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Floyd Burroughs, junto a los niños de la familia Tingle en Alabama.
Deslomados en los campos de algodón

Deslomados en los campos de algodón

Se publica en España el reportaje que escribió James Agee en 1936 para denunciar la explotación de los granjeros de Alabama

Antonio Paniagua

Lunes, 26 de mayo 2014, 02:03

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James Agee es un soberbio exponente del periodismo literario en Estados Unidos. Poeta, dramaturgo y guionista, Agee tenía un talento lírico portentoso, pero también una capacidad de observación y un rigor analítico inusuales, cualidades que hicieron de él un reportero excepcional. En 1936, la revista 'Fortune' encargó a Agee y al fotógrafo Walker Evans que retrataran la existencia de los agricultores de Alabama. Tres historias de familias de algodoneros -los Tingle, los Fields y los Burroughs- aparecían en esas páginas de una forma cruda y sin concesiones. Es una paradoja, pero 'Fortune' nunca publicó ese texto. Eran muchas las convenciones que hicieron trizas Agee y Evans. Ahora la editorial Capitán Swing recupera y publica por primera vez en español ese documento legendario, acompañado de algunas de las fotos que hizo Evans y que se han convertido en imágenes icónicas de la indigencia.

'Algodoneros. Tres familias de arrendatarios' es un bello y descarnado reportaje que habla de la miseria de la Gran Depresión. Para alumbrar este texto, Agee despreció los artificios de la literatura y la prosa profiláctica del periodismo. Optó por sumergirse en la vida paupérrima de aquellos seres que, uncidos a los préstamos de los terratenientes, tenían impreso en el rostro la huella de la desolación. La crónica, aunque no vio la luz, es la semilla de un descomunal trabajo, 'Ahora elogiemos a los hombres famosos', que se entregó a la imprenta en 1941. Son dos valiosas historias preñadas de una verdad que produce desasosiego: «Una civilización que por la razón que sea pone una vida humana en desventaja; o una civilización cuya existencia radica en poner vidas humanas en desventaja no merece llamarse así ni seguir existiendo».

Con Truman Capote, Hemingway y John Dos Passos, Agee pertenece a esa estirpe de narradores que hicieron del reportaje todo un género literario que allanó el camino de los cultivadores de la novela realista. El periodista, conocido sobre todo porque suyos son los guiones de las películas 'La reina África' y 'La noche del cazador', no se llevó en solitario la fama. Tan poderosas como las palabras son las imágenes de Evans, algunas de cuyas fotos, como las del granjero Floyd Burroughs, forman parte de la iconografía contemporánea.

Del reportaje original no se tenía noticia hasta que en 2003 la hija de James Agee lo rescató de entre los manuscritos que su padre guardaba en su casa de Greenwich Village. Hace dos años, por fin se publicó en Estados Unidos la crónica que Agee y Ewans habían gestado juntos y que había permanecido inédita durante casi ocho décadas. El reportaje era subversivo, pero no se sabe a ciencia cierta por qué los editores de 'Fortune' rechazaron esa historia de la Gran Depresión. Agee no era un tipo dúctil dado a las componendas, pero sabía transigir con sutiles adaptaciones para que sus textos vieran la luz en la revista.

Créditos leoninos

Agee describió con tal destreza los mecanismos de sometimiento a que estaban atados los arrendatarios de Alabama que es difícil conservar la templanza durante la lectura de 'Algodoneros'. Los apuros económicos de los campesinos se agravaban con créditos leoninos. Los aparceros se endeudaban con el terrateniente por el alquiler, el fertilizante, las semillas, la comida y hasta la ropa. Trabajaban hasta la extenuación y cuando se ponía el sol continuaban su quehacer a la luz de la luna. Utilizaban telas de saco de harina para confeccionar su ropa de labor y los sábados viajaban a Moundville, un pueblo a once kilómetros donde eran pocas las distracciones: un salón ilegal donde se despachaba whisky de maíz, dos 'drugstores' y el café de la señora Wiggins. Y nada más.

Ese mundo feudal y terrible, esa miseria y malnutrición que retratan Agee y Evans ya no existen en el sur de Estados Unidos. Pero aún perdura la maquinaria de explotación, la misma que doblega hasta la esclavitud a los trabajadores de fábricas chinas, de talleres clandestinos indios o de los campos de trabajo de Abu Dabi. Como dice el escritor Adam Haslett en el prólogo del libro, «no falta ser un experto para percibir de qué forma nuestro propio sistema crediticio, administrado no ya por terratenientes de pacotilla sino por bancos, agencias de calificación de riesgos y compañías de gestión de cobros ha establecido una impersonal variante financiero-capitalista de la trampa de endeudamiento que Agee describió hace setenta y siete años».

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