y sumergirse en su existencia.

Carrington fue una rebelde que consiguió entrar en el mundo del arte y conocer a Max Ernst, con quien vivió el romance más apasionado de su vida. Se hicieron amantes cuando ella tenía apenas 20 años, 26 menos que el reputado (y casado) pintor. Pese al escándalo de los biempensantes de la época, la pareja se convirtió en el núcleo de un grupo en el que gravitaban Marcel Duchamp, André Breton, Paul Éluard, Salvador Dalí o Pablo Picasso. Fueron años de alegría personal y expansión de una corriente, el surrealismo, que prometía revolucionar el arte y también el mundo.

Pero empezaban a sonar tambores de guerra en la convulsa Europa y la felicidad de Carrington y Ernst pronto se vio trastocada. La pintora dejó a su amante en Francia y huyendo de la persecución a distancia de su padre, que había puesto a Ernst en la diana, llegó a Madrid. Víctima de una crisis nerviosa después de las vicisitudes de los anteriores meses, Carrington comenzó a convertirse en un elemento incómodo por sus opiniones políticas antifranquistas, y «presumiblemente por orden de su familia», acabó en el psiquiátrico de Santander Villa Covadonga, a donde la llevaron en coche y «drogada con Liminal». Allí empezó su calvario, que ella misma relató años después en su libro 'Memorias de abajo' y que Moorhead detalla en 'Una vida surrealista'.

Carrington recuerda que sus primeros días en Covadonga fueron «confusos y humillantes». El doctor Mariano Morales practicaba un tratamiento experimental y despiadado. Precursor de los electroshock, administró a la pintora, atada en la cama, un fármaco llamado Cardiazol, que inducía un ataque de epilepsia. «Estaba tumbada en mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por mosquitos cuyas picaduras me deformaron el cuerpo», contaba Carrington.

«Lo que Leonora padeció en el manicomio de Santander resultaría una experiencia central en su vida», cuenta Moorhead. «En Santander, Leonora se debatió entre la cordura y la locura (...) Ese periodo de su vida, el tramo más cruel de su viaje, es el que la define quizá como la más auténtica de todos los surrealistas», escribe la autora de la biografía.

Un primo lejano consiguió rescatar a Carrington del manicomio santanderino. Volvió a Madrid, donde conoció al poeta mexicano Renato Leduc, y decidió que tenía que abandonar el continente. Tras una breve etapa en la Lisboa de la Segunda Guerra Mundial, capital de los espías y de los artistas que trataban de huir de Europa, el destino era Nueva York, donde pasó diez años. Pero tras este periodo, en el que exploró las nuevas tendencias artísticas, como las performances, decidió seguir su instinto nada acomodaticio y acabó en México.

En la Colonia Roma de la capital mexicana vivió una nueva etapa de desarrollo personal y profesional. Conoció al fotógrafo húngaro Emerico Weisz, 'Chiki', y se convirtieron en padres de dos hijos. Acompañada por otras dos pintoras, la española Remedios Varo y la húngara Kati Horna, fue capaz de afrontar los momentos más difíciles hasta encontrar la estabilidad en los últimos años de su vida. Cuadros como 'Té verde', 'La giganta', ‘Retrato de Max Ernst', 'La cocina aromática de la abuela Moorhead' o 'La casa de enfrente' son el legado de una mujer que fue a la vez hija y víctima de su tiempo.

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