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Francisco Griñán
Viernes, 18 de noviembre 2016, 00:23
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No dijo que fuera un sueño incumplido o una cuenta pendiente. Pero nada más sentarse, Antonio Soler advirtió anoche que el acto de presentación de la edición veinte aniversario de Las bailarinas muertas no era el segundo que se celebraba en Málaga, sino el primero. «Cuando se publicó 1996 nunca se llegó a presentar aquí», dijo el escritor malagueño en un concurrido acto en el que no solo estaban los que entonces no se hubieran perdido el encuentro con Soler, sino también nuevos lectores que en aquel momento ni le conocían. No es el caso de los dos escritores que lo acompañaban ayer en el auditorio del Centro Andaluz de las Letras, Pablo Aranda y Guillermo Busutil, que recordaron que entonces uno era profesor de español para extranjeros y el otro periodista, y situaron lo que supuso aquella novela que saltó a los titulares y los telediarios cuando ganó el Premio Herralde de Novela. «Es el libro en el que estalla Soler como autor», dijo Busutil, a lo que Aranda añadió parafraseando a su colega: «Es el libro en el que está ya Soler».
El aludido recogió estas palabras y aseguró que la reedición suponía «la resurrección de Las bailarinas...» y esa nueva oportunidad para presentarla en casa. Por fin. Una novela que él mismo ha revisitado para esta nueva publicación en Galaxia Gutenberg la original fue en Anagrama y ante la que admitió una «sensación extraña». «No porque el texto no me parezca mío, sino porque me decía: esto es muy bueno y yo ya no voy a volver a escribir así», confesó el autor de El camino de los ingleses y El nombre que ahora digo, que añadió que, frente a sus anteriores libros, redactó Las bailarinas... con «atrevimiento y alegría» ya que había alcanzado «seguridad» en su relación con la literatura.
De hecho, Soler desveló que el relato lo «tenía muy claro en mi cabeza» antes de escribir y «por medio del juego con el lenguaje dejé que se fuera componiendo la historia». Una técnica que, según dijo, también empleó en El espiritista melancólico.
En la charla a tres bandas con Aranda y Busutil también salió la influencia del cine caso de los ajustes de cuentas de los Padrinos de Coppola o la creación de personajes que atrapan a los lectores, como el pequeño Tatin con sus pesados pies de hierro por la polio y que, aunque se basa en un amigo de la infancia de Soler, lo visualizó como personaje cuando vio la imagen de aquel niño con las prótesis al andar en Forrest Gump. También asomaron por la charla las cabareteras muertas; Ramón, el hermano artista de Soler, o el fotógrafo Rovira, aunque el escritor confesó cierta debilidad por el boxeador Kid Padilla. «Un combate, una derrota», le apostilló Aranda recordando la frase literal de la novela.
Sobre todos esos personajes construye Soler una novela muy valorada por su recreación de atmósferas y con la que el escritor quiso reflejar la etapa del «fin de la inocencia». «No juzgo a nadie, sino que intento tener una mirada de compasión hacia los personajes... incluso en los hechos más oscuros», reveló el escritor, que también abrió con esta novela el uso de Málaga «como espacio literario». Aunque, paradójicamente, nunca se llegara a presentar en la ciudad. Hasta ayer.
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