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Sr. García .
Invasión

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Cruce de Vías ·

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Sábado, 2 de junio 2018, 01:03

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Aparco el coche en Campos Eliseos y voy andando hasta calle Alcazabilla por el Paseo de Juan Temboury. Los turistas rodean al guía que les muestra La Farola, los edificios del Parque, la muralla de la Alcazaba. De vez en cuando hace algún chiste, una broma o cuenta otras historias de la ciudad. También señala el único faro femenino que hay en la costa española y destaca la falda de La Farola. Los turistas atienden, sonríen y continúan caminando. Buscan la sombra y hacen fotos del paisaje, las cotorras, la jacaranda cubierta de flores. Otros grupos suben y bajan en patinetes eléctricos. Una ardilla se cruza veloz. Me agrada este breve camino que recorro siempre que acudo al Centro, hasta que llego a los contenedores de basura y el hedor interrumpe la placidez del paseo.

Después sorteo a cientos de turistas que pasean por calle Cister y calle Santa María. Avanzo en caravana y descubro que calle Fresca también está colapsada. Antes de que los teléfonos móviles sustituyeran a las cámaras fotográficas, yo aguardaba a que hicieran la foto. Hoy no me detengo, sigo mi camino rodeado de móviles que apuntan y disparan a todas partes. Llego a la Plaza de la Constitución y me dirijo hacia el Mercado Central por calle Nueva. Los turistas también invaden el mercado y resulta complicado acceder a los puestos. Vuelven las fotos, las detenciones, los colapsos. Me siento un bicho raro. Hago la compra y vuelvo a sortear turistas hasta que consigo salir del mercado. La Alameda está rota por las obras del metro. No sé el tiempo que tendremos que esperar hasta que se recupere y cicatrice. Pero también existen oasis de tranquilidad en medio de la ciudad, calles que permanecen ocultas, invisibles, como si no existieran.

Una pareja alemana despliega un plano de la ciudad para preguntarme por varios lugares. Casi todos están muy cerca. Dejo de mirar el plano y señalo la realidad. Me dan las gracias y sigo mi camino sorteando grupos que siguen al guía que levanta un paraguas, una bandera anónima, cualquier señal reconocible. La ciudad entera se ha convertido en un museo al aire libre de la vida cotidiana. Picasso es el centro. Aquí se bautizó, aquí el padre daba clases de dibujo, aquí la casa natal, aquí sentado en el banco de la Plaza de la Merced. Los turistas guardan cola para sentarse a su lado y hacerse la foto. No me encuentro con nadie conocido, como si los amigos estuvieran esperando la caída de la tarde para salir a la calle. Cuando los cruceros se han ido y sólo quedan los turistas más fieles.

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