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Ruiz Noguera, Inés María Guzmán (presentadora del acto) y Soler, ayer en el Ateneo.
El poeta secreto de Málaga

El poeta secreto de Málaga

Los escritores Antonio Soler y Francisco Ruiz Noguera rescatan a Juan Valencia, figura de la Generación de los 50

Ana Pérez-Bryan

Miércoles, 21 de mayo 2014, 11:41

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Los escritores tienen un sexto sentido de libro. Cuando Antonio Soler, que empezaba a escribir sus primeras páginas, se topó con aquella figura fascinante en la cafetería Flor de La Malagueta, supo que era alguien especial. Los 70 tocaban a su fin y a Soler se le antojaba que aquel tipo envuelto en una gabardina sería seguramente un exiliado. Alguien que buscaba la manera de adaptarse al curso de los días sin perder pie. No andaba muy desencaminado el autor malagueño cuando dibujó a blanco y negro el perfil de Juan Valencia (Jerez de la Frontera, 1928- Málaga, 1990). En realidad la tesis del exilio se ajustaba como un guante a la forma de ser y de estar en el mundo de un poeta «dandi y decadente» que dejó su huella en el grupo de la Generación de los 50 pero que el paso de las hojas del calendario se encargó de ir borrando. Un «exilio interior» del que ahora lo rescatan el propio Soler y el poeta Francisco Ruiz Noguera, que ayer celebraron su figura en el Ateneo para «reparar mínimamente esas injusticias del mundo literario», reivindicó el primero.

Porque la obra de Valencia es la de un autor «riguroso y clásico». Nacido en Jerez, el autor dio sus primeros pasos al frente de la poesía en compañía de su paisano José Manuel Caballero Bonald, con el que compartió versos

adolescentes, una amistad que se mantuvo hasta el fin de sus días a pesar de la distancia y, por qué no, alguna que otra gamberrada. «Cuenta José Manuel desveló Soler que una noche decidieron arrancar el busto del padre Coloma en su Jerez natal. Se lo querían llevar a casa de Juan a hacerle barbaridades, pero no contaron con que los bustos una vez arrancados pesan mucho, así que lo dejaron tirado en la puerta de la casa de Miguel Primo de Rivera».

En aquella época de despertar a la vida y a la literatura quizá se esperaba de él una carrera luminosa, pero fue víctima, a juicio de Ruiz Noguera, «del tiempo y de la desmemoria». Y eso a pesar de que cuando aterrizó en Málaga después de estancias más o menos largas entre Sevilla y Salamanca, «representó mucho para todos los que empezábamos a escribir a principios de los 80», recordó Soler. Su pasión por la poesía fue incontestable, hasta el punto de que ambos escritores recordaron que en su hoja laboral en la convencional apenas figura un año y medio cotizado como profesor en el colegio de Maristas. Después se compró un cortijo en Pizarra, donde fue feliz «cultivando versos y limones» y donde recibió la visita de otro grande en letras y en amistad: Pablo García Baena. «Juan se ha convertido en un agricultor», se sorprendía el poeta cordobés al verlo en pleno campo, con la certeza de que seguramente su amigo habría encontrado su lugar en el mundo. Allí, en aquel lugar, siguió fraguando un corpus poético del que sólo se conocen siete títulos pero que son más que suficientes para impulsar el rescate de ese exilio literario. Y para celebrar, al fin, la vuelta a su (segunda) casa.

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