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GERARDO ELORRIAGA
Jueves, 3 de noviembre 2016, 01:10
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Madrid. Un joven autor busca la confianza de las editoriales para publicar su primera novela y entra en contacto con cierto veterano novelista de alma oscura y retorcidas intenciones. «Todos hemos tenidos maestros con los que hemos desarrollado relaciones intensas. En mi caso, fueron luminosas con Camilo José Cela y conflictivas con Francisco Umbral», confiesa Juan Manuel de Prada al hablar de 'Mirlo blanco, cisne negro', su obra más reciente y en la que desarrolla este turbio vínculo. El narrador, que obtuvo el Premio Planeta a los 27 años, asegura que el libro no posee un ánimo de revancha y que, en todo caso, supone un ajuste de cuentas consigo mismo. «El éxito es un mal compañero del escritor, distrae de su dedicación y yo, por gozar o sufrirlo a edad temprana, recibí un aturdimiento que a punto estuvo de descentrarme».
El esperpento constituye la herramienta utilizada para llevar a cabo un retrato de la juventud del escritor. «Cuando era el mirlo blanco, un muchacho que pasa a la celebridad en poco tiempo», explica quien ha llegado a admitir que la literatura devoró su juventud. «También consume mi madurez porque yo vivo todo de forma muy dramática, muy abnegada. A una vocación le das todo sin lamentarlo, con absoluta confianza y dedicación», aduce. «Seguramente, otra vida habría sido más pacífica, sosegada y menos penosa».
La carrera profesional de Prada, con veinte títulos en su haber, cuenta, sin embargo, con un periodo sombrío. «Entre 2007 y 2012 pasé por una etapa dura, rompí con la literatura más allá de la redacción de artículos y me dediqué a participar en tertulias televisivas, y es algo que lamento». La pequeña pantalla resulta devastadora, según su experiencia. «La televisión es una máquina de calcinar almas, crea algo burdo y ramplón».
Ruido mediático
El autor advierte de la capacidad del medio para distorsionar la imagen de los individuos. «Te convierte en figurón o fantoche, y atraes a personas que no tienen ningún interés en la novela, pero sí por el ruido mediático», asegura y admite que muchos lo conocen únicamente por esa experiencia. Los debates catódicos envilecen y destruyen, a su juicio. «Matan la llama del arte en tu vida», indica. Las trifulcas recreadas en el medio tan sólo son un ejercicio de autodestrucción «como las borracheras y el sexo mercenario».
La posibilidad de vender el talento apuntada en el libro, sin embargo, ya no parece efectiva. «Ya no se puede corromper porque no hay dinero», apunta y recuerda los años 90, cuando el escritor de éxito gozaba de relevancia. «A mí me ofrecieron ser marca de una firma textil y recibí ofertas para realizar obras de encargo. Entonces, mantenerse íntegro dependía de tu capacidad de resistencia. Ahora, en cambio, esos proyectos se los ofrecen a famosetes y presentadores de televisión».
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