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Jiménez Millán cita a García Márquez, Gil de Biedma y Cervantes entre sus imprescindibles. :: f. gonzález
Antonio Jiménez Millán: «Las musas son como las meigas; haberlas, haylas»

Antonio Jiménez Millán: «Las musas son como las meigas; haberlas, haylas»

Poeta Autor de 'fermentación creativa lenta', el catedrático de Literaturas Románicas de la UMA está inmerso en la preparación de una antología de su obra

ANTONIO ORTÍN* aortin@diariosur.es

Jueves, 11 de febrero 2016, 10:55

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Los cielos de Macondo alumbraron en el final de su adolescencia la vocación literaria de Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954). «'Cien años de soledad' fue el libro que decantó mi vida hacia la literatura». Luego llegó el descubrimiento de Alberti y toda la poesía social de la Generación del 27. Y esos dos hallazgos dieron pie a una carrera literaria de casi cuatro décadas que este catedrático de Literaturas Románicas de la Universidad de Málaga (UMA)está a punto de resumir en una antología poética que reúne lo mejor de su obra desde los años ochenta.

-Un estudioso de las lenguas románicas. Pues me va a permitir que se lo diga, pero corren malos tiempos para el latín.

-Sí, los planes de estudio han castigado a las humanidades.

-Eso lo notarán en la Universidad.

-Desde hace tiempo me vienen comentando eso. Y si le digo la verdad no es tanto. Primero, porque he dado durante años asignaturas a cursos superiores, pero también es cierto que llevo un tiempo dando clase a segundo curso y aunque me temía algo así lo cierto es que no veo que el nivel haya bajado.

-¿Y cómo cae rendido a los pies de la Generación del 27?

- Pues mire, porque como granadino estaba muy marcado por la presencia casi fantasmal de Lorca. Y luego cayó en mis manos una antología de Losada sobre la poesía comprometida de Alberti.

-¿No tiene un punto contradictorio que un romanista se entregue tanto a lo contemporáneo?

-En cierto modo sí, porque además a finales de los setenta, cuando elegí ese tema de tesis, nadie se había metido en esa faceta de la Generación del 27.

-¿Se aleja entonces del latín?

-No, el latín siempre está. Es una base importantisima de toda la cultura occidental. Y por otras vías, la literatura latina está muy presente en otras creaciones. Hoy en día se vuelve mucho a Horacio, a Catulo.

-Mmmm. Es verdad que hace poco me topé con varias citas a Plinio en un 'best-seller'.

-Por ejemplo.

-Hace tiempo le leí definirse como poeta urbano. ¿Tiene usted algo de Sabina?

-No es exactamente así. Sí hay una proximidad con cantautores como él, pero más en el terreno de la balada, del tratamiento de las relaciones en la vorágine de la ciudad. Mi generación, en eso, es muy urbana. También las anteriores. Fíjese usted en Ángel González, Gil de Biedma o Carlos Barral. En nuestras influencias tan variadas convivieron por un lado la poesía social en estado puro de Blas de Otero o José Hierro, pero también la más inmediata social de los cincuenta.

-¿Los Panero?

-Mmm... Quizá Juan Luis, que lo descubrimos posteriormente.

-Algo de Lou Reed le veo yo en sus versos, en ese retrato a veces descarnado de la realidad.

-(Risas) Algo tengo, sí.

-También le he leído que los poetas tienen que ser como los hijos de vecino. ¿Demasiadas torres de marfil en la poesía?

-Esa es una imagen heredada del romanticismo y del modernismo en parte. Recuerdo aquel verso famoso de Rubén Darío, «Torres de dios, poetas...». Hay algo de eso en gran parte de la Generación del 27, donde marca mucho esa idea de la poesía pura. Pero claro, en los años 30, con la República y la Guerra Civil todo eso se invierte.

-¿Sin embargo, no cree que la poesía, como la música, conecta antes que determinada prosa? Pienso en fragmentos de Benedetti.

-En ese sentido, sí. La música de cantautor ha hecho mucho por la poesía contemporánea. Lo hicieron primero Paco Ibáñez o Serrat. O Cohen y Dylan, por ejemplo.

-Pues anda que el ensamblaje Cohen-Lorca en 'Omega' de Morente...

-Fantástico. Pero fíjese que Morente hace después una cosa más extraña aún, que es atreverse con Picasso. En 1983 publiqué mi primer ensayo, precisamente sobre 'Los poemas de Picasso'. Era una especie de escritura automática.

-Un poco disparatada.

-Mucho. Como lector no lo tomaría jamás como modelo, pero sí la estudié porque era muy rara.

-¿Y usted, en qué se inspira?

- Mire, para mí el factor fundamental es la memoria. Necesito que pase un tiempo para volver sobre determinado acontecimiento o sensación del pasado próximo.

-Sí, tiempo sí se toma. Ocho años entre libro y libro...

-(Risas). Es que soy un escritor lento. Hay rachas en las que a uno le sale todo. Y otras no tanto.

-¿Las musas existen entonces?

-En cierta medida sí. Como las meigas, haberlas haylas.

-Oiga, le persigue una anécdota a su pesar. Aznar le citó como uno de sus poetas de cabecera.

-(Tuerce el gesto). Sí, siempre sale eso.

-¿Corremos un tupido velo?

-Qué quiere que le diga. Él se fijó en una generación de poetas, quizá aconsejado por Luis Alberto de Cuenca, que es un magnífico poeta aunque ideológicamente lejos de mí.

-¿Lo lleva mejor?

-Mire, él era lector de poesía y le agradezco la mención. Pero le digo lo mismo que con Luis Alberto. Ideológicamente no tengo nada que ver con Aznar.

-Claro como el agua.

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