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El pasillo central de La Térmica fue un continuo fluir de público.
Lectores con nocturnidad

Lectores con nocturnidad

La Noche de los Libros convoca en La Térmica a cientos de personas bajo la coartada de la literatura y los autores

Francisco Griñán

Sábado, 11 de abril 2015, 11:46

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Radio Futura cantó eso de «arde la noche» sin saber lo que se cocería décadas después en La Térmica. Tampoco Ray Bradbury pensó específicamente en la pasada noche para escribir su defensa literaria Faranheith 451, la temperatura de combustión del papel. Pero el espíritu de ambos estuvo anoche presente en la calurosa Málaga 451: la noche de los libros, que celebró con nocturnidad, alevosía y éxito de público una fiesta literaria bajo la coartada de la escritura. Charlas, lecturas, conciertos, discursos, librerías non stop y hasta un picoteo ilustrado para una noche en la que los libros no necesitaron arder en una hoguera para iluminar el antiguo Centro Cívico. Allí, todos tenían muy claro que habían venido a hablar de su libro. O a escucharles.

El pasillo central de La Térmica servía de índice de este gran volumen en el que se convirtió anoche el centro cultural de la Diputación de Málaga. El corredor no solo llevaba de un escenario a otro que funcionaban de manera simultánea, sino que congregaba a cientos de lectores en torno a una docena de librerías que pusieron todavía más letras al encuentro literario. Con textos de todo tipo. Desde los secretos de Los fenicios en Málaga al última memoria política del siempre comentado José Bono, pasando por libros de autoayuda todos los son, ¿no?, novelas, poesía había que buscarla, libros de cocina a lo masterchef y cómics.

Precisamente, el incombustible Ibáñez fue uno de los triunfadores de la noche con su último Mortadelo y Filemón y su divertido retrato de la corrupción política: El tesorero. «Desde que hemos abierto es el más vendido esta noche», confesaba Miguel Ángel Díaz, de Cómic Stores, mientras una pareja llegaba al stand pidiendo un ejemplar del último caso de los agentes de la TIA.

Ojos que no ven

El paisanaje fue cambiando conforme evolucionó la noche y las familias con lectores jóvenes fueron dejando paso un público más adulto que, al cierre de esta edición, seguía llenando el recinto. El primer encuentro literario todavía a la luz del día ya abarrotó el auditorio para escuchar al periodista y escritor Maxim Huerta y a su colega Carmen Beamonte que, como no, hablaron de medios de comunicación. «Ahora los telediarios dan solo cinco minutos de noticias, el resto es entretenimiento», comentó Huerta, que también se refirió a los «prejuicios» que había notado al publicar su primera novela y estar trabajando en el magazine de Ana Rosa. Eso sí, al terminar la charla, una cola de lectores le esperaban para llevarse ejemplares firmados.

A la espera de que empezara la sesión literaria de Pechakucha, uno de los patios de La Térmica lo tomó el artista Aitor Saraiba que fundió dibujo y poesía en un mural que jugaba con el icono del propio evento un tipo con la cabeza en llamas y versos de su propia cosecha: «Mi corazón sabía lo que mis ojos no veían». Tras él, apareció la música con Miguel Noguera, Las Flores no Lloran, Jazz 4a U y Los Cadáveres Exquisitos, que animaron al personal que degustabsabores literarios como una buena caña y platos inspirados en libros. El último grupo tuvo además tiempo para alguna delicatessen como el homenaje que le dedicaron a Silvio Rodríguez, mito del rock andaluz.

De vuelta al pasillo central, el protagonismo de los libros cedía también algo de público a las exposiciones de La Térmica. Y es que era difícil no pasarse por el cuarto de John Lennon y Yoko Ono para asistir a su encame para protestar por la guerra de Vietnam. Algo de protesta vertiente literaria también hubo en el amigable encuentro de José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas, que constataron que «las editoriales te obligan a escribir novelas porque es lo que más vende», una imposición que lleva a algunos autores al desencanto y a que dejen de escribir. Y por si alguno de esos escritores le estaban escuchando, recomendaron que lo mejor era seguir al viejo Borges: crear un espacio literario propio y refugiarse en él. «Yo no me voy a escapar nunca de mi mundo, porque es el que me gusta», apostilló Garriga Vela, al que después sucedieron el dúo Ray Loriga y Silvia Grijalba. Y ya a la medianoche, una sesión de gin-termic con un particular duelo de poemas en el que participaron Alfredo Taján y Álvaro García.

Antes, aunque con retraso, había comenzado la sesión de Pechakucha dedicado al sector de las editoriales malagueñas. Esforzadas presentaciones, propuestas simpáticas y mucho talento por parte de Pálido Fuego, El Toro Celeste, Zut, Los 4 de Syldavia, las infantiles Canica Books y Loving Books, la musical Gigger y los autores Espe Olea y José Pablo García. Todos dejaron el mismo mensaje: habían venido a hablar de su libro.

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