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'Zeroville': El círculo vicioso del cine

juan francisco ferré

Miércoles, 14 de octubre 2015, 13:12

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Al principio era el sueño. Un sueño confuso, cargado de oscuras premoniciones. Luego fue la sensación de vivir en varios tiempos a la vez, de poder comunicar un tiempo con otro, de viajar con la mente al más remoto pasado o al más desconcertante futuro. Al final fue el sueño de la tecnología, una forma nueva de magia, un medio para crear una nueva realidad, otro mundo, si no más real sí más convincente, menos contingente. La ilusión de realidad más poderosa que la impresión de la realidad en la mente. Las imágenes del cine comunicando la fascinación omnímoda de los veinticuatro fotogramas por segundo que engañaban al ojo antes de la era digital, o los megapíxeles que fabrican mundos imaginarios.

Esta extraordinaria novela de Erickson, gran autor avant-pop al fin traducido, trata de todo esto a través de la historia de un excéntrico personaje, una suerte de quijote postmoderno que toma los fotogramas fílmicos por artículo de fe, las imágenes de la pantalla como motivo de creencia ciega, la tecnología cinematográfica como nueva religión revelada, la sublime ilusión del montaje como signo de trascendencia. Su nombre es Isaac Jerome aunque le gusta hacerse llamar Vikar. Este vicario del cine lleva tatuado en el cráneo, para disipar cualquier duda sobre su esquizofrénico estado mental, el abrazo andrógino de Montgomery Clift y Elizabeth Taylor en Un lugar en el sol.

Como un peregrino, Vikar llega a Los Ángeles, meca cinéfila, en el fatídico agosto de 1969, cuando Sharon Tate es vilmente asesinada por los Manson, en plena agonía del viejo Hollywood, y emprende la fuga fuera de este mundo en junio de 1982, desde el célebre Hotel Roosevelt donde vivieron y murieron figuras míticas del cine como Griffith, después de haber visto en el Teatro Chino Blade Runner, el prodigio cinematográfico que puso el contador de la humanidad a cero. Todo lo que se había dado por sabido desde la prehistoria era forzado a reiniciarse tras la visionaria película de Scott: la memoria, la historia, el futuro, las profecías, las creencias, etc. Operación de reseteo radical que realiza la misma novela, organizada en una doble serie de 226 segmentos que van a converger, adelante y atrás, en el laconismo brutal del segmento 227, donde «todo ha sido puesto a cero» en la vida de Vikar.

Durante ese tiempo simétrico, Vikar tiene la oportunidad de conocer a los talentos del Nuevo Hollywood (Scorsese, De Palma, Schrader, De Niro) y estrechar una fraterna amistad con un director atrabiliario llamado Vikingo (John Milius), enamorarse de Soledad Palladin (joven actriz de destino trágico, supuesta hija de Buñuel y musa vampírica de Jesús Franco) y encontrar una hermana inesperada en la hija solitaria de Soledad, Zazi, la niña punk con quien establece tal conexión telepática que hasta logra transferirle sus extraños sueños sobre los misterios fílmicos.

La angustiosa búsqueda del significado trascendente de los fotogramas, incluso pornográficos, pierde a Vikar en un delirio infernal pero ilumina al lector: el cine, la más artificial de las artes, fue creado para profanar los credos ancestrales, desmitificar la hegemonía divina y enfrentar al inconsciente de la especie, como Freud previó, a la desnudez de sus pulsiones edípicas o libidinales.

Al final de Zeroville, la última proyección de la historia (una fantasía bíblica) revela que todas las películas, filmadas o no filmadas, participan del eterno retorno de los mitos, los fantasmas y las imágenes: «Todas las películas reflejan lo que aún no ha sucedido, todas las películas anticipan lo que ya ha sucedido».

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